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“Oigo innumerablemente decir: ‘Ya nadie puede tolerar la María de Jorge Isaacs; ya nadie es tan romántico, tan ingenuo’”. Con esta frase, Jorge Luis Borges inicia su texto “Vindicación a la “María” de Jorge Isaacs”, publicado en 1937 en la revista El Hogar, una de las más influyentes en Argentina durante la primera mitad del siglo XX. En una combinación única de literatura, actualidad, moda, sociedad y cultura, la revista era una publicación de referencia para la clase media y alta del país; y Borges, un célebre colaborador. En sus páginas desmontó el veredicto de la crítica y del público sobre una de las novelas más célebres de la literatura hispanoamericana del siglo XIX.
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María
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María, publicada en 1867 ― que ahora se puede descargar gratis desde Bajalibros haciendo click aquí―, parecía condenada al olvido en aquel entonces bajo la acusación de ser “ilegible” y “desmesuradamente sentimental”, a pesar de su éxito inmediato y la traducción a 31 idiomas. A través de sus artículos, Borges utilizó El Hogar como plataforma para rescatar y analizar obras de la literatura universal, con un estilo preciso y provocador. Eso hizo con María.
Para probar su punto, Borges señala lo que parece obvio para formar una opinión sobre un libro: leerlo. Y lo hizo en una sola tarde, “desde las dos y cuarto hasta las nueve menos diez de la noche”, según cuenta el máximo escritor en su texto. “Ayer, el día veinticuatro de abril de 1937, la novela María era muy legible”, escribía con ironía.
Agrega otra objeción: “Jorge Isaacs no era más romántico que nosotros”.
Las razones para contradecir las opiniones del momento sobre el libro de Isaacs fueron varias, pero vamos por partes.
Un romanticismo sin excesos
María es, en esencia, la historia de un amor condenado. La novela narra en primera persona el lazo amoroso que une a Efraín con su prima María, una joven de quince años, quien padece un mal incurable. Se aman con la intensidad de la juventud, pero su felicidad es efímera.
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Efraín se marcha a Inglaterra para proseguir sus estudios y a su vuelta, precipitada por la enfermedad, se entera de lo peor: la muerte de su amada. Más allá del drama amoroso, la novela convierte la geografía colombiana en un protagonista en sí mismo. La historia está ambientada en la hacienda “El Paraíso” ubicada en el Valle del Cauca, en donde Isaacs realmente vivió.
Desde el inicio, el lector sabe que el final será trágico. Para Borges, esta decisión narrativa es clave: “En ningún instante se oculta que María va a morir. Sin la seguridad de que va a morir, apenas si tendría sentido la obra”. “El argumento de María es romántico” porque lejos de ser una debilidad, este rasgo es una constante en la literatura universal. “Basta visitar un cinematógrafo para verificar que todos nosotros compartimos esa capacidad, infinitamente (Shakespeare también la compartía)”, señalaba Borges en el texto de la revista.
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María se inscribe en el romanticismo, siguiendo la tradición de la novela sentimental que había alcanzado su auge en Francia con Atala de Chateaubriand y Pablo y Virginia de Saint-Pierre. Pero había diferencias: lo que distingue a la novela de Isaacs es su capacidad para trasladar ese romanticismo europeo a un escenario genuinamente americano, local. En palabras de Borges, trasladó el idilio romántico a “el ambiente real de la naturaleza americana”.
“El argumento de María es romántico”, señala Borges. Pero más allá del amor trágico que estructura las 370 páginas, Borges sostiene que la novela está lejos del sentimentalismo desbordado con el que suele asociarse. Para él, Jorge Isaacs no exagera ni idealiza, sino que narra con equilibrio y sobriedad. Un ejemplo que cita es su tratamiento de la esclavitud.
De acuerdo a los argumentos que da Borges, un autor menos contenido podría haber convertido el tema en un drama desgarrador o en una visión edulcorada del esclavo fiel y resignado. Sin embargo, señala que Isaacs evita ambos extremos y se limita a describir con precisión: “Los esclavos, bien vestidos y contentos hasta donde es posible estarlo en la servidumbre...”. No hay exageraciones ni artificios, solo un realismo mesurado.
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Lo mismo ocurre con la caza del tigre. Borges observa que, en manos de un escritor como Byron o Victor Hugo, la escena habría sido un festival de grandilocuencia. “¡Qué incontinencias tropicales, qué hipérboles, no habrían despilfarrado Byron o Hugo (para no hablar de Montherlant o de Hemingway) ante toda la muerte de todo un tigre!”, ironiza. “Nuestro colombiano la resuelve con sobriedad”, define Borges e incluso se burla del dramatismo innecesario de Juan Ángel, un personaje que reacciona con un temor desproporcionado: “Nos veía con ojos tales, cual si estuviera oyendo discutir un proyecto de asesinato”.
Cuando el tigre finalmente es abatido, Isaacs no convierte el episodio en una gesta heroica. Borges destaca que el foco está puesto en el impacto real de la cacería y no en la gloria de los cazadores: “De los seis perros, dos ya estaban fuera de combate: uno de ellos destripado a los pies de la fiera; el otro (dejando ver las entrañas por entre uno de los costillares desgarrado) había venido a buscarnos y expiraba dando quejidos lastimeros junto a la piedra...”. La crudeza de la escena no es exagerada ni efectista, sino precisa y contenida.
Para Borges, estos ejemplos demuestran que María no es una novela de excesos ni de sentimentalismo exacerbado. Isaacs no apela a frases altisonantes ni a emociones desbordadas. Su romanticismo, señala Borges, es el de una sensibilidad que sabe medir la emoción y que, aunque idealiza el amor, nunca pierde de vista la realidad.
Isaacs, un romántico de activa vida política
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Uno de los grandes errores, según Borges, es imaginar a Jorge Isaacs como un escritor ingenuo, perdido en ensoñaciones sentimentales. Para desarticular esta idea, no recurre a hechos concretos: Isaacs fue un hombre con una intensa vida pública y una carrera política activa. Criollo y judío, ocupó cargos políticos de peso en Colombia: fue legislador por varios estados, secretario de Gobierno y de Hacienda, director de instrucción pública y hasta cónsul general en Chile. Borges lo dice con su habitual precisión irónica: “Un hombre, en suma, que no se lleva mal con la realidad”. Difícilmente se puede sostener que alguien con tal trayectoria fuera un soñador desconectado del mundo.
Isaacs fue una de las figuras más influyentes del romanticismo en la literatura hispanoamericana. Nació en Santiago de Cali en 1837. Su infancia transcurrió en el Valle del Cauca, un paisaje idílico que marcaría su obra. Estudió en Cali, Popayán y Bogotá, pero su vida estuvo atravesada por los conflictos políticos de la joven República de Colombia.
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Luchó en las guerras civiles de 1854 y 1860, enfrentó la ruina económica tras la muerte de su padre y, en medio de estas adversidades, encontró en la literatura su camino. Su poemario Poesías (1864) le abrió las puertas del círculo literario El Mosaico, donde recibió el apoyo de José María Vergara y Vergara, quien lo animó a escribir su única novela, María.
Tras abandonar la política, se dedicó a la exploración científica en el Magdalena, donde identificó yacimientos de carbón y petróleo. Sus últimos años transcurrieron en Ibagué, donde planeaba escribir una novela histórica que nunca llegó a concretar. Murió en 1895.
Si María hubiera sido escrita por un autor apartado de los conflictos de su tiempo, la acusación de sentimentalismo exacerbado tendría sentido. Pero Isaacs no solo conocía la política y el poder, sino que había experimentado de primera mano la dureza de la vida. Su romanticismo no es una escapatoria, sino una forma de mirar el mundo con una sensibilidad que no excluye la lucidez, según BOrges.
El valor de María: la materialidad, la cultura popular y el paso del tiempo
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Más allá de la historia de amor, Borges destaca el color local de la novela, su capacidad para transportar al lector a una geografía y una cultura propias del Valle de Cauca, en Colombia. Resalta la presencia de canciones populares, como “Se no junde ya la luna; bogá, bogá. ¿Qué hará mi negra tan sola? Llorá, llorá”, y el detallismo con que Isaacs describe objetos cotidianos que rodean a sus personajes.
Borges recopila algunas de estas imágenes: “En una página tenemos ‘el globo geográfico en la consola’; en otra, ‘las palomas alicortadas, gimiendo en los baúles vacíos’; en otra, ‘el hermoso reloj de bolsillo’; en otra, ‘los cigarros de olor y la panela chancaca, dulce compañera del viajero, del cazador y del pobre’; en otra, ‘el queso de piedra, el pan de leche y el agua servida en antiguos y grandes jarros de plata’”. La acumulación de estos elementos no solo enriquece la ambientación, sino que refuerza la sensación de un mundo vivido, donde lo material tiene un peso simbólico y afectivo.
Otro aspecto que Borges valora es la presencia de la cultura popular en la novela. Isaacs no idealiza el entorno rural, pero tampoco lo despoja de sus creencias y saberes tradicionales. Un ejemplo es su descripción de los bogas, los remeros de los ríos del Cauca, que llevan consigo amuletos y remedios naturales.
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“Inútil averiguar si Laureano y Gregorio eran curanderos, pues apenas hay boga que no lo sea, y que no lleve consigo colmillos de muchas clases de víboras y contras para varias de ellas, entre las cuales figuran el guaco, los bejucos atajasangre, siempreviva, zaragoza y otras hierbas que no nombran y que conservan en colmillos de tigre y de caimán, ahuecados”, enumera el escritor argentino en su artículo. Esta mirada no es condescendiente ni pintoresca, sino parte de la textura real del mundo que Isaacs retrata.
En la “Vindicación”, Borges subraya el modo en que María captura la repetición de los ciclos naturales, el eterno retorno de los días y las estaciones. Isaacs, dice Borges, tiene un “amor de las repeticiones y costumbres de cada día”. En su novela, el paso del tiempo está marcado por “las mutaciones de la luna, los puntuales colores de los crepúsculos, el ciclo de las cuatro estaciones”, elementos que refuerzan la sensación de un mundo en el que la belleza y la tragedia coexisten sin artificios.
“Una tarde, tarde como las de mi país, bella como María, bella y transitoria como fue ésta para mí...”, recuerda especialmente Borges de la novela de Isaacs. Una tarde en la que María puede ser descubierta por más lectores.
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