
En la historia del arte, pocos nombres están tan asociados a un único tema como el de Edgar Degas con el ballet. Sus más de 1.500 obras dedicadas a las bailarinas —entre pinturas, dibujos y esculturas— lo convirtieron en un referente indiscutido de este universo.
Sin embargo, su obsesión por retratar a estas jóvenes figuras va mucho más allá del simple interés artístico. Detrás de sus pinceladas y esculturas, se esconde un mundo de experimentación técnica, un contexto social complejo y una personalidad que generó debates hasta la actualidad.

El menos impresionista de los impresionistas
Aunque Degas participó en la primera exposición impresionista de 1874 y compartió con artistas como Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir y Camille Pissarro, su estilo presentaba diferencias notables. Mientras que sus colegas exploraban la luz natural y el paisaje con pinceladas sueltas y colores vibrantes, él se inclinó hacia la representación del cuerpo en movimiento y la vida en interiores.
Para Degas, la línea y la composición eran más importantes que los efectos lumínicos, lo que lo diferenciaba de la esencia del impresionismo. Sus pinturas parecían instantáneas, captadas en un momento fugaz, pero en realidad eran el resultado de un estudio minucioso y reiteradas correcciones.
En una ocasión, un cliente, temeroso de que Degas se llevara una obra para retocarla una vez más, encadenó el cuadro a la pared para evitar que el artista lo modificara nuevamente.

Las bailarinas, una obsesión artística
El ballet se convirtió en el tema dominante de la obra de Degas a partir de 1870, cuando comenzó a frecuentar el Palais Garnier, sede de la Ópera de París. Allí asistía a ensayos, tomaba notas y realizaba bocetos para capturar con exactitud la postura, los gestos y la dinámica del baile. Incluso invitaba a bailarinas a su estudio para poder trabajar con ellas en privado.
Su obsesión por la danza fue tal que llegó a presenciar los exámenes de las bailarinas, un privilegio reservado a pocos. Se dice que podía ver una misma función hasta 30 veces con el fin de analizar cada detalle. Esta meticulosidad lo llevó a producir algunas de las representaciones más icónicas de la danza en la historia del arte.

Técnica y experimentación: de los pasteles al bronce
Degas no se limitó a un solo medio para representar a sus bailarinas. Usó pintura al óleo, pastel, lápiz, tinta y hasta escultura, con el fin de capturar la esencia del movimiento desde distintas perspectivas.
Sus pasteles, como La estrella (1878) o Bailarinas en la barra (c. 1900), se caracterizan por colores saturados y trazos enérgicos que transmiten la vitalidad del ballet. En contraste, sus pinturas al óleo, como La clase de danza (1874), muestran escenas más íntimas del día a día de las bailarinas, con una atmósfera que recuerda a una fotografía espontánea.
Pero su innovación más significativa fue la escultura La pequeña bailarina de catorce años (1880), una figura de cera que vestía un tutú real y una peluca de cabello humano. La obra generó controversia en su momento por su apariencia cruda y realista, pero tras su muerte se realizaron 28 réplicas en bronce, que hoy forman parte de museos de renombre mundial.

Bailarinas y contexto social: un mundo entre el arte y la explotación
A finales del siglo XIX, la vida de las bailarinas de la Ópera de París estaba lejos del glamour con el que hoy se asocia al ballet. Muchas de estas jóvenes provenían de familias humildes y entraban al teatro en busca de un futuro mejor. Sin embargo, para la alta sociedad parisina, las bailarinas no eran solo artistas, sino también objetos de deseo.
El foyer de danse, un salón donde las bailarinas ensayaban, también servía de punto de encuentro con los abonados de la Ópera, hombres ricos de mediana edad que tenían acceso privilegiado para relacionarse con ellas. Algunas lograban convertirse en estrellas del ballet, pero muchas otras dependían de la protección de estos benefactores, en una dinámica que, en ocasiones, rozaba la explotación.
La cercanía de Degas con este ambiente fue motivo de debate. Algunos consideran que sus obras reflejan la realidad del ballet con un enfoque casi documental, mientras que otros lo acusan de haber tenido una visión voyeurista y deshumanizante.

El enigma de Degas: ¿artista, misógino o voyeur?
Más allá de su arte, la vida personal de Degas generó especulaciones. Nunca se casó, no se le conocieron relaciones sentimentales y, según testimonios de la época, tenía una actitud distante y fría con las mujeres. Él mismo confesó haberlas considerado “demasiado a menudo como animales”.
Su colega Édouard Manet llegó a decir que era incapaz de amar a una mujer o siquiera abordarla, mientras que Vincent van Gogh teorizó que Degas pintaba mujeres porque no sentía un apego real hacia ellas. La duda persiste: ¿fue un observador obsesionado con la forma femenina o un artista que simplemente encontró en la danza el vehículo perfecto para explorar el movimiento?
Lo cierto es que las bailarinas de Degas siguen cautivando al mundo. Su habilidad para capturar la gracia, la energía y la fatiga del ballet lo convirtió en uno de los más grandes artistas de su tiempo. A pesar de las controversias, su legado es indiscutible: su obra transformó para siempre la forma en que el arte representa el movimiento humano.
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