“Me convertí en la distinguida y odiada opositora”: doce fragmentos para asomarse a las memorias de Beatriz Sarlo

De la política a decisiones como la de no tener hijos. De la relación con el arte a no sentir límites por ser mujer. Y de ahí a la reflexión sobre el final. Acaba de aparecer “No entender”: cómo se pensó la gran intelectual argentina que murió en diciembre

Guardar
Beatriz Sarlos y sus memorias,
Beatriz Sarlos y sus memorias, que aparecen a casi dos meses de su muerte.

“No es un libro de recuerdos. Es un libro de recuerdos”, dice Beatriz Sarlo al iniciar su autobiografía, No entender, que acaba de publicarse. Y aunque la intelectual argentina murió el 17 de diciembre, el verbo va en presente: Beatriz Sarlo DICE en este libro, donde se cuenta y se piensa.

book img

No entender

Por Beatriz Sarlo

eBook

$9,99 USD

Comprar

Aunque lo suyo específicamente era la literatura -fue la titular de la materia Literatura Argentina II en la Universidad de Buenos Aires- “la política se comió lo mejor y lo peor de estos esfuerzos”, cuenta. Y sabe que el gran público la conoce por una frase que se volvió ringtone: “Algunas intervenciones en los medios de comunicación durante la década del noventa me dieron una especie de renombre de segunda mano”, refiere. No lo dice pero debía estar pensando en aquel “Conmigo no, Barone” con el que, en 2011, cortó una discusión en el programa 678.

La crítica cultural también es central en su pensamiento. “La historia de la modernidad es también un pasaje del no entender al entender”, escribe, en una reflexión que sintetiza su obsesión por la interpretación del presente. En ese recorrido, No entender no es solo una memoria personal, sino un testimonio sobre la Argentina de las últimas décadas, narrado con la lucidez que caracterizó a Sarlo.

“La primera persona de este libro ha vivido mucho tiempo y con intensidad”, dice casi al comienzo. Parte de esa intensidad la entrega en estas páginas.

Aquí, diez fragmentos para asomarse a No entender.

Del peronismo a la intemperie

Fui simpatizante del peronismo a fines de los años sesenta. Fui marxista leninista prochina en esa misma década. Soy una socialdemócrata hoy sin partido. Entre los años sesenta y setenta hice política activamente. (...) De los años ochenta en adelante, me convencí de que no existía un partido donde me sintiera en aguas familiares. En primer lugar, porque no había dirigentes que me interpelaran. El último fue Chacho Álvarez. De allí en más, la mía fue la intemperie del intelectual independiente que, aunque no quiera serlo, no encuentra lugar donde afiliarse

Beatriz Sarlo, en Infobae.
Beatriz Sarlo, en Infobae.

Me equivoqué

La autocrítica es el único reflejo auténtico que persiste de mi paso por un partido marxista leninista. Todavía hoy, las redes sociales se ríen cada vez que digo “me equivoqué” en lugar de enmascarar las cosas con explicaciones de baja calaña disfrazadas de meditación filosófica o salida irónica (cosa que nunca hice, sobre todo porque recuerdo lo que antes dijeron otros que hoy afirman lo contrario y creen que resisten la prueba del archivo).

Kirchnerismo

Habría resultado bastante sencillo ser una intelectual que adhiriera al kirchnerismo y usar todo lo que ya había aprendido, escrito y leído sobre las capacidades autotransformadoras del peronismo para ocupar un lugar que, en el ciclo de presidencias kirchneristas, era cómodo y conveniente. En cambio, me convertí en la distinguida y odiada opositora.

Ser mujer 1: en igualdad

Ser mujer no me colocaba en posición de desequilibrio frente a los hombres. No percibía gestos de autoritarismo masculino, sencillamente porque no creía posible que se ejerciera ningún autoritarismo sobre mi persona, después de haberme liberado de la familia, la religión, la moral inculcada y los mandatos. El feminismo no fue mi tema, sencillamente porque no me sentía subordinada por mi sexo. Esto me impidió ver que otras y otros sí eran subordinados.

Beatriz Sarlo, una mujer dispuesta
Beatriz Sarlo, una mujer dispuesta a romper con los mandatos.

Evita y el escándalo familiar

Eva Perón. El correo de todos los pueblos lleno de paquetes de juguetes, pan dulce y sidra. Un padre enloquecido, despotricando contra Perón, lleva a su hija a arrancar carteles por la calle. Ironía: la niñita internada dos meses en un hospital peronista, por el que corría un río incesante de regalos mandados por la Fundación. Dos años después, la niña gana un premio en un concurso nacional de composiciones sobre Evita. Escándalo familiar y acto en el Teatro Cervantes. La niña desea que su madre se vista y se peine como Eva o, en su defecto, como las chicas Divito.

Ser mujer 2: correr

“Una noche tuve que huir del departamento de alguien que pensaba que las cosas, y las personas, eran de su propiedad. Estábamos en un altillo sobre el Banco de Boston, o enfrente, en Florida y Diagonal Norte. Bajé las escaleras corriendo, en la vereda encendí un cigarrillo y me fui caminando despacio por Florida hasta Córdoba. No sentía angustia: mi suficiencia me lo impedía. No creía que nadie pudiera atreverse verdaderamente conmigo.”

¿Agresiones o elogios?

Tuve primero la sensación y luego el convencimiento de que las agresiones son más valiosas que los elogios. Se puede fingir o mentir una alabanza. Es más difícil fingir una agresión, que siempre suena sincera. La alabanza, aunque no sea desmesurada, casi siempre corre el riesgo de sonar dudosa, interesada o errónea. Merezco las agresiones en un sentido inverso: soy lo contrario de lo que dicen o escriben quienes me agreden. Aunque esto sea un consuelo ilusorio, ayuda a soportarlas.

"No entender", las memorias de
"No entender", las memorias de Beatriz Sarlo.

La vida personal: muñecas

Nunca jugué con muñecas, esos artefactos que los adultos, temerosos, insistían en regalarme y que se alineaban sobre mi cama, como si la ocupación de ese lugar fuera un argumento que pudiera persuadirme; como si la tarea de sacar a esas muñecas de la cama cada noche para poder acostarme o la visión cotidiana de sus caritas de porcelana y sus cuerpos de estopa pudieran persuadirme o dar tema a mis sueños.

La vida personal: sin hijos

No conocí el deseo reproductivo ni multiplicador. Entre mis proyectos no figuraba reformar la institución familiar, tal como la había conocido, sino independizarme de ella. Mi objetivo era la autonomía completa, no la reforma de algunas costumbres o la obtención de algunos permisos. Mi feminismo era instintivo, poco refinado, ignorante, brutalista.

Ser mujer 3: ¿arrogancia?

Más allá de que perdiera o ganara, siempre me sentí independiente y nunca atribuí las derrotas a mi sexo, sino a mi ignorancia, mi torpeza o mi apresuramiento. (...) Era orgullosa y estaba absolutamente convencida de que valía tanto como cualquiera. Sabía enfrentar situaciones extremas o peligrosas. Si me tocaba estar sola, no me sentía abandonada. Nunca creí tener menos fueros ni menos derechos que nadie. Pero sí sufrí otros temores y otras sensaciones de ser menos. Fui una estudiante mediocre, perdí el tiempo, me equivoqué muchas veces. Pero todo lo atribuía a mis decisiones y actos libres, quizá porque era demasiado arrogante para reconocerle ese poder a una ideología machista, que en mi adolescencia recién comenzaba a resquebrajarse.”

Beatriz Sarlo, de niña.
Beatriz Sarlo, de niña.

No entender

A la niña le organizan paseos que siempre tienen un motivo cultural oculto o manifiesto. Visita la Catedral, el Cabildo, La Boca, el Tigre. La llevan a la biblioteca pública a buscar libros, a ver los famosísimos títeres de Podrecca, a exposiciones. Pero el hecho decisivo sucede de manera imprevista: *Apollon-Musagète* en el bosque de La Plata. Una prima mayor lleva a la niña a ver el ballet de Stravinski, sin saber qué era. La niña no entiende nada, aunque una certidumbre borrosa la asalta en ese momento y para siempre. Que el arte es precisamente eso: no entender.

La muerte

De repente, me viene a la memoria una frase de Thomas Bernhard: “La muerte es la meta”. ¿Y si esa reiteración hipnótica estuviera acercándome a una idea de la muerte?

Guardar