Nadie sabe decir adiós. Piet Mondrian tampoco. A fines de enero de 1944 quedó internado por neumonía y el primero de febrero falleció. En su taller, entre tarros de pintura, pinceles varios y bastidores, sobresalía una obra. La venía trabajando hacía dos años. Victoria Boogie Woogie es el título. No estaba lista. Todavía le faltaba. Pero, ¿qué?
Copas al cielo
En el cementerio Cypress Hills, en Brooklyn, Nueva York, sus amigos, familiares y varios artistas lloraron su partida. Pieter Cornelis Mondriaan —bajo este nombre nació en Amersfoort, Utrecht, Países Bajos— este gran pintor vanguardista, creador de corrientes, fundador de movimientos, artista eclético, héroe originario de la abstracción.
Dos días después de su muerte se hizo un homenaje. Fue en la Universal Chapel, en Manhattan. Asistieron casi 200 personas, entre ellas Alexander Archipenko, Marc Chagall, Marcel Duchamp, Fernand Léger, Alexander Calder y Robert Motherwell. Con sus copas en la mano mirando al cielo, todos brindaron por la eternidad de Mondrian.
Cuando encontraron Victoria Boogie Woogie reposando sobre un caballete entendieron la magnitud. No sólo era una obra genial, además estaba incompleta, inacabada. ¿Qué le faltaba?, se preguntarían, desconcertados, sus familiares. A su alrededor, papeles de todos colores, en general primarios, que hacían de ese espacio un lugar hipnótico.
Días antes de morir, antes de que su salud lo dejará postrado en una cama, Mondrian trabajó sobre esta obra. De alguna forma, aún lo sigue haciendo. Al verla, uno puede percibir que esos huecos blancos bien podrían ser llenados, sin embargo imaginarse la obra completa modifica la percepción de la obra en sí. Su incompletitud la realza.
Pureza geométrica
“Victoria Boogie Woogie es un testimonio de la obsesión de Mondrian por el orden, la estructura y el equilibrio”, escribe Kristina Bethany en 1st Art Gallery. “Compuesto por una intrincada cuadrícula de cuadrados y rectángulos, es una sinfonía de colores primarios (rojo, amarillo y azul) intercalados con blanco y negro”.
“Cada cuadrado está meticulosamente dispuesto, creando un ritmo visual dinámico que refleja los ritmos sincopados de la música boogie-woogie. La composición es un reflejo de la creencia de Mondrian en la armonía de los opuestos”, dice sobre esta obra que, según se sabe, se hizo con regla y compás para generar una “pureza geométrica”.
“El juego entre líneas verticales y horizontales, el equilibrio entre color y no color, y la tensión entre los cuadrados individuales y la cuadrícula completa crean una sensación de equilibrio dinámico. Cada elemento de la pintura está en el lugar que le corresponde, contribuyendo a la sensación general de orden y unidad”, concluye.
La larga búsqueda
De 1892 hasta 1908 estudió en la Academia Estatal de Ámsterdam bajo la tutela de August Allebé. Luego inició su carrera como maestro de educación primaria, labor que combinó con su pasión por la pintura. Durante este periodo, su obra naturalista e impresionista estuvo enfocada en paisajes de su Holanda natal, retratando molinos, campos y ríos.
En 1908, motivado por la influencia de Jan Toorop, sus composiciones comenzaron a incorporar colores más intensos y a explorar nuevas técnicas. Entre sus creaciones destacadas de esta época se encuentran El molino rojo, Árboles a la luz de la luna y Avond (Tarde), esta última evidencia un temprano interés por los colores primarios.
En 1911, Mondrian se trasladó a París, adoptando el nombre sin la “a” de su apellido original, “Mondriaan”, para reflejar su integración en la vanguardia parisina. Allí, el cubismo de Pablo Picasso y Georges Braque dejó una huella significativa en su obra, como es visible en El mar (1912) y sus estudios de árboles.
De a poco dejó atrás la representación figurativa en favor de las formas geométricas, preludiando su evolución hacia la abstracción. En 1915, de regreso en los Países Bajos, conoció a Theo van Doesburg y juntos fundaron el movimiento De Stijl en 1917, grupo centrado en la revista del mismo nombre, que promovió una estética de simplificación.
Pionero del arte abstracto, sus cuadros son el resultado de la larga búsqueda de una nueva forma de arte orientada al equilibrio y perfección formal, una progresiva estilización”, sostiene Marina Sepúlveda en un perfil publicado en este medio y titulado “El camino de Piet Mondrian de la figuración a la abstracción geométrica universal”.
En 1921 redujo su paleta a colores primarios, junto con blanco y negro, consolidando las bases de su estilo neoplasticista. En 1919 volvió a París y se unió a grupos de la vanguardia europea, como Cercle et Carré y Abstraction-Création. En 1938 se trasladó a Londres y en 1940 emigró a Estados Unidos, donde giró hacia un dinamismo vibrante.
“Mondrian es uno de los artistas supremos del siglo XX”. Así lo definió el crítico Robert Hughes, en su libro de 1980 The Shock of the New. “Fue uno de los últimos pintores que creyó que las condiciones de la vida humana podían cambiarse mediante la realización de cuadros”, agregó. Nadie, ni sus peores enemigos, pudo contradecir la afirmación.
El ritmo de América
Días después de que Estados Unidos le declare la guerra a Japón, Mondrian comienza “una gran pintura en forma de diamante”. Decide desaparecer todas las líneas negras. Busca que todo sea libre y asimétrico. Busca un “equilibrio clásico”. Algo singular del país donde ahora vive, el “ritmo de América”, muy distinto al de Europa.
Así nace el título. El boogie-woogie es un estilo de blues basado en el piano, generalmente rápido y bailable. Es una moda en los inicios de la década del cuarenta: el Greenwich Village, los Boogie-Woogie Boys, murales de Adolf Dehn y James Hoff, músicos como Billie Holiday y James P. Johnson, el cortometraje Boogie-Woogie Dream de Hans Burger.
“Varias veces, Mondrian casi completa el cuadro para sus amigos. Sin embargo, tan pronto como regresó, volvió a cambiar todo. Y comienza desde el principio. Sólo hay una pequeña parte que se puso de inmediato y no ha cambiado desde entonces. Un bloque azul, a la derecha del basural”, se lee en la web del Kunstmuseum de La Haya.
El museo revela día por día. El 23 de enero de 1944, ya enfermo, hace una “revisión drástica”: “cubre muchos cuadrados de colores con cinta adhesiva de un color diferente y pinta por completo algunos cuadrados más grandes”. El 26 de enero lo llevan al hospital. Lo que hizo, hecho está. Tras su muerte, la obra queda en manos de su marchante.
Francis Valentine Dudensing se llamaba. Como había vendido su penúltimo cuadro sin comisión, Broadway Boogie Woogie, Mondrian le había prometido el próximo lienzo. El próximo, entonces, era esta extraño obra inconclusa. Él la toma y luego se lo vende a Emily Tremaine, una famosa coleccionista de Estados Unidos.
A mediados de los ochenta, otro coleccionista estadounidense, Samuel Irving Newhouse, pagó 12 millones de dólares por la obra para que luego, en 1998, a través del Nederlandsche Bank y de la Fundación del Fondo Nacional de Arte, llegue al Estado de los Países Bajos y hoy esté, con su pureza geométrica, en el Kunstmuseum.