Es un libro íntimo, la historia de un amor, perpetuo y en ocasiones no correspondido. Me cuesta encontrar algún otro tema que implique más afectos, más emociones, alegrías, enojos y desbordes anímicos en nuestra familia que Racing.
Siempre escribo apoyado, soportado, por mi familia; por el tiempo que la escritura les resta, por los programas que dejo de hacer, por el mal humor (o al menos la tensión) que soportan cuando se acerca el momento de cerrar el texto, cuando el deadline y el vano afán de perfeccionismo acosan. Pero este más que nunca es nuestro libro. El de mi esposa Vero, el de mis hijos Valen y Juli, el de mi hermano, mis sobrinos, mis cuñados, mis papás, mis suegros. Nuestro libro de los abrazos, el de la conversación eterna e invencible, el de Racing, que entre muchas otras cosas, trae a nuestro lado, en cada partido, a los que ya no están con nosotros.
El proyecto empezó justo una semana antes de la final. Ese sábado por la noche, mientras veíamos televisión en familia después de cenar, me invadió una certeza, que se parecía mucho a la angustia: el sábado siguiente, una semana después, a esa misma hora sería el hombre más feliz del mundo o estaría aplastado por un dolor inconmensurable. Ya se habría disputado la final entre Racing y Cruzeiro y nuestra suerte estaría definida. La ansiedad me invadió y ya no me soltó por los próximos siete días. Empecé a llevar un diario de esa víspera: el registro cotidiano da prueba de la ridícula cantidad de tiempo que Racing ocupa en mis pensamientos y sensaciones. Un día antes de la final, Marcelo Panozzo, mi editor de Planeta, me propuso hacer este libro en caso de que todo terminara bien. Por cábala, para no convocar malos espíritus, no hablamos de cuestiones contractuales: como en un paso forzado de comedia repetíamos: “Si todo sale bien…”. Sólo me dio una fecha de entrega inamovible.
El libro está escrito bajo (envuelto por) la euforia, la fiebre de la victoria. Pero un poco, también, está escrito contra el bait, contra el elogio desaforado o la conclusión definitiva, lapidaria e inmediata que prolifera en las redes, y en nuestra vida pública. Intenta ver a los protagonistas y al fútbol con sus matices, haciendo foco en el análisis del juego, en las emociones que provoca y en las historias (extraordinarias) que genera.
El título, Distintos a todos, deriva de un textual de Gustavo Costas, nuestro director técnico. En la conferencia de prensa posterior a la obtención de la Copa Sudamericana dijo, trabándose con las palabras, con la respiración pesada colándose entre sus frases como de costumbre: “No somos millonarios, no somos la mitad más uno, no tenemos 200 copas, pero somos distintos a todos”. La frase es impactante y eficaz. Y, creo que tiene tanto de cierta como, también, de falsa. Por un lado estoy convencido de que cada club va forjando el carácter del hincha, lo moldea, lo cincela en base a triunfos, caídas, sueños concretados o ilusiones derrumbadas (hoy también, por desgracia, se modela a los hinchas por oposición a su clásico rival, tomándolo como enemigo hasta llegar al absurdo de negarlo). En el caso de Racing esto representa un problema. Más allá de los cambios de ánimo abruptos de los fanáticos de todos los equipos en los que la ansiedad parece haber ganado la partida y en pocas semanas un jugador, un técnico o un plantel entero pueden convertirse –para miles- en los peores o los mejores de la historia (un arquero tras dos o tres buenos partidos puede ser comparado con Fillol: vivimos en la era sin historia, parece que todo empezó ayer), existe en nuestro club una enorme diferencia entre los hinchas mayores de cuarenta años y los jóvenes. Mientras a nosotros crecimos a golpes de frustración y postergaciones, éramos los sufridos, los jóvenes viven hace más de una década una realidad diferente. Ellos no entienden de qué se habla cuando se caracteriza al hincha de Racing como sufrido, se acostumbraron a ganar, a pelear campeonatos, a un club ordenado, a una saludable estabilidad social y a una justificada ambición deportiva.
La parte en que el concepto Distintos a todos puede ser más endeble es que en el fondo todos los hinchas de fútbol nos parecemos. Pasionales, desbocados, terraplanistas, incondicionales, dejamos que el sesgo nos domine. Y sufrimos las derrotas con un sentimiento agónico y disfrutamos las victorias con plenitud. No importa que se trate de Racing, de Boca o de Temperley Tal vez en alguna época, los hinchas de River e Independiente se percibieran diferentes al resto, pero los descensos de ambos, las décadas sin victorias locales de Independiente, les hicieron perder a sus fanáticos esas ínfulas, ese sentimiento de superioridad o de invulnerabilidad.
Distintos a todos abre con un emocionante prólogo de Tato Young en el que narra como el avance de Racing en la Sudamericana y su convalecencia se entremezclaron y cómo vivió la consagración, ya recuperado, en el Cilindro. El epílogo es para otra gran hisotira de otro racinguista: Sergio Wolf, documentalista y ensayista que escribió la columna De frente Racing en el Diario Olé durante años. Wolf cuenta cómo vivió la final en el bar Varela Varelita junto a su amigo Raúl Manrupe (autor de los 4 tomos del imprescindible Un Diccionario de Films Argentinos) y a Chacho Álvarez.
Hacía mucho tiempo que quería escribir sobre Racing. Pensé que este año era un buen momento para concretar el proyecto porque en breve se cumplen mis primeros cincuenta años yendo a la cancha. Esa efeméride personal era una excusa adecuada para contar la historia de una de mis escasas pasiones, de mi actividad más constante, de mi amor más antiguo. Llevaba meses tomando apuntes. Me interesaban, entre otras cosas, detectar qué se había mantenido incólume y cuántas cosas y costumbres se habían modificado con el correr de ese medio siglo. Antes ir a la cancha, seguir a un equipo, ser hincha, era muy diferente que ahora. No había tres modelos de camisetas por año, ni parches, ni estrellas; tampoco se veían demasiados partidos por televisión –un solo televisado por fecha en directo: el de los viernes a la noche-. Se podía ir de visitante a la cancha (a la edad de mi hijo Valen yo ya conocía todos los estadios de Primera), las entradas se conseguían el mismo día del partido, las tribunas no siempre estaban llenas –a veces ni siquiera en los clásicos-, había que tener mucho cuidado con los caballos de la policía, era imprescindible comprar El Gráfico el lunes por la noche y, en nuestro caso, la revista Racing los martes.
Es, a su modo, un ensayo personal, unas memorias de hincha. Uno de los greatest hits de historias familiares es la de que mi esposa Vero y yo teníamos platea en el mismo sector del Cilindro, a menos de diez metros de distancia, antes de conocernos (nos presentó con mi suegro ahí mismo, una tarde de domingo después de un triunfo: los ánimos exaltados por la victoria favorecieron a que la primera impresión fuera buena). Los abuelos, tíos y primos de mis hijos todos son de Racing (tenemos una hincha de Boca infiltrada: la queremos igual).
Al mismo tiempo quería registrar las grandes alegrías y, también, las derrotas aplastantes de esos años. Muchos no quieren asumir que en el fútbol se gana y se pierde y que muchas veces se empata (es el único deporte en el que el empate es frecuente). Rastreé el momento en que mi vida cambió, reconstruí el partido en el que sobrevino uno de los grandes descubrimientos de mi vida, el primer día que lloré en la cancha por Racing: esa tarde de 1977 en la que River nos dio vuelta un partido imposible y supe, para siempre, que el fútbol te podía romper el corazón. También aprendí que un triunfo agónico en un clásico puede llevar al éxtasis, brindar una sensación de plenitud inefable. Por eso hay un listado -uno de los tantos posibles- de los 20 goles más gritados por mí en estos cincuenta años. Al terminar la lista, uno descubre que se recuerdan más esos que fueron significativos, que tuvieron alguna consecuencia (otra lista posible es la de los goles nimios más gritados, esos por los que perdimos la garganta, pero que con el paso de los años los observadores imparciales ven como partidos sin demasiada importancia: un error, todos los partidos importan para el hincha). Además hay otro capítulo que trata de desentrañar el funcionamiento de las supersticiones en el fútbol, esa muleta a la que echamos mano en busca de lidiar con la incertidumbre y un catálogo de cábalas insólitas, ridículas.
Pero el corazón del libro es la Copa Sudamericana, el camino que llevó a Racing a conseguir un título continental después de 36 años. Por eso hay un largo perfil sobre Gustavo Costas, el técnico no instagrameable, fuera de moda, de una eficacia notable, que convenció a sus jugadores por un camino inusual: el de la pasión, la honestidad, el del corazón. El hombre que sabe lo que el hincha siente, porque él lo es, el que hace que nos sintamos representados.
También Maravilla Martínez con su historia de vida dura e inusual tiene su capítulo. Lo mismo que Juanfer, el crack voluble y frágil, el que logra generar ilusión cada vez que la pelota pasa por sus pies (algún librero distraído si lee este capítulo tal vez coloca el libro en el estante de literatura erótica). No faltan los recorridos por la campaña 2024 y en especial en la Sudamericana, y un análisis por las características y virtudes de cada miembro del plantel.
Tal vez la parte central sea aquella en la que no tiene la voz del autor, sino que toma protagonismo la de otros hinchas. 20 racinguistas, desde una nena de ocho años a un socio vitalicio de 70, cuentan cómo vivieron la final. Cómo consiguieron la entrada, cómo fue el viaje a Asunción (hay trayectos en auto, en micro, en avión), la frustración de los que se quedaron sin ticket y fueron al Cilindro o se quedaron en su casa, el calor infernal de Asunción, la ansiedad previa –pero con esa extraña convicción de que todo terminaría bien-, la ráfaga de los tres goles en 20 minutos, el descuento de Cruzeiro, el gol de Roger, la emoción del final. También en otro capítulo, estas veinte voces tratan de desentrañar el ADN racinguista y explicar qué es ser de Racing.
Este presente de Racing tiene sus razones y el libro intenta enumerarlas y pensarlas, va en busca de los factores que permitieron que desde el 2014 se haya producido el cambio de paradigma.
La primera persona vuelve para hablar de una de las facetas únicas del fútbol: el de ser el mejor programa paterno-filial imaginable: el que sortea cualquier brecha generacional, invencible, vitalicio, el que permite los abrazos más lindos del mundo.
Una confesión final: este es un libro escrito con un anhelo secreto: que sea el primero de mis libros que mis hijos y mis sobrinos lean entero.