Los libros son, per se, objetos estancos. Bienes muebles que lo máximo que pueden lograr, por efecto del viento, es que sus páginas se pasen volando. Sin embargo, como toda creación estética, pueden atravesarnos, movilizarnos y dejar huella.
En las columnas de Cómo se construye un lector, todos los invitados han subrayado la potencia del libro como experiencia sensible. María Luján Picabea, comunicadora social formada en la Universidad Nacional de Córdoba, que ha ejercido el periodismo en el campo de la cultura, construyó, como dice en sus propias palabras, un perfil de especialista en literatura infantil y juvenil.
Los trayectos y las circunstancias muchas veces conducen a caminos que nos sorprenden. En su caso, tras ser redactora entre 2004 y 2015 en un medio masivo, su profesión le permitió publicar el ensayo biográfico José Bleger, las batallas de un hombre en construcción (2009), y los libros Todo lo que necesitás saber sobre Literatura para la Infancia (2016) y Este no es un cuento: aquí me cuento (2017).
Así se sumergió, definitivamente, en el universo de las infancias y sus consumos. Desde 2017 forma parte del equipo de Fundación Filba en la programación y producción del Festival de Literatura Infantil y Juvenil Filbita y del proyecto Filba Escuelas, para el desarrollo de comunidades lectoras en el entorno escolar.
Entre 2017 y 2019 fue curadora en la selección de obras de teatro para chicas y chicos en el Teatro Nacional Cervantes, y, siempre cerca de los y las más chicos, dictó talleres de lectura para niños y capacitaciones para docentes y mediadores. En 2018 integró el jurado de los Premios Nacionales, en la categoría Literatura Infantil, y colaboró con la cantante Mariana Cincunegui en el equipo de Infancia del Teatro Colón, entre 2019 y 2020.
Es un hecho, como se podrá leer en estas líneas, que cree en las infancias. Y aquí, con mucha sensibilidad, respondió, sobre todo, desde su experiencia como niña lectora.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—Bueno, yo creo que leyendo; aprendemos a leer leyendo. Pero para eso, tienen que pasar otras cosas previamente, ¿no? Como que alguien nos haya leído, que alguien nos lea, porque todos necesitamos historias, todos necesitamos relatos, cuentos para ordenar la experiencia sensible, digamos. Necesitamos eso. Necesitamos el relato, y necesitamos la voz que viene con ese relato. Para mí empieza todo por la voz. Que esa voz que, desde muy, muy, muy, muy pequeñitos, nos arrulla, nos nombra, nos abraza con palabras, ¿no? Esa melodía de la voz que nos abraza y que nos da la bienvenida en el lenguaje. Y bueno, después, mucho después, están los libros y el propio camino, que se hace a veces de la mano de lectores más experimentados que nos guían, y a veces, en soledad, como una aventura personalísima. Y arbitraria, en la que se va saltando de un autor a otro autor, de un texto a otro, ¿no? Armando un camino que en algún momento nos es propio. Y un día somos conscientes de que somos lectores y elegimos leer, pero elegimos leer y dedicar nuestro tiempo a la lectura por encima de todas las otras cosas en las que podríamos emplear tiempo. Creo que un poco va por ahí lo de la identidad lectora. Eso, en términos generales, y después se podría pensar en términos particulares, qué tipo de lectora es una, pero me parece que no va hacia ahí la pregunta.
—¿Creés que un libro podría despertar el interés por leer?
—Sí, sin dudas, los libros pueden hacer muchas cosas. Creo que siguiendo a Descartes, Proust dice que los libros son la posibilidad de dialogar con las mentes más brillantes de la historia. Creo que son siempre una conversación. Los libros son la posibilidad de concebir otra cosmovisión, otra conciencia, otra forma de mirar el mundo. Y leemos siempre desde la propia experiencia. Así que también es entrar en lugares que no son cognoscibles, ¿no? Y donde nos podemos reconocer. Creo que nos convertimos en lectores cuando un libro de pronto destraba algo o enciende una chispa, ¿no? Algo que no sabíamos que estábamos buscando, pero que una vez que lo vimos no podemos dejar de buscar.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores, ¿puede surgir un ávido lector?
—Sí. Bueno, creo que todos somos, de alguna manera, lectores, porque aprendemos muy temprano a leer señales, gestos, imágenes. O sea, todos estamos leyendo el mundo de alguna manera. Distinto es, bueno, si somos lectores literarios, ¿no? Creo que se puede venir de un hogar sin libros, pero que si hay historias, si hay ocasiones en almuerzos o en cenas o en meriendas en los que se comparten anécdotas, se comparte el humor, se comparten relatos con metáforas o chismes –aunque sean los chismes de barrio–, bueno, hay algo ahí que funciona como la inauguración en el lenguaje del relato.
Yo vengo de una casa en la que no había biblioteca, no había casi libros. Pero en el verano pasaba mucho tiempo en la casa de mis abuelos, y me acuerdo de que una de las cosas que me generaban mucha curiosidad era que mi abuelo se quedaba todas las tardes, todas las siestas, leyendo unas novelitas de vaqueros que intercambiaba, no sé si con amigos o conocidos, como una suerte de club de intercambio. Eso creo que me generaba una curiosidad, y había en el libro algo que yo no encontraba en otro lado, ¿no? Eso, y la voz de mi hermana mayor, que me leía todas las noches las cosas que ella aprendía en la escuela.
Pero bueno, para volver a tu pregunta, digo que sí, que se puede. Creo que ahora, justamente en este momento de la historia, el desafío es el tiempo. El tiempo que requiere la lectura, ¿no?, porque la lectura requiere de un tiempo que es total. Entonces, la pregunta, por ahí, es si puede volverse lector un chico o una chica que desde muy, muy temprano, desde antes de aprender a hablar, por ejemplo, tiene en sus manos un teléfono, una tableta, que le dispara estímulos permanentes y fragmentados, ¿no? Y buena parte de la crianza ha quedado en manos de estas pantallas donde está todo, donde salen todas las respuestas, pantallas que parecen llenarlo todo. Así que ahora creo que hay que volver a pensar en los riesgos de este desplazamiento, de haber dejado buena parte de la crianza en manos de estos aparatos y de los mensajes que llegan a través de estos aparatos. En términos de salud, de bienestar, de sociedad, de familia, ni hablar de educación y de cultura. Así que creo que la pregunta en este momento va más por ahí.
—Pensando en esto, en la crianza, en la lectura y los estímulos, ¿hay un momento para empezar a leer?
—Yo creo que nunca es tarde para empezar a leer. Y es una de las cosas lindas de los libros. Empiezan cuando uno los abre. Ahora, pensando en las infancias, por supuesto que considero que el acceso a los libros, a la lectura, a la conversación social y cultural, debe ser inmediato. Deberíamos abrazar y darle la bienvenida a los niños y niñas que nacen en nuestra lengua y hacerlos participar de ella. Contarles historias, para atravesar la noche, para ordenar el día, y regalarles el tiempo. El tiempo de la lectura, que es un tiempo exclusivo, y que no solo les permite entrar en contacto con la lengua escrita, sino que además crea un vínculo que es esencialmente un vínculo amoroso.
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación?
—Voy a volver un poco a lo anterior, ¿no? Un mediador para mí es alguien que regala tiempo, que escucha y que entrega aquello en lo que más cree. Cuando convidamos un libro estamos dando algo que creemos imprescindible. Leer para otro, o con otros, es, como decía antes, un gesto de amor, un gesto de amor que no espera retribución, pero que tampoco se quiere ahorrar, ¿no? Damos a los que amamos aquello que amamos, y las experiencias que nos hacen ser quienes somos. Creo que eso es un mediador.
—¿Recordás tu primer encuentro con libros?
—Sí, creo que sí. Al menos los que me hicieron. Los que me convirtieron en lectora. Bueno, cuando yo era chica, me mudaba mucho. Me mudaba de pueblo, de casa, de escuela. Y me pasaba muy a menudo que llegaba a un salón de clases y no conocía a nadie. Y me sentía sola, y me sentía observada, y me sentía, sobre todo, rara. Así que, en algún momento, entre el fin de la primaria y los primeros años de secundaria, empecé a leer, y leía en el aula, en los recreos, en los almuerzos. Y con los libros encontré que había otras chicas raras, como yo (ríe), con las que conversar. Y así dejé de sentirme tan sola, y tan rara, sobre todo eso.
—¿Un libro significativo?
—Un libro imprescindible: La lectura, otra revolución, de María Teresa Andruetto.
[Fotos: gentileza de María Luján Picabea (© Ariel Baigorri Theyler)]