“Ser pobre y maricón es peor”: diez años sin Pedro Lemebel, su acidez y su fuerza

El escritor y performer chileno hizo un cruce conmovedor entre lo personal y lo político. Su frase más famosa, que cuesta publicar es parte de un impresionante Manifiesto donde cuestionó a la izquierda, a la que pertenecía

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Pedro Lemebel, el glamour y
Pedro Lemebel, el glamour y el comunismo.

Seguramente la frase más famosa del escritor chileno Pedro Lemebel es una que cuesta publicar: “Yo no pongo la otra mejilla/ Pongo el culo compañero”. Era 1986, era Chile, era la dictadura de Augusto Pinochet. Y Lembel apareció en una reunión de un grupo de izquierda, parado sobre sus tacos altos pero con la hoz y el martillo pintados en la cara, para gritar que sin homosexuales no habría ninguna revolución ni ningún mundo mejor.

Pedro Lemebel murió hace diez años y tuvo un funeral masivo, que también fue una fiesta con músicos y pétalos volando por el aire. Despedían a un artista del pueblo, que había sabido conmover y golpear. Hablo por mi diferencia, se llamaba el manifiesto y ya estaba un paso adelante, en esa concepción del mundo que pretende contemplar las muchas formas de ser humanos y no crear un “hombre nuevo” diseñado con un patrón viejísimo.

En esa reunión, y sin dejar de esperar que llegue el socialismo, Lemebel les pregunta a quienes militan con él: “¿Qué harán con nosotros compañero?/ ¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos/ con destino a un sidario cubano?”

Un socialismo con todos como son, decía sin decir Lemebel. Pero lo que se venía Chile no era el socialismo sino la democracia, que volvería en 1990. Y el escritor tampoco creía que ahí se acababa todo el problema: “Sospecho de esta cueca democrática/ Pero no me hable del proletariado/ Porque ser pobre y maricón es peor/ Hay que ser ácido para soportarlo/ Es darle un rodeo a los machitos de la esquina/ Es un padre que te odia/ Porque al hijo se le dobla la patita”.

La lucidez audaz de Pedro
La lucidez audaz de Pedro Lemebel

Pero si esa, la de la mejilla, es su frase más famosa, hay otra más desgarradora. “Tengo cicatrices de risas en la espalda”, decía Lemebel. Las de las risas de los amigos, claro. Y si el chileno - que para 1986 tenía 34 años- podía burlarse de quienes se burlaban y dejarlos en falsa escuadra, aquí reconocía, cuánto dolían esas risas. El cuero duro había que tener, pero no se nacía con el cuero duro, te lo habían curtido a carcajadas, en el mejor de los casos y, en el peor, a golpes y desprecio limpio.

“No soy un marica disfrazado de poeta/No necesito disfraz/Aquí está mi cara” , dijo aquella vez. Ahí, ponía la cara, que muchas veces, en sus presentaciones, llevaba pintada con la hoz y el martillo. Porque no lo iban a echar de su utopía.

Tengo miedo, torero

Lemebel fue parte -con Francisco Casas Silva- del dúo artístico Las yeguas del Apocalipsis, una pieza fundamental de la contracultura chilena. Irrumpían en presentaciones de libros, repartían coronas de espinas o panfletos, se hicieron imágenes de los dos como personajes de un cuadro de Frida Kahlo.

El 21 de agosto de 1989 irrumpieron en un evento que reunió a intelectuales con el candidato presidencial Patricio Aylwin, quien, un año después, sería el primer presidente democrático. Sin haber sido invitado, un grupo irrumpió en el escenario portando tacones y plumas. En sus manos llevaban un lienzo que proclamaba: “Homosexuales por el cambio”. Francisco Casas bajó del escenario, se dirigió hacia Ricardo Lagos, entonces candidato al Senado y futuro presidente de Chile, y lo besó en la boca. Este acto quedó registrado en una fotografía que, años más tarde, formaría parte del libro Háblame de amores, publicado en 2012.

Las dos Fridas de la
Las dos Fridas de la Yeguas del Apocalipsis.

Pero Lemebel fue, también, autores de libros como Serenata cafiola, De perlas y cicatrices, Mi amiga Gladys, Poco hombre y Loco afán. Crónicas de sidario. Y, sobre todo, de Tengo miedo torero, el libro que cuenta el amor de un personaje gay, a veces travesti, La Loca del Frente, por Carlos, un joven que planea un atentado contra Augusto Pinochet. Tengo miedo torero muchos puntos de contacto con El beso de la mujer araña, de Manuel Puig: el homosexual enamorado del guerrillero heterosexual que sin embargo también empieza a sentir algo aunque nunca -lo saben los dos- tendrán el vínculo que el enamorado quiere. El homosexual que es “loca” pero se da cuenta de lo que pasa y en su momento arriesgará el pellejo. Un amor sin esperanza.

Pero también, en la novela de Lemebel, hay una burla despiadada a Pinochet y a su mujer, Lucía. “Que la gente no está descontenta contigo ni con tu gobierno. Que la culpa la tiene el gris de los uniformes, ese color tan depresivo, tan sobrio, tan apagado, tan poco combinable. Imagínate que con rojo es la única manera que se ve bien, la única forma de armonizarlo. Mira qué contradicción”, le dice ella al militar serio que es su marido. O: “Nunca te recriminé por esa pistola de Hitler que tú querías comprar en Madrid cuando fuimos al funeral de Franco,.Imagínate pagar treinta mil dólares por un cachureo así. Además, ni siquiera tenías la seguridad de que era auténtica.”.

Finalmente le explica, Lucía a Augusto, que el problema con la gente no es que no lo aprueben sino que él es tiene una estética que espanta. Y le propone un cambio cosmético: “Además, esas cejas blancas que parecen chasquillas. ¿Por qué no dejas que Gonza te las pinte y te las depile?, para que la gente te vea los ojos y aprenda a quererte, digo yo. Y ese bigote de escobillón escarchado, tan antiguo, tan pasado de moda, que te tapa la boca y por eso los marxistas dicen que eres cínico. ¿Por qué no dejas que él te lo recorte?…”

Pedro Lemebel supo, en carne propia, que lo personal es político. Entendió esa consigna en profundidad: no hay algo que te pase si no pasa en la sociedad, no hay salvación personal, no hay paraíso de iguales con burlas y exclusiones.

El funeral de Pedro Lemebel
El funeral de Pedro Lemebel

Yo era el maricón de la crónica, un género bastardo. Ahora todos escriben Cróoooonica”, se reía en 2012 cuando Chile era el país invitado en la Feria del Libro de Guadalajara. Ya estaba muy enfermo, tenía un cáncer de laringe, lo habían operado y tenía la voz casi extinguida, un soplito de aire peleando para atravesar un rallador.

Así, así y todo, tomó el centro del escenario y en medio del show no se privó de criticar sin piedad al gobierno de su país, el de Sebastián Piñera, frente a los diplomáticos chilenos que sonreían en la primera fila. “La derecha, ufana y soberbia, por fin apotingada en el trono”.

Le quedaba poco, él lo sabía, el público lo sabía. Se fue con una promesa, recordando aquella frase famosa: “Mi corazón siempre va a latir a la izquierda, corazón y culo nunca me van a faltar”.

Corazón, puño, lucidez. Hace diez años que murió. Vale la pena volverlo a leer.

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