Hay historias que no pasan de moda, relatos clásicos que, más allá de las tendencias sociales o artísticas de la época, vuelven una y otra vez a temas capitales de la humanidad como la culpa, la ambición y la responsabilidad. Son precisamente estas cuestiones las que atraviesan Jurado Nº 2, la nueva (¿y última?) película del gran director estadounidense Clint Eastwood, maestro del cine y notable creador de personajes ambiguos y plenos de matices que para cualquier espectador sensible se convierten en un festival de emociones. Una película de ayer, de hoy y de siempre; a lo mejor, esa película que estabas esperando.
Vamos con el argumento de este drama judicial escrito por Jonathan Abrams que consigue atrapar desde el comienzo: Justin Kemp (Nicholas Hoult, actor versátil en cine comercial e independiente, ahora también se lo puede ver en Nosferatu) es un periodista joven que tiene un pasado abrumador, tormentoso. Ex alcohólico, su recuperación se sostiene fundamentalmente en el proyecto de familia con su mujer, quien está a punto de ser madre luego de la traumática pérdida de un embarazo de gemelos.
Viven en Savannah, Georgia, y cuando faltan apenas semanas para el nacimiento del bebé, Justin es convocado para integrar el jurado que tratará el caso de la muerte de Kendall Carter, una mujer joven que un año antes murió de manera violenta en un incidente turbio, luego de discutir una noche en un bar con su novio, James Sythe (Gabriel Basso).
Él, un tipo agresivo y proclive a la furia, con una historia de violencia; ambos en una relación tóxica. El cadáver de Kendall fue hallado horas después de su muerte por un senderista justo en un tramo de la ruta que está marcado por un cartel que les advierte a los automovilistas que tomen precauciones: por allí pasan ciervos.
La fiscal del caso es Faith Killebrew (Toni Collette, una vez más en una actuación descomunal). La mujer transmite cierta frialdad y tiene ambiciones políticas poderosas: quiere ser fiscal de distrito y sabe que tiene entre manos un caso de altísimo perfil mediático. Conseguir una buena condena para quien -todo indica-, asesinó a su novia seguramente le dará los créditos necesarios para dejarla en la puerta de sus deseos.
Hay hechos comprobados: Sythe estaba borracho cuando discutieron; su novia también. Varios testigos lo vieron seguirla cuando ella abandonó el bar bajo una lluvia copiosa y con unos tacones poco indicados para atravesar un camino escarpado. El médico forense sostiene que a Kendall la golpearon con un objeto contundente y, para seguir en la misma dirección, un testigo ocular asegura que fue Sythe el hombre a quien vio bajarse del auto y acercarse al barranco por el que, se supone, cayó la víctima luego de ser golpeada (¿por un auto?).
Las fabulosas ambiciones de Faith colisionan con su deber: le cuesta distinguir entre los hechos y los deseos y por eso desestima la “duda razonable” y solo escucha las versiones que dan por cierto que solo hay un posible asesino.Justin llega sin ningún entusiasmo a la primera reunión con el resto de los jurados, solo le importa terminar pronto para volver a casa a compartir los momentos amorosos que se avecinan. Recién en los tribunales se enterará de cuál es el caso que deben resolver. Recién allí sabrá, también, que, pese a que no estaba al tanto de los acontecimientos, la historia no le era del todo ajena.
Es entonces cuando empieza para él una lucha sin cuartel entre la necesidad de cumplir con su deber y que todo pase pronto para poder seguir con su vida amable y los dilemas morales que comienzan a acosarlo y no le permiten estar en paz con su conciencia. Toda la película será el retrato de esa pelea desigual entre los hechos y su alma necesitada de limpiar culpas. La mirada de Hoult transmite toda la angustia y la desesperación que lo abruma. Algunos críticos aseguran que su actuación destaca como para recibir una nominación para los Oscars.
La tarea de su personaje durante la deliberación del jurado será contribuir a generar lo que se llama “duda razonable” y que conduce a la declaración de no culpabilidad del acusado. Lo que hace Justin es instar a todos a ir más allá del prejuicio y resistir la tendencia a confirmar aquello que pensamos para no llegar a una definición precipitada y/o injusta. Aquello que lo impulsa es, por una razón clave que no vamos a develar, una contradicción enorme para su propio destino, una trampa imposible de sortear.
Con el correr de la historia, narrada a través de un guion que pone en escena lo necesario y elimina lo superfluo, los hechos se imponen y llegará también para Faith la hora de darse de trompa con un laberinto sin salida a la vista. Un momento crucial en el que solo restan dos opciones: ignorar las evidencias que se acumulan o asumirlas a costa de perder todo lo conseguido pero, a cambio, poder estar en paz con su conciencia y su principal mandato: hacer cumplir la ley.
Jurado nº 2 (Juror#2) es la película número 40 dirigida por Clint Eastwood, quien a los 94 años no parece haber perdido ni un centímetro de su capacidad para entretener, ilustrar y maravillar con lo mejor del cine. El film tiene una historia central y dos personajes principales que se debaten entre el deber moral y la felicidad y hay también varios personajes menores que representan tipologías diversas y ricas, algo que recuerda por supuesto al clásico Doce hombres en pugna, de Sidney Lumet (1957).
“El derecho a un juicio por jurado es un pilar de nuestra democracia. Ese derecho está avalado por la Constitución de los Estados Unidos”, les dice la jueza al darles la bienvenida a los miembros del jurado. Entre la mayoría de los convocados no se percibe orgullo por cumplir con su deber como ciudadanos y se mueven entre el hastío o el fastidio por estar perdiendo el tiempo con ese “trámite” inoportuno al que los convocó la Justicia. Todos llegaron con una idea previa y un culpable de antemano, por lo que se empecinan en resolver el asunto lo antes posible. Ninguno parece advertir que, detrás del fallo, además de una mujer muerta que merece que se haga justicia por ella hay un sospechoso cuya vida depende del veredicto.
Resulta muy atractiva esta parte de la historia de Jurado Nº2 porque necesariamente lleva a pensar en este presente binario en el que las personas solo buscan ver satisfecha su concepción acerca de las cosas. No vivimos un tiempo caracterizado por el debate plural sino por el hostigamiento; no es un tiempo de discusión con argumentos sino de búsqueda de estrategias para imponer opiniones. Lejos de todo dogmatismo, Eastwood, conocido por su apoyo a las ideas republicanas en un ambiente mayormente demócrata como es el mundo del espectáculo en Estados Unidos, consigue una vez más demostrar que las cosas no son blancas o negras, que hay matices, y que, a veces, pueden incluso ser blancas y negras a la vez.
Hay otros dos personajes exquisitos. Uno de ellos es Harold (J. K. Simmons), un ex detective sensato, alejado de todo fanatismo, a quien la experiencia le indica que Sythe no parece haber sido el asesino de su novia. Su función en el jurado es poner en contradicción los prejuicios de los otros miembros.
El otro personaje destacable es el que compone Kiefer Sutherland, que se pone al hombro el papel de Larry Lasker, tutor de Justin en Alcohólicos Anónimos, un hombre que además de acompañarlo en su recuperación lo asesora porque es abogado. Lasker está acostumbrado a salvar el pellejo propio y el de los demás. Es a él a quien recurre el protagonista para reflexionar sobre los debates internos que lo torturan y es su palabra la que lo guía en sus decisiones.
Hay algo que cerca del final le dice Justin a la fiscal Killebrer y que de alguna manera resume el espíritu filosófico de la película. Ambos ya están lidiando con sus contradicciones éticas. Sentados en un banco al aire libre, hablan con ambigüedad acerca del fallo, ninguno quiere dar un paso en falso y necesitan desesperadamente salir del laberinto por arriba. La mujer no consigue sentirse bien consigo misma, el éxito no compensa la culpa. Él, en cambio, piensa que ya sufrió mucho en la vida y que nada debería impedirle encontrar el modo de ser feliz.
“A veces la verdad no es la justicia”, dice Justin. Y la frase resuena como látigo.
A los maestros no se les falta el respeto
En lo personal, la película de Clint Eastwood era exactamente aquello que estaba esperando hace tiempo para reconciliarme con el cine que cuenta buenas historias y permite hacer pensar, además de entretener y emocionar.
Debido a los magros resultados de sus últimas películas, los responsables de comercializar el film apostaron por estrenarla directamente en una plataforma pero, por insistencia del director, se logró un estreno limitado en salas en noviembre pasado en Estados Unidos y algo mejor en algunos otros países, pero casi sin promoción. Desde diciembre último ya es posible verla en HBO Max.
La película resultó mucho más atractiva de lo que suponían los que tomaron la decisión de no jugarse por ella ya que no solo recibió buenas críticas sino que está teniendo una demanda interesante por parte de los espectadores. La Warner recibió duras críticas por no haber apostado por Juror#2: muchos lo consideraron una falta de respeto hacia Eastwood, una leyenda del cine y quien le dio a la compañía prestigio y premios durante más de tres décadas, entre otros los Oscar a Mejor Película (como productor) y Mejor Director por Los imperdonables, de 1993 y Million Dollar Baby, de 2005, además de obtener nominaciones al Oscar a Mejor Película y Mejor Director por Río Místico (2004) y Cartas de Iwo Jima (2007).
No podría elegir una película favorita de este director. Suele convocarme siempre, pero si tuviera que nombrar cinco, seguramente Gran Torino con ese protagonista cascarrabias lleno de prejuicios, malos sentimientos pero también pleno de humanidad. Desde ya, no podría obviar Los puentes de Madison, una de las más hermosas historias de amor contadas en el cine.
Entre las cosas lindas que tiene este oficio, están los encuentros mágicos con los artistas que se dan de vez en cuando. Hace un tiempo conté en el newsletter Fui, vi y escribí cómo fue ver en persona a Clint Eastwood, porque sí, tuve esa fortuna. Lo conté así:
“Siempre recuerdo una entrevista colectiva en la que participé en la NASA, en Houston, y en donde entrevistamos al director y los actores de la película Space Cowboys: Clint Eastwood, Donald Sutherland, Tommy Lee Jones y James Garner. Ya sé, me envidiás fuerte.
Fue en el año 2000, casi estoy segura. Yo hice mis preguntitas en mi inglés modesto pero había algo que me distraía y eran las suelas de las botas marrones de Clint, que podía mirar sin disimulo, y a unos centímetros nomás, porque él había acomodado sus piernas cruzadas arriba de la mesa, a lo sheriff.
O tal vez no fue así. Y en realidad pude ver en detalle esa suela simplemente porque en esa sala de la NASA yo estaba muy cerca del hombre, que cruzó una pierna sobre la otra, apoyando el tobillo sobre la rodilla.
Como haya sido la cosa, lo que más me alucinó entonces fue ver lo gastadas que estaban esas suelas. Clint Eastwood había ido al encuentro de la prensa internacional para hablar de su nueva película y no se había ocupado de ponerse botas nuevas y eso lo hizo aún más grande a mis ojos de fan: los artistas tienen la cabeza en otra parte”.
Un reencuentro, dos recomendaciones
Si la película de Clint Eastwood es buenísima por las razones que comenté antes, se merecía un gran final y lo tiene. Se trata de una escena en la que hay un encuentro entre los protagonistas que es pura intensidad. Las miradas lo dicen todo y no hay ningún elemento de más.
“A Clint no le gusta dar demasiadas explicaciones. Una de las cosas que lo hace magistral como director es que le da espacio al público para pensar y trabajar un poco por sí mismo. No se los da con cuchara en la boca” dijo Nicholas Hoult en una entrevista a propósito de este final, una escena abierta que es una joya en sí misma y que curiosamente fue la primera escena que filmaron juntos Toni Collette y Hoult, aunque ya se conocían bien.
Y acá es donde se halla otra de las razones emocionales para ver la película y es el reencuentro entre los actores, quienes fueron junto con Hugh Grant protagonistas de About a Boy (Un gran chico), una comedia deliciosa de comienzos de los años 2000 basada en la novela de Nick Hornby y dirigida por los hermanos Chris y Paul Weitz.
En la película, Toni Colette hace de Fionna, una mujer depresiva, y Marcus es su hijo, un chico acostumbrado a la hostilidad del mundo y al bullying, alguien obligado a hacerse cargo de las cosas antes de tiempo y que desesperadamente busca que su madre encuentre una razón para vivir.
El personaje de Hugh Grant es Will, un muchacho rico, irresponsable y frívolo, que madura recién a partir del encuentro con la familia disfuncional que integran Fionna y Marcus. Tal vez te acuerdes de una escena clave que transcurre en la escuela, cuando Hugh Grant acompaña a Hoult con la guitarra en una versión adorable y bizarra de Killing Me Softly With His Song, el clásico de Roberta Flack. (Acá arriba podés ver el fragmento)
¿Te das cuenta? Empecé hablando de una película y terminé hablando de dos. Pero hoy es domingo y posiblemente tengas algo de tiempo, así que prepará todo para una doble función.
Ojalá la disfrutes como yo.