Onome Ekeh juega y le da vueltas todo el tiempo al “Había una vez” porque lo suyo es, definitivamente, contar historias. Desde muy chica lo hace en el formato que esté a mano, el que más sirva, el mejor para aportar luz y claridad a la idea del relato que la obsesiona. Ekeh nació en Nigeria y creció entre su país de origen y Estados Unidos; actualmente reside en Basilea, Suiza.
Artista visual y cineasta, Onome Ekeh es también una creadora para quien la literatura es clave: escribe a partir de sus lecturas. Ha recibido premios muy valiosos y su obra fue exhibida sen espacios como la House of Electronic Arts Basel y el Basel Social Club.
Entonces cine, arte, literatura, pero hay más. Porque hay en su vida radio y teatro y hay también diseño, adonde llegó en un momento de bloqueo absoluto de varios años para escribir y en la actualidad su trabajo, y el cruce de disciplinas que la enamora desde siempre, integra a las tecnologías digitales y a la inteligencia artificial consiguiendo efectos originales y fascinantes.
Semanas atrás, la artista presentó su primera exposición en Argentina en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. La muestra -que podrá verse hasta el 1 de marzo de 2025- se llama “Especulaciones” y fue curada por Victoria Noorthoorn, la directora del Moderno, para quien la obra de Ekeh “permite repensar tanto la historia colonial como el futuro de la humanidad desde una perspectiva africana”.
La muestra incluye dos películas recientes: The Society of the Birds (La sociedad de los pájaros) y The Curiously Dressed Gentleman (El caballero curiosamente vestido), y las series “African Jetset” (2022), “Afropunk, Lagos, 1982″ (2022) y “Glittering Witness” (2024).
En sus obras, la artista reimagina y reescribe el pasado, a la vez que proyecta futuros posibles sobre la base de un pensamiento que la iluminó a partir de la lectura de El elogio de la sombra, del japonés Junichiro Tanizaki. Si ese pensamiento pudiera ser traducido a una consigna, tal vez sería: “Qué habría pasado si el Occidente expansionista no hubiera irrumpido en África”.
De eso se trata.
Lo que sigue es la transcripción de la charla con la artista el día de la inauguración de su muestra en el Moderno, en el marco del ciclo de Programas Públicos, que cuenta con la curaduría del periodista, crítico y ensayista Fernando García.
— Me gustaría preguntarte cómo empezó tu relación con el arte y, además, si tu familia tenía algún tipo de vínculo con el arte.
— De niña siempre estaba dibujando. Y bueno, supongo que también me alentaron. Mi padre no era especialmente un ser ligado al arte pero mi madre sí tenía una gran imaginación. Tenía mucha literatura en su biblioteca. Leí mucha mitología de niña. Ella estudió ópera y había mucho de la “Reina de la noche” que se respiraba en la casa y creo que todo esto alimentó mi sensibilidad de niña. Una de las cosas que sucedió es que cuando uno se criaba en Nigeria, estaba todo bien con ser artista pero no estaba bien ser raro o rara. La rareza no era bien vista. Esa sería la relación que tengo con el arte.
— ¿Y cuándo sentiste que eras una artista?
— Puedo haberlo declarado a una edad muy temprana, a los 8 años aproximadamente. Creo que una maestra me estaba tratando de decir qué hacer y le contesté “bueno, no importa, soy artista”. Era un poco difícil de niña. Siempre estuve segura de esto, desde que era bastante chica: teníamos la Enciclopedia Británica y a mí me atraían mucho los impresionistas y había muy buenas imágenes con una linda escala dentro de esta enciclopedia. Y siempre estaba tratando de copiar los girasoles de Van Gogh y también los lirios. Así que yo sabía que ya iba por ese camino.
— Tus orígenes son importantes como son importantes para todos, pero en tu caso tus orígenes aparecen en tu arte. Parte de tu familia desciende de los igbos, que es una etnia que constituía la mitad de la población de Biafra, una república que se independizó de Nigeria y existió durante tres años, y con un nombre que para la generación a la que pertenezco está asociado a una guerra civil y a una hambruna, es decir que el mundo puso el foco en Biafra en ese momento. Me gustaría que hablaras un poquito sobre la influencia esto en tu vida y en tu obra.
— Es interesante porque mi familia no se identifica con esta etnia igbo sino con los uhrobos. Cuando mi padre falleció, hace unos pocos años, recién ahí descubrimos que su abuelo venía de esa parte del país y que era de la etnia igbo. Sin embargo nosotros somos del delta y hay algún concepto erróneo, que incluso los nigerianos tienen, acerca de que la guerra de Biafra tenía que ver solo con la etnia igbo. Se trató de una guerra geopolítica acerca de los recursos, concretamente el petróleo. Y el petróleo no está en el territorio de la etnia igbo sino en el delta de donde pensábamos que venía nuestra familia. Siempre me cautivó toda la idea que rodeaba al conflicto de Biafra aunque cuando se libró esa guerra nosotros vivíamos en Estados Unidos. Volvimos a Nigeria en 1973, cuando la guerra ya había terminado, pero las cicatrices permanecían. Uno de los motivos por los cuales me fascinó siempre Biafra era porque pensaba que Nigeria era demasiado grande y tal vez éramos demasiado grandes porque éramos 600 grupos étnicos que nos habían rejuntado los británicos y que nunca iba a funcionar así.
— En alguna entrevista contaste que padeciste un bloqueo de escritura de doce años. Y contaste que durante ese período te sirvió escribir con otros y conociste la animación digital.
— Creo que parte de ese bloqueo tiene un motivo y tiene que ver con quien era mi agente literaria en ese momento, en Nueva York. Yo entonces no me daba cuenta pero cuando le pregunté a ella por qué no se estaban vendiendo mis obras ella me dijo que lo mío estaba entre Edwidge Danticat y Terry McMillan. Hablaba de dos mujeres escritoras que no tenían nada que ver una con la otra y lo único que tenían en común es que ambas eran negras. Y dijo que no había espacio para una chica negra como yo. Y la verdad es que me sentí horrorizada porque no me había dado cuenta de que me estaban “comercializando”, entre comillas, como una chica negra. Es un tipo de violencia que nunca se le infligiría a una chica blanca. En ese momento no pude articularlo y eso hizo que me cerrara: si tuviera que pensar acerca de mi raza cada vez que escribo… Otra cosa que también escuché durante gran parte de mi carrera en Nueva York es que no estaba siendo lo suficientemente negra en las cosas que escribía o que no estaba abordando las cuestiones negras. A mí me pareció ridículo porque yo soy quien soy, cómo puedo no ser negra. O sea, que me reprocharan esto era muy extraño. Pero también encontré un sentido de confianza y de consuelo en el diseño porque también, entre comillas, era anónima.
— Cuando uno entra a tu página, encuentra que sos creadora de literatura, teatro, radio, cine, artes visuales y sabemos que lo que te importa es contar, el storytelling, y que pensás que cada narración tiene su propia línea artística, y que, si no será a través de la escritura, podrás contarlo a través del sonido o la imagen.
— Creo que lo que pasaba conmigo era que tenía ideas grandiosas como querer hacer, por ejemplo, una gran película épica, pero no tenía el dinero para hacerla. Pero lo que sí tenía era lápiz y papel o una computadora. Podía escribir. Podía grabar. Hacer collage. Es como el bricolaje, recurro a todo esto como unas modalidades cruzadas porque lo que quiero hacer es contar una historia. Cualquiera de las formas me sirve para eso.
— La muestra se llama “Especulaciones”. Especulación es una palabra que en general tiene una connotación negativa. Sin embargo en tu arte, con esto de poder alterar los tiempos y los resultados de la historia, tiene una connotación positiva. ¿Por qué elegiste esa palabra?
— Llegamos a ese nombre porque era una especie de forma elegante de abarcarlo todo pero con un perfil bajo. Quería algo que remitiera, que nos hiciera acordar a Borges. Especulaciones: en realidad creo que es como un don que tengo desde la niñez, la posibilidad de reimaginar las cosas.
— A propósito de reimaginar, en parte de tu obra se ve el modo en que revisás el pasado y, cambiando las piezas, podés ver un presente o atisbar un futuro diferente. Y, entonces, nos encontramos con una África en donde no hubo trata ni esclavitud ni colonialismo, y en cambio sí existió la posibilidad de un desarrollo económico, financiero, social y cultural. Esto se ve en la serie Africa Jetset, por ejemplo, con esta idea de celebrities tipo revista Hola con personajes del África. Me gustaría saber el origen de esa idea tan atractiva.
— Algo que me influyó y que también es un agregado al panteón de los libros, por así llamarlo, es un escritor japonés, Junichiro Tanizaki, que escribió el libro El elogio de la sombra, en el que especula qué hubiera sucedido si la irrupción del mundo occidental no hubiera tenido lugar en la cultura japonesa. Si, por ejemplo, todo lo que es el mundo de las publicaciones y de la impresión se hubiera desarrollado con una estética japonesa y cómo hubieran sido de diferentes los libros. Desde lo traslúcido que sería el papel hasta otras características estéticas. Entonces, siempre me interesó muchísimo esta idea que tiene que ver con las culturas, con cómo habrían sido sin esas irrupciones y disrupciones. En África tenemos el ejemplo de las rutas comerciales que eran transaharianas y que desaparecieron a partir de la colonización y la llegada de personas de afuera del continente. Entonces pensamos que, si no hubiera habido disrupciones, interrupciones, esa diáspora habría sido interna y eso habría llevado también a un enriquecimiento interno del continente y a un desarrollo en unas especies de vías paralelas. Esos recursos se hubieran quedado en el continente aportando riqueza.
Por supuesto que esta es una especie de fantasía utópica de mi parte porque históricamente en el África occidental hubo una serie de imperios que tuvieron sus momentos de auge y de caída y que iban desplazándose cada vez más desde el desierto hacia las áreas de la costa. Así que, en realidad, sí había tráfico de esclavos y también había extracción de los recursos pero todo eso a una escala diferente y, se podría decir, con parámetros éticos internos.
— Estás mencionando el desierto. También hablamos del mar. Y lo que aparece mucho en tus dos películas es el bosque, y lo hace como un espacio casi mitológico, como el lugar secreto.
— Creo que el bosque en muchas culturas, y no solo la de África, es la imaginación, ¿no? Es el gran imaginario incluso en los cuentos de hadas europeos. En el bosque están la bruja y los seres fantásticos. Entonces es cierto que el bosque es un lugar rico en mitología pero también es un lugar secreto y tabú. Si han leído al autor nigeriano Chinua Achebe, es un lugar en donde suceden cosas secretas, tabú, y es también adonde se van los rechazados por la sociedad. Los que quedan afuera del sistema.
— En El caballero curiosamente vestido, una de tus películas, aparece la figura del escritor Amos Tutuola. Me gustaría saber por qué es tan importante para vos.
— Porque es un personaje extraordinario. Un escritor extraordinario. Él era escritor en la década de 1950, un hombre que solo llegó hasta segundo grado. Fue la única educación que tuvo. Por lo tanto su inglés tenía muchas fallas. Sin embargo él no permitió que eso lo detuviera y siguió escribiendo grandes obras de ficción. Quisiera decir que es como que hace un cierto ataque a la lengua inglesa. Es espectacular lo que hace porque transforma las frases idiomáticas, parece casi otro idioma, pero uno dice ¿es posible eso? Y, sí, uno lo lee y realmente puede leerlo. También quería decir que hay algo que se revela acerca del lenguaje porque si tomamos a otro autor muy conocido, que es una figura literaria de este planeta o tal vez de los demás planetas también, que es Wole Soyinka (Premio Nobel de Literatura 1986), también escribe desde Nigeria pero lo hace en un inglés más digno, por así decirlo, ¿no? Más elevado. En cambio, Amos Tutuola es completamente mental. Es como una locura leerlo y uno entra en esa locura con él.
Con Amos también tenemos como atractivo su forma de contar; él cuenta historias que no van hacia ningún lado y que es una forma bastante antigua de narrar, con historias que no tienen ningún argumento que se pueda identificar sino que sigue y sigue y bueno, es como un loco y también es contagioso o intoxica un poco, incluso. Es seductora esa forma de contar que tiene.
— En esta misma película aparece esta especie de falso documental que tiene que ver con un relato de Tutuola pero en la primera parte está la historia de un grupo, el Biafra Fashion Week, que busca a fines de los 70 secuestrar e intervenir el sistema financiero occidental que tiene base en Suiza. Se trata de una acción que pretende hacer justicia con los países más débiles y sometidos. ¿Cómo se te ocurrió unir ambas cosas?
— Es como cocinar. Es algo que generalmente sucede. Que uno no se lo pregunta pero sucede. Cuando empecé a escribirlo lo que tenía en mente era hacer algo típico de la época de la Guerra Fría, tipo El día del chacal, de Frederic Forsyth. Estaba pensando por ejemplo en una película que tuviera un personaje parecido a Charles De Gaulle y a otros personajes de la época. Pero, todo esto, sin los argumentos. O sea, tener las sensaciones y dar un poco la idea de esa anarquía de los 70. ¿Por qué uní todas esas cosas en la película? Porque en realidad a mí me parece aburrido hacer este tipo de ataques o sabotajes, digamos, o secuestros, entonces pensé vamos a hacerlo de una forma que sea realmente disruptiva, algo que nadie se espera. Algo totalmente diferente.
— La música de los tambores tiene mucha presencia.
— En el primer segmento, el del sistema financiero, utilicé el código Morse porque pensé que quería usar algo que fuera relativamente universal. Y después pensé “esto no está funcionando, parece poco rítmico y robótico”. No tengo nada en contra de los robots (risas). Pero después me acordé que era una práctica en Nigeria, especialmente en la parte occidental de Nigeria, utilizar los tambores para enviarse mensajes entre las personas cuando había cierta distancia. Y la localidad donde yo pasé mi niñez en Nigeria es como el hogar de estos tambores. Una percusión diferente a la de otros tambores porque no es que uno solo los escucha sino que también atraviesan el cuerpo. Y pensé que esa era la forma perfecta de transmitir el mensaje: aunque no leyeran lo que estaba en la pantalla, eso lo iba a comunicar.
— La irrupción de la inteligencia artificial genera fascinación pero también miedos, perturbación por lo inquietante que es. El temor de lo que pueda llegar a pasar si, finalmente, existe alguna vez la máquina que dominará al hombre. Todas esas fantasías que desde siempre conocemos. Pero tu trabajo está hecho con inteligencia artificial y muestra que es posible encontrar belleza, belleza humana, a partir de la inteligencia artificial.
— Primero quiero señalar que los humanos, especialmente en el mundo occidental, se piensan afuera de la naturaleza. Cuando nosotros pensamos que estamos afuera de la naturaleza también pensamos que la tecnología está fuera de la naturaleza. Por ejemplo, los algoritmos que se usan en la computación han sido utilizados durante milenios por la naturaleza para que las cosas sucedan. La gente le teme a la inteligencia artificial debido al mismo tiempo de alienación que tenemos con la naturaleza. Una de las cosas que trato de hacer en mi trabajo, o mejor dicho en mis prácticas también en la vida, es aprender las lecciones que nos enseña la computación. Las máquinas son extensiones nuestras, de los humanos. Entonces lo que trato es de desacelerar un poco porque la gente puede hacer cosas increíbles y también puede hacer cosas terribles. Han abusado muchísimo de la inteligencia artificial y esto es un síntoma de la cultura, es un problema que no tiene que ver con la inteligencia artificial, es un problema de la cultura. Y se está acelerando porque no lo hemos absorbido o asimilado de vuelta en el organismo. Entonces, la forma en que deberíamos abordar esto es tratar de no alienarlo de nosotros, de no alejarlo de nosotros. Tenemos que entender que hay una dimensión de máquina en los humanos, que hay una dimensión humana, no quiero decir que hay una dimensión humana en las máquinas sino que tenemos que entender que la tecnología viene de nosotros. Sale de nosotros.
*Más información sobre la muestra “Especulaciones”, de Onome Ekeh, en este link, que ofrece además una playlist con música del Afrobeat de los 70.