
Alejandro Rubio murió el miércoles por la tarde en un hospital público del barrio porteño de Liniers, rodeado de familiares y amigos que estuvieron junto a él en todo momento. Con Rubio se va una figura de la poesía contemporánea que supo intervenir con fuerza y destreza en la literatura argentina. “Puestos a observar la poesía reunida de Alejandro Valentín Rubio nos encontramos con una variedad de estilos difícil de hallar en algún otro de sus contemporáneos”, decía Ana Mazzoni en el prólogo de La enfermedad mental, el libro que diez años atrás compiló toda la obra de quien fuera uno de los grandes referentes de la poesía de los 90, junto a sus amigos y compañeros Martín Gambarotta, Daniel Hélder y Osvaldo Méndez, además de Washington Cucurto y Fernanda Laguna, entre otros.
La frase de Mazzoni es exacta. Rubio tenía la capacidad de pasar del barroquismo al objetivismo, del lirismo a la parodia, del humorismo al clasicismo, y experimentar con el español antiguo y también con un inglés rudimentario. En toda su obra, seguía la escritora, “el lector encontrará prácticamente todas las tradiciones poéticas en lengua española”.

Una poesía a contrapelo
Desde 1994, cuando publicó Personajes hablándole a la pared, Rubio dejó en claro que su programa iba a contrapelo de la política hegemónica del momento. En ese libro, que salió cuando Carlos Menem estaba a punto de ser reelecto, y luego en Música mala —que publicó en 1997, tras ocho años de analizar el menemismo—, hablaba de los olvidados, de los trabajadores que parecían despojos de esa Argentina que fantaseaba con avanzar hacia el primer mundo. Con una mirada que desmontaba —en sus palabras— las “ficciones autocomplacientes de la sociedad para contarse a sí misma”, podría decirse que el Rubio era un realismo que oponía una elección moral ante el utilitarismo y el individualismo de la economía neoliberal.
Pero esto no significa que fuera condescendiente con los desamparados, porque, como dice Mazzoni, su problema consistía en hacer una denunciar “sin caer en la elocuencia patética de la filantropía inefectiva, contenta con su propio sentimiento de la injusticia y no comprometida de algún modo contra ella”. En sus poemas, el rumbo estaba marcado por la línea que reúne estética, ética y política. La fuerza de sus poemas residía en versos que parecían gritos primales, pero que a la vez no perdían de vista lo formal: el verso “Me recontracago en la rechota democracia” (del poema “Carta abierta” incluido en Metal pesado) es un alejandrino donde cada hemistiquio comienza con la cacofonía dela sílaba “re”.

Una poesía marginada, un poeta central
El peronismo fue una clave de acceso para Rubio. Muchas veces se asumió como peronista, aunque sin dejar de comprender la contradicción que el movimiento político imponía a sus propios seguidores. Son muchos los escritores —con Marechal como mascarón de proa— que, por haberse definidos peronistas, quedaron excluidos del canon o en una zona marginal de las letras. “Eso podría explicar el insólito hecho de que algunos lectores y críticos confundan a Rubio con un escritor maldito”, decía Ana Mazzoni y aclaraba que “Rubio no es un poeta lumpen ni un marginal. Tampoco coloca a sus personajes en esa condición”.
La política aparece con recurrencia en Novela elegía, en Autobiografía podrida, también en La garchofa esmeralda (2010). Justamente en este libro amagaba una definición del porqué de su raíz peronista: “porque el peronismo le dio dignidad a la clase trabajadora (después se la quitó, con la anuencia de la misma clase, pero ese es un tema que el pensamiento político aún no ha resuelto)”.
La muerte de Rubio deja huérfanos a los lectores que, como él, buscan otra mirada, otra explicación, otro sentido. “El lugar que Rubio ocupa en la literatura”, decía Mazzoni, “está sin lugar a dudas entre aquellos escritores que se han preocupado por la vida de los hombres y el problema de su organización y felicidad. En la época en que nos toca vivir, ese lugar pronto debería ser definitivamente un lugar central”.

El poeta y periodista Martín Rodríguez (autor de Orden y Progresismo y Ministerio de Desarrollo Social, entre otros títulos), era amigo personal de Alejandro Rubio. Consultado por Infobae Cultura, lo despide con estas palabras:
—No conocí un lector más absoluto que Rubio. Un comentario suyo perdido en un blog en el que objetaba una crítica literaria o se desquitaba contra el comentario de otro lector anónimo perdido podía ser una pieza para grabar en mármol. Entre ese “descuido” por decir las cosas en márgenes así y tomarse completamente en serio lo que iba a decir nos daba su dimensión, fue el hermano mayor de mi generación. Y como amigo, un leal. Y con lealtad digo una forma de verdad y pertenencia a la amistad que incluía ponerle la sal de la verdad al café. Un grande, lo voy a extrañar toda mi vida.
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