
Como categoría de análisis, el rostro moviliza sentidos alrededor de cuestiones filosóficas (ser/parecer, humano/inhumano), antropológicas (identidades culturales, raciales, de género), psicoanalíticas (yo/otro, rostro/mascarada/semblant), políticas, especialmente relativas a la biopolítica de los cuerpos (construcción/destrucción, reconocimiento/desconocimiento, exhibición/ocultamiento) o vinculadas con grupos en pugna (el rostro del héroe, del enemigo, del agitador, de la víctima o del subalterno clandestino). Dichos sentidos involucran y afectan cuestiones que son también sociales, comunicativas (su presencia marca la pertenencia de los sujetos a una comunidad y su convivencia) y estéticas. Estas últimas concentran problemas de representación y autorrepresentación y permiten la articulación y apertura de los espacios de lo sensible, comprometen direcciones relativas a la mirada, la perspectiva, la visión y la voz. El rostro es una figura de límite, define e identifica al sujeto. Una lámina de piel, órganos y hueso en igual medida frágil y poderoso. Con estos elementos de la cara miramos, comemos, respiramos, hablamos, cantamos, nuestros músculos faciales se mueven, contraen y expresan emociones; así nos integramos a un espacio común de seres con rostro. Atentar sobre su condición humana, sea por un accidente o por violencia física o tortura, coloca la vida de un sujeto en un límite absoluto de desidentificación y precariedad. Portar un rostro que no responde a los modelos disponibles de belleza y salud, también (14).
En este libro diseminé y dediqué análisis y reflexiones a diversas situaciones donde exponer los rostros, aparecer en un estrado judicial, ofrecer la cara al familiar femicida no fueran más que las versiones de un malestar histórico de enfrentamientos de clases, de disminución del poder de los diferentes, de rencillas raciales, sexuales o políticas que aludían a la presencia de esas caras como un campo de fuerzas en tensión. En cada una de esas escenas y en aquellas que se presentaron bajo retóricas literarias o visuales destaqué las ideas que se ponían en juego para encarnar y sostener distintas posiciones políticas, vinculadas con esas gramáticas de acercamiento o separación de les otres. Desde este punto de vista, el rostro como ícono, como figura, tal vez no sea en sí mismo político, pero la exterioridad que esparce y dispersa concentra múltiples puntos de politización y de eso se ha tratado este libro (245).
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