
El Adviento es un tiempo litúrgico central para la Iglesia Católica que abarca las cuatro semanas previas a la Navidad. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, el Adviento actualiza la espera del Mesías. La Iglesia, al celebrar anualmente este tiempo, participa en la larga preparación de la primera venida del salvador y renueva el deseo ardiente de su segunda llegada.
Esta doble dimensión –memoria y esperanza– define la espiritualidad del Adviento e invita a los fieles a sumarse a la voz de Juan el Bautista: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya”.
La importancia de este periodo radica en su carácter de preparación espiritual para celebrar la Encarnación del Hijo de Dios. Esta espiritualidad contrasta con el clima comercial de la temporada, enfocando la atención en el sentido trascendente del nacimiento de Jesucristo.
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Las formas de preparación durante el Adviento son diversas. Se recomienda, ante todo, dedicar más tiempo a la oración, utilizando devociones como los Misterios gozosos del Rosario, la Corona franciscana y la Novena de Navidad.
Un paso esencial en este periodo es realizar una confesión y, cuando sea posible, participar en la Misa diaria y en la adoración eucarística, uniendo la vida cotidiana con el ritmo espiritual marcado por la liturgia.
El Adviento se vive como una “pequeña Cuaresma”, recordando la segunda venida de Cristo y reflexionando sobre la llamada a la santidad. Aunque no constituye estrictamente un tiempo de penitencia, se motiva al creyente al sacrificio, la oración y la generosidad, preparando el corazón para el encuentro con el Señor.
Durante los últimos días de este periodo, la alegría anticipa la llegada de la Navidad.

Los símbolos del Adviento acompañan este recorrido espiritual. La corona de Adviento, el calendario litúrgico, el árbol de Jesé y el pesebre (sin la imagen del Niño hasta la Nochebuena) se convierten en signos visibles de la espera y en recursos para la catequesis familiar.
Asimismo, las cuatro velas de la corona marcan cada semana: tres violetas y una rosa, replicando los colores de las vestiduras litúrgicas, símbolos de penitencia y esperanza.
El color violeta, expresa el carácter de espera y conversión propio de este tiempo, mientras la vela rosa del tercer domingo representa el llamado a la alegría.
La corona y sus velas recuerdan los tiempos previos al nacimiento de Jesús, en los que el mundo vivía en oscuridad espiritual, y marcan la progresiva llegada de la luz, que es Cristo mismo.

Así, el Adviento es más que una preparación para una fecha en el calendario: ofrece la oportunidad de renovar la fe, la esperanza y la caridad, y de vivir el misterio de la Navidad con mayor hondura espiritual.
Oración del cuarto día de Adviento
La celebración inicia con una invocación: "Nuestro auxilio es en el nombre del Señor“, a lo que todos responden: “Que hizo el cielo y la tierra”.
El rito incorpora dos lecturas bíblicas centrales. La primera, tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos (Rm 13,13-14), exhorta a vivir con dignidad y a “vestirse del Señor Jesucristo”. La segunda lectura, de la Segunda Carta a los Tesalonicenses (2 Tes 1,6-7), aborda el consuelo divino para los afligidos y el anuncio de la venida de Jesús entre sus fieles. Los participantes responden en cada lectura: “Te alabamos Señor”.
Luego se proclama: “Ven, Señor, y no tardes, nuevamente todos responden: Perdona los pecados de tu pueblo”.

Con ese contexto espiritual, el guía enciende la cuarta vela y dirige a la asamblea: "Bendigamos al Señor“, y todos responden: “Demos gracias a Dios”, acompañando el gesto con la señal de la cruz.
En el momento principal se lee el Evangelio según San Lucas (2:6-7), que narra el nacimiento de Jesús en el pesebre. La meditación invita a imitar la fe, esperanza y caridad de la Virgen María y San José, destacando la importancia de renunciar a todo lo que obstaculice el nacimiento espiritual de Cristo en cada persona.
El acto finaliza con la oración: “Derrama Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo”, con la respuesta de todos: “Amén”.
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