
Colombia enfrenta un desafío relevante en materia de seguridad agroalimentaria: la alta dependencia de la soya importada.
Este insumo, fundamental para la agroindustria y para los sectores avícola, porcino y bovino, continúa llegando en grandes volúmenes desde otros países. Durante 2024,
la demanda nacional alcanzó 2,95 millones de toneladas entre grano y derivados, un consumo que superó ampliamente la capacidad productiva local y que depende en más del 90 % de las importaciones.

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Aunque la Altillanura ha liderado la expansión del cultivo en el país, la producción sigue siendo insuficiente para cubrir las necesidades de la industria.
Ante este escenario, distintos gremios han consolidado programas que buscan incentivar la siembra nacional y abrir nuevas oportunidades productivas en más regiones. Uno de los proyectos más recientes es la iniciativa que desarrolla Fenalce en los departamentos de Huila y Tolima.
En esta etapa, 115 agricultores iniciarán la siembra de 575 hectáreas, con el respaldo de un esquema que contempla entrega de semillas certificadas, acompañamiento técnico permanente y apoyo para facilitar la comercialización.

El propósito es introducir la soya como alternativa dentro de los ciclos de rotación, una práctica que contribuye al manejo adecuado del suelo y mejora la disponibilidad de opciones para los productores.
Estas acciones coinciden con el interés de diversas instituciones de promover cultivos que ofrezcan estabilidad económica y reduzcan la exposición a la volatilidad internacional.
La soya continúa posicionándose como una opción atractiva para agricultores que enfrentan dificultades en otros cultivos, especialmente en contextos de fluctuación de precios o exceso de oferta.
En este sentido, la rotación con soya se ha convertido en una herramienta para diversificar ingresos y mantener la productividad en zonas con condiciones agroclimáticas favorables.
A este esfuerzo se suma un programa desarrollado en conjunto con la Bolsa Mercantil de Colombia, mediante el cual 750 productores del Meta recibirán semillas para 1.500 hectáreas adicionales hasta 2026.
La apuesta es demostrar que el cultivo puede expandirse hacia regiones distintas a la Altillanura y consolidar un mapa agrícola más amplio, con participación de pequeños y medianos agricultores. La identificación de nuevas zonas con potencial para la siembra constituye uno de los elementos centrales de esta estrategia.

El comportamiento reciente del cultivo muestra señales de crecimiento. Durante el primer semestre de 2025, se reportaron 93.728 hectáreas sembradas, lo que representa un incremento del 11,8 % frente al mismo periodo del año anterior.
No obstante, el país continúa siendo un importador estructural. Entre enero y julio de ese año, ingresaron 372.976 toneladas de grano, en su mayoría procedentes de Estados Unidos, además de más de un millón de toneladas de torta de soya destinadas a la elaboración de alimentos balanceados.
En materia de precios, la tendencia reciente evidencia una recuperación leve. En septiembre de 2025, el valor promedio nacional se situó en $1.751 por kilo, tras varios periodos marcados por fluctuaciones relacionadas con factores externos, como la oferta internacional y los costos logísticos globales.
Las iniciativas impulsadas por los gremios y entidades del sector apuntan a crear un entorno en el que la siembra de soya pueda consolidarse como una opción permanente dentro de la economía agrícola.
El fortalecimiento de los programas de asistencia, la ampliación de áreas sembradas y el acceso a semillas certificadas representan elementos clave para proyectar un crecimiento sostenido. Además, estas medidas buscan acompañar a productores que requieren alternativas productivas para enfrentar los desafíos de la agricultura regional.
Los programas también buscan contribuir a disminuir la dependencia de importaciones, un objetivo relevante para garantizar estabilidad frente a cambios internacionales en la oferta o en los precios.
De igual manera, se espera que estas iniciativas promuevan condiciones para que más regiones se sumen a la producción, ampliando la diversidad geográfica del cultivo y generando nuevas oportunidades para comunidades rurales.
En conjunto, estas acciones representan un avance dentro de los esfuerzos del sector por consolidar la soya como un cultivo estratégico y con potencial de crecimiento en Colombia.
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