
El 13 de noviembre de 1985 se registró una de las peores tragedias registradas en Colombia, en donde la erupción del volcán Nevado del Ruiz provocó la muerte y desaparición de más de 20.000 habitantes del municipio de Armero, en el departamento del Tolima.
Han pasado 40 años desde que se registró el desastre natural; sin embargo, los sobrevivientes de la tragedia siguen sin olvidar el momento en el que pensaron que el mundo se había acabado.
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Un ejemplo de ello es Jaime Mendoza, que en el lodo perdió a varios integrantes de su familia, incluyendo a uno de sus hermanos, a su esposa y su único hijo en ese momento.
En diálogo con Infobae Colombia, el nacido en Armero contó cómo vivió la noche de la tragedia y los meses posteriores de la erupción, en los que recorrió Colombia buscando a su núcleo familiar.
“Es algo que uno intenta olvidar”

Antes de comenzar la entrevista, Jaime Mendoza indicó que lo registrado en Armero es algo de lo que prefiere no hablar, puesto que es un hecho lleva varios años intentando olvidar por completo.
Mendoza comenzó relatando lo que era su rutina diaria antes de la tragedia, en la que sus días pasaban por trabajar, pasar tiempo con su familia y estudiar en las noches.
“Yo trabajaba en un taller, era una vida normal: salir a trabajar y regresar a su casa. Eran días normales, en los que yo estudiaba en la noche, no se escuchaba nada de lo que iba a pasar, nadie pensaba que iba a estallar un volcán. Sabíamos que había una represa con una piedra grande y ya, era la vida normal de un pueblo”.
Sobre el 13 de noviembre de 1985, afirma que pensaba que se trataba de una inundación; además, sigue sin saber de qué forma encontró a su madre y hermanos en medio de la oscuridad para refugiarlos.
“Ese día fue lluvioso, yo llegué como a las ocho de la noche a la casa y me acosté a dormir. Mi hermano llegó golpeando a la puerta para decirme que se había inundado el pueblo, me bajé al piso y tenía el agua hasta las rodillas. La gente estaba corriendo, pero, pensábamos que era solo agua. Íbamos caminando cuando se escuchó la primera explosión. Corrimos con suerte porque yo vivía derecho al cementerio y en el camino encontré a mi mamá. Aún no sé como los vi, eran las diez de la noche y estaba oscuro. Yo todos los días de mi vida me pregunto, cómo me encontré a mi mamá en medio de la oscuridad”.
Sin revelar en que momento perdió de vista a su esposa, Jaime Mendoza y sus familiares se ubicaron en la parte alta de la montaña, minutos después intentaron salvar a algunos vecinos, pero el lodo los obligó a volver a subir nuevamente.
“La primera se arrastró todo. Duramos diez minutos allá y bajamos a rescatar personas. Había un montón de electrodomésticos que se amontonaron contra la loma. Los carros quedaron mirando hacia arriba con las luces prendidas, entonces veíamos todo, alcanzamos a salvar a algunos y fue cuando sonó la segunda. Se quedó mucha gente ahí”.

Tras horas de oscuridad, en las que intentaron refugiar a las personas que estaban cerca de la orilla de lo que llamó una ‘playa’, el amanecer hizo que los sobrevivientes pensaran que eran los únicos en el mundo.
“Nos quedamos toda la noche salvando gente, por toda la orilla de la playa, estirando la mano. Cuando amaneció fue todo diferente. Yo miraba y dije ‘Se acabó el mundo’, no veía nada en ningún lado. Armero no estaba en ninguna parte, no podíamos cruzar para ningún lado”.
Al retroceder en el tiempo, Jaime Mendoza comenzó a explicar lo que en ese momento asociaba con el apocalipsis y un castigo divino.
“En la noche decían que eran bolas de fuego, pero no, era que había una empresa de gas y en el impacto se prendió la agencia de gas. Comenzaron los cilindros a salir para todo lado, esa era la lluvia de candela de la que hablan algunos, que dicen que es un castigo por una maldición”.

Las jornadas en las que permanecieron en la montaña intentaron salvar a los sobrevivientes los hizo testigos de un centenar de muertes que Jaime Mendoza sigue sin olvidar.
“Ahí duramos tres días. Recuerdo cuando vimos el primer helicóptero que decía que Armero había desaparecido, ahí entendimos que el mundo no se había acabado, pero Armero sí. Sacábamos heridos y muertos, los amontonábamos en la orilla y veíamos gente destrozada. Recuerdo un viejito que estaba abrazado con la señora, ella estaba muerta y él pedía que lo dejáramos ahí”.
En las imágenes que siguen presentes en su cabeza, Mendoza indicó que recuerda perfectamente como los menores de edad flotaban alrededor de la “playa”. “Había una cantidad de niños en el agua, ellos por lo pequeños flotaban, se acumulaban seis o siete cuerpos, todos boca abajo. En el proceso de rescate sacaban gente con los helicópteros sin saber que estaban atorados, terminaban partiéndose por la mitad”.
Con la incertidumbre sobre la integridad de sus seres más cercanos, los sobrevivientes de su familia aceptaron ser trasladados a Bogotá y abandonar para siempre lo que un día llamaron hogar.
“Nosotros estábamos buscando familia. No aparecía mi abuelo, mi abuela, mis tíos, mi hermano, que al final se quedó allá. En todo lo que buscamos solo encontramos un primo. Al final nos reunimos todos y ya, nos fuimos el viernes. Nos tocó salir de donde nunca habíamos salido, yo solo conocía de dos ocasiones Bogotá”.

Dos años de búsqueda y una herida que sigue abierta
Tras arribar a Bogotá, Jaime Mendoza comenzó un recorrido en el que pasó por todos los albergues del país con la ilusión de encontrar a su esposa e hijo, o alguien de su núcleo familiar.
“Llegamos a un convento, pero me fui para andar por muchas ciudades, en donde hubiera gente, allá llegaba. Estuve en Neiva, Pereira, Medellín, en todos los lugares en los que había refugios. Allá revisaba los listados de nombres para confirmar si había algún familiar. Solo encontré a una prima a la que no reconocí porque estaba desfigurada, pero ella sí me conoció. Recorrí durante dos años, de albergue en albergue, pero no apareció mi otro hermano, mi esposa ni mi niño”.
En ese proceso encontró a uno de sus hermanos, del que reconoce, aún no sabe como se salvó, puesto que la tragedia de Armero es un tema vetado en las reuniones familiares.
“Le voy a contar. Nosotros no hablamos de esto nunca, no nos comentamos nada. Yo no sé en donde paso las noches, ni él me ha preguntado. No sé por qué, es como un escudo que uno se pone. Perdimos un hermano y nunca nos hemos sentado a hablar de él, nos curamos en preguntarnos esas cosas”.
Cuando una persona muere, habitualmente sus allegados pueden velarlo y despedirse de alguna forma del ser querido; sin embargo, para Jaime Mendoza y su familia este proceso fue algo que nunca se registró.
“El problema de caminar era que había una ilusión, era buscar pensando que los iba a encontrar. Usted se resigna de que no hay nada, después de dos años solo quedaba esperar, de pronto un golpe en la cabeza y ellos no se acordaban, pero no. Uno no los olvida, uno aprender a vivir con la situación, yo siempre viví con la esperanza, hoy pienso que fallecieron porque ya se habría conocido algo y más que nosotros andamos por todos lados”.

Mendoza recordó que tras concluir que el resto de su familia había muerto, intentó comenzar desde cero, pero en ese momento ser un sobreviviente de Armero era un condicionante para ser involucrado en la sociedad.
“Nos pusimos a trabajar en el convento y así se pasaba el tiempo, como yo sabía manejar, me puse a trabajar en eso. Cuando salimos de ahí ya empezamos a hacer cosas, porque a nosotros no nos dejaban hacer cosas. Yo intenté prestar servicio militar y no me dejaron, pensaban que teníamos algo psicológico y no podían darnos armas ni nada de eso”.
A pesar de que durante meses pensó que en realidad estaba siendo juzgado equívocamente por los demás, con el paso del tiempo entendió que lo registrado en Armero le generó traumas que lo han acompañado por el resto de su vida.
“Yo creía que no, pero una noche, en el convento, pasó un avión cerca, todos, todos nos levantamos, voltearon las camas, ahí entendí que sí, estábamos enfermos. Yo por lo menos no me quedo en zonas en las que esté el río cerca, no sé por qué, pero no puedo, le tengo respeto”.

Años más tarde, la vida lo volvió a cruzar con Armero, puesto que se enamoró y formó un hogar con una sobreviviente de la tragedia, con la que no se conocía antes de la erupción del volcán y tampoco habla sobre ese tema a pesar de los años que llevan juntos.
“A la familia de ella no la conocía. Nos conocimos en un trabajo. Ella perdió más familia, pero tampoco le pregunto nada de eso. Nosotros de allá no hablamos nada, solo sé que a ella le cayó una pared encima y la sacó un cuñado, vivián una casa grande en la que estaban todos, los hijos de los hijos vivían en un solo lado”.
40 años después, este 13 de noviembre, Jaime Mendoza volverá a Armero, un lugar que evita para no tener que recordar como era su vida antes de la tragedia. “Yo casi nunca voy a Armero, este año si voy a ir, no me nace porque hay gente que no conozco, ya somos viejos. Me da nostalgia, sentimiento, no hay nada de lo que usted conoció, por eso yo evito ir”.
Por último, Jaime Mendoza afirmó que en caso de que no se hubiera registrado la emergencia, seguramente seguiría viviendo en Armero, además, aprovechó la oportunidad para exponer su frustración por no haber sido alertados sobre el desastre natural que el gobierno de turno sabía que se iba a registrar.
“Yo estaría allá, era un pueblo que estaba creciendo, no habría tenido la necesidad de irme. Claro, si hubiera sabido que se iba a acabar, uno sale corriendo… Yo escuché a un personaje que dijo que no se podía ubicar a 20.000, era más fácil buscar lo que había quedado. Somos un país que solo piensa en uno. Ellos lo sabían, y claro, existió rabia, frustración, porque ellos sabían, pero les importó más la plata que la gente“.
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