
Las remesas siguen consolidándose como uno de los motores financieros más estables para Colombia. En julio, los trabajadores en el exterior enviaron al país USD1.428 millones, cifra que confirma la tendencia de superar los USD1.000 millones mes a mes. Estos recursos, que se destinan principalmente al consumo y al sostenimiento de familias, se convirtieron en un factor clave para amortiguar la desaceleración en otros frentes de la economía nacional.
Mientras tanto, la inversión extranjera directa (IED) muestra un panorama menos alentador. Aunque julio cerró con un leve repunte —USD907 millones, un 2,5% más que en el mismo mes de 2024—, el balance del año continúa en rojo. Entre enero y julio de 2025 el país recibió USD5.750 millones, lo que significa una caída del 21% frente al mismo periodo del año pasado.
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El informe del Banco de la República detalló que la mayor parte de esos capitales provino de la minería y el petróleo, que sumaron USd4.300 millones. Sin embargo, incluso este sector, históricamente el más atractivo para la inversión extranjera, se redujo en 15,8%. La situación es más crítica en las actividades no extractivas, en lo corrido del año apenas lograron captar USD1.450 millones, un desplome del 32,8%.
Julio ofreció un matiz distinto. En ese mes los sectores distintos a hidrocarburos crecieron 34%, alcanzando USD237 millones, mientras que los flujos hacia la industria extractiva disminuyeron 5,3% y se ubicaron en USD670 millones. Este comportamiento sugiere un interés creciente por diversificar la llegada de capitales, aunque insuficiente para compensar la fuerte caída acumulada.
Otro aspecto que resaltó el banco central fue la expansión de las inversiones que los colombianos realizan en el exterior. A través de empresas y participaciones, estos flujos alcanzaron USD318 millones en julio, casi el doble de los USD177 millones registrados en el mismo mes del año pasado, lo que equivale a un crecimiento cercano al 80%.

La combinación de estos movimientos plantea desafíos importantes. Por un lado, la menor IED en sectores estratégicos implica menos recursos para financiar proyectos de largo plazo y limita la generación de empleo en áreas clave. Por otro, el incremento en las remesas y en las inversiones de colombianos fuera del país refleja una economía con fuertes vínculos transnacionales, donde los hogares y empresarios buscan estabilidad en otros mercados.
En suma, los datos de julio dejan un mensaje mixto, aunque la inversión extranjera dio un respiro puntual, la tendencia general es de contracción. El contraste con las remesas, que siguen creciendo con fuerza, muestra el reacomodo de los flujos financieros hacia el país y subraya la necesidad de políticas que fortalezcan la atracción de capitales más allá de los hidrocarburos.
La realidad detrás de las cifras
El cuadro que dejan los datos es de reacomodo de flujos, menos capital productivo del exterior y más ingresos por remesas. Eso tiene consecuencias distintas sobre crecimiento, empleo y estabilidad macro. La IED, al caer y concentrarse en extractivas, reduce el músculo para ampliar capacidad instalada en manufactura, agroindustria, tecnología y servicios modernos. Sin ese capital, que suele traer know-how, proveedores y estándares, el avance en productividad total de factores se enfría y el crecimiento potencial se recorta.

Las remesas, en cambio, actúan como estabilizador de corto plazo, sostienen el consumo de los hogares, amortiguan choques y mejoran el ingreso disponible en regiones receptoras. Pero su impacto en formación de capital es limitado si no se canalizan hacia inversión; tienden a impulsar comercio y vivienda, menos innovación. En precios, pueden añadir presión en rubros de servicios locales y arriendos en ciudades con alta recepción.
En la balanza de pagos, más remesas alivian el déficit en cuenta corriente, pero la menor IED complica el financiamiento estable del país. Si además crece la inversión de colombianos en el exterior, el saldo neto de la cuenta financiera puede tensarse, aumentando la sensibilidad del tipo de cambio a ciclos de apetito por riesgo. Fiscalmente, menos IED implica menores bases futuras de recaudo y regalías fuera del petróleo, justo cuando se requieren recursos para transición energética y cierre de brechas.
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