
En las alturas del Cerro de Guadalupe, en Bogotá, se entretejen relatos que combinan historia, mitología y misterio. Según un antiguo relato, los muiscas, habitantes originarios de la región (Bacatá) antes de la llegada de los conquistadores españoles, ocultaron un tesoro sagrado en las profundidades de esta montaña.
Entre los objetos más valiosos se encontraría un venado de oro macizo, una ofrenda destinada a sus dioses guías, que fue escondida junto a joyas, esmeraldas y otros artefactos rituales para protegerlos de la codicia de los conquistadores. Este tesoro, según los relatos compartidos por Howard Gutiérrez de Conexión Enigma, permanece resguardado por espíritus ancestrales y trampas diseñadas para evitar que caiga en manos profanas.
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De acuerdo con la tradición oral, la historia del venado dorado fascina a aventureros y buscadores de tesoros durante siglos. Uno de los relatos más conocidos es el de Diego Barreto, un portugués exiliado que llegó a Bogotá en el siglo XVII. Movido por la ambición, Barreto dedicó su vida a encontrar el mítico tesoro.
Según las narraciones, una noche de luna menguante logró localizar la cueva en el cerro y, al adentrarse, encontró la figura del venado de oro. La codicia lo llevó a arrancar los cuernos de la estatua, lo que desató una serie de eventos sobrenaturales. La cueva tembló y un alarido estremecedor resonó en la montaña. Barreto huyó con los cuernos, pero su vida estuvo marcada por desgracias hasta su muerte, que ocurrió en circunstancias extrañas. Se dice que fue hallado en una taberna con una expresión de terror absoluto, y que durante sus últimos días aseguraba escuchar el galope de un venado invisible que lo acechaba.
En este contexto de misterio y eventos paranormales, Conexión Enigma también recogió y compartió testimonios de personas que se han visto involucrados directamente con la historia del venado de oro de Guadalupe. El primero de estos, trata de un vigilante que trabajaba en las cercanías del Cerro de Guadalupe. Este hombre relata una experiencia inquietante ocurrida durante un turno nocturno.

Según su relato, mientras realizaba su labor, comenzó a escuchar interferencias en su radio, seguidas de una voz que parecía hablar en un idioma antiguo, posiblemente relacionado con los muiscas. Poco después, escuchó lo que describió como cascos de un animal trotando en círculos alrededor de su garita, aunque la densa niebla impedía ver cualquier cosa. Al salir con una linterna, no encontró rastro alguno, pero el sonido persistía.
“Yo me dije a mí mismo que me estaba sugestionando. Me volví a meter a la garita y no duraba mucho tiempo. Ahí, cuando los pasos volvían y empezaban, seguían una y otra vez. Adentro, comencé a gritar que iba a llamar a la policía, que eso era propiedad privada y que estaba armado. Nada de eso era verdad. ¿Pero así somos de Tramadores, no? Yo estaba cagado del miedo, pero algo que me había enseñado mi papá y mis abuelos era enfrentar a los espantos. Ellos decían que así se alejaban a las brujas, a los duendes y a los fantasmas insultándolos y parándose duro”

El vigilante asegura que, en medio de la niebla, logró distinguir una figura que describió como una mezcla entre un venado y un humano, con patas de chivo y un brillo amarillo intenso. La criatura, de aproximadamente cuatro o cinco metros de altura, parecía tener un cuerno faltante, lo que le recordó la leyenda del venado de oro.
“Voy a tratar de detallarlo en su parte de arriba, digamos que del tronco para arriba era como un venado, pero para abajo era como un humano pero con patas de chivo. Este brillaba, emanaba una luz muy amarilla. Era enorme, como de cuatro o cinco metros. Era como ver un extraterrestre, o eso creo yo; no me podía mover. Sentí que estaba atado al piso. Y también cuando uno siente que algo malo está a punto de pasar”
Según su relato, la radio volvió a emitir sonidos, esta vez con una voz rasposa que repetía insistentemente la palabra “devuélvelo”. La figura desapareció en la niebla, dejando al hombre paralizado por el miedo. Tras este encuentro, el vigilante pidió ser trasladado a otro puesto de trabajo y asegura que desde entonces ha tenido pesadillas recurrentes en las que el venado lo observa y lo guía hacia una cueva.

El Cerro de Guadalupe, aunque menos conocido que su vecino Monserrate, es escenario de múltiples relatos que alimentan su aura de misterio. Según el relato del vigilante, compartido por Howard, muchas personas evitan visitar este lugar, atribuyendo su poca afluencia a una energía particular que emana de la montaña. Los relatos de encuentros sobrenaturales, como el del vigilante, refuerzan la percepción de que este cerro guarda secretos que trascienden el tiempo y la lógica.
La conexión entre los relatos históricos y las experiencias contemporáneas sugiere que las leyendas del Cerro de Guadalupe siguen vivas en la memoria colectiva de Bogotá. Los mitos de los muiscas, los relatos de aventureros como Barreto y los testimonios actuales se entrelazan para formar un mosaico de historias que continúan fascinando a quienes se atreven a explorar los misterios de esta emblemática montaña.
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