500 kilos de dinamita –se estima que pudo haber sido 700–, no fueron suficientes para que el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, junto con Gonzalo Rodríguez Gacha, alias El Mexicano, cumplieran su cometido de asesinar al que fue un aliado estratégico de los carteles de la droga, pero que a la vez guardaba la imagen de ser su principal perseguidor: Miguel Maza Márquez, entonces director del extinto Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), condenado a 30 años de prisión, el 23 de noviembre de 2016, por su participación en el magnicidio del entonces candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento, el 18 de agosto de 1989.
Fue un día antes de que llegara el tradicional Día de las Velitas, miércoles 6 de diciembre de 1989, en el sector de Paloquemao, localidad de Los Mártires (Bogotá), la fecha en que se materializó el plan criminal que se venía “cocinando” desde hacía meses atrás, cuando un miembro del cartel de Medellín, liderado por Escobar, se ennovió con una empleada del complejo administrativo; esto, con el propósito de obtener información privilegiada que permitiera implementar las mejores herramientas para llevar a cabo el atentado contra Maza Márquez.
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Precisamente, aquella empleada le confirmó al sujeto que la oficina del director del DAS estaba ubicada en el noveno piso, y que, además, era la única oficina blindada del edificio. Por ello, los criminales optaron por conseguir los 500 kilogramos de explosivo y así “garantizar” el alcance y éxito del operación.
Así se planeó y ejecutó el atentado al edificio del extinto DAS
Para el momento de los hechos, los minutos y los movimientos previos eran cruciales para que los explosivos dieran con el objetivo, por lo que alrededor de las 7:15 a. m., un bus con emblemas de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, cargado con la dinamita importada de Ecuador, ya estaba transitando por la calle contigua al edificio.
A esa hora el sector, como de costumbre, era ampliamente concurrido, pues en el complejo administrativo se realizaban diligencias de orden judicial que actualmente están asumidas por la Fiscalía General de la Nación. Tal era el caso de las dos hermanas de Alberto Figueroa, trabajador de una ferretería cercana, que justo ese día fueron al edificio a realizar una diligencia, pero nunca aparecieron. “Vinieron por primera vez a sacar el pasado judicial y madrugaron a las 6:00 a. m. a hacer la cola, pero a esta época no las hemos encontrado todavía”, afirmó en entrevista con Noticias Caracol, en 2020.
También, hacia las 7:20 a. m., William Andrés Ortiz González, en esa época con escasos 10 años, esperaba en una esquina a su mamá para desayunar juntos, que indicó que entraba un momento al edificio: “Me dice: ya vengo, papito, para que desayunemos juntos. Ella entra a dejar el bolso”, fueron las palabras que recuerda Ortiz, citadas por Noticias RCN.
Eran alrededor de las 7:30 a. m. cuando, ya ubicado en la esquina de la carrera 28 con la calle 18A, el vehículo fue abandonado, se cuenta, con peso en el acelerador para que siguiera su objetivo; esto, le dio tiempo al temerario criminal de que fuera recogido por uno de sus cómplices.
Siendo exactamente las 7:33 a. m., se escuchó la detonación que retumbó sobre 10 cuadras a la redonda, dejando un cráter de 13 metros de diámetro y cuatro de profundidad. El saldo del atentado fue devastador: 70 muertos y al menos 700 heridos. El impacto fue tan trágico, que incluso algunos cuerpos nunca fueron encontrados. Versiones indican que el vehículo rodó lentamente y explotó cuando se estrelló con un camión de frutas, evitando así que chocará el edificio del DAS, que auguraba una catástrofe mucho peor.
“Estoy esperando a que me sirvan el desayuno, cuando de repente, de una forma muy fuerte, un estallido que se escucha de una forma estruendosa (...). Vinieron y me sacaron, me rescataron, pero yo no me acuerdo absolutamente de nada”, relató Ortiz, que horas más tardes, entre el humo, la confusión y los escombros, vio salir a su mamá con vida del edificio. “Fue un favor de Dios. No más. Un hecho pues sobrenatural. No me tocaba a mí ni a mi mamá”, añadió al medio citado.
Esta barbarie, que cobró la vida de funcionarios administrativos, detectives, transeúntes y comerciantes que tenían sus locales en los alrededores del edificio, no cumplió con el objetivo por el que se planeó pues, a las 7:45 a. m., Miguel Maza Márquez salía ileso entre los escombros y restos de los cuerpos de los trabajadores del noveno piso.
Y es que son innumerables los recuerdos de sobrevivientes y testigos de lo que ocurrió ese día, pero muchos coinciden en una sola frase: “Creí que era el fin del mundo”. Hernando Jiménez Ñungo, que fungía como detective en el DAS, relató a El Tiempo que sintió cómo la detonación impactó directamente su cara, y fue tal el efecto, que su ojo izquierdo se estalló. “El rostro me quedó cubierto de cemento, vidrios y tierra. (...) Me quería morir. Sentí que se me estalló el ojo izquierdo, traté de sostenerlo con la mano y de empujarlo. Creí que me podían reconstruir el ojo, por eso nunca lo solté. Era como tener un huevo”, expresó.
Por su parte, Gonzálo Villalobos, socorrista de la Cruz Roja, que para ese momento fue convocado a atender la emergencia, indicó que las escaleras del edificio desaparecieron, pero muchos funcionarios, aturdidos y con poca visibilidad, no se percataron y, en su afán por huir, terminaron cayendo al vacío. “La mayoría de la gente trató de evacuar por las escaleras. Desafortunadamente no existían las escaleras porque colapsaron y muchos cayeron por el foso, y ahí encontramos los muertos”, dijo a Noticias Caracol.
“A nosotros nos arrancaron la felicidad, nos arrancaron el seno materno. Nos quitaron ese ser que estaba allí, el ser que nos dio la vida”, lamentó Durley Castro Monroy, que perdió a su mamá en el atentado siendo muy niña.