Abejas prehistóricas convirtieron huesos milenarios en su colmenar

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En una cueva de hace miles de años, lechuzas gigantes devoraban el botín de sus cacerías. Los ojos de estas aves eran aparentemente más grandes que sus estómagos, y regurgitaban egagrópilas ricas en huesos sobre el suelo de la cueva.

En el proceso, las aves ayudaban sin saberlo a las abejas. Científicos que analizaron los fósiles de la cueva, en la actual República Dominicana, descubrieron recientemente extraños sedimentos alojados en las cavidades dentales de cráneos de roedores. En un artículo publicado el miércoles en la revista Royal Society Open Science, los científicos postulan que los restos de forma ovalada representan los nidos petrificados de abejas prehistóricas.

Según Lazaro Viñola López, paleontólogo del Museo Field de Chicago y autor principal del artículo, las capas de huesos de la cueva eran ideales para las abejas. "Era una situación perfecta, con muchos fósiles en descomposición que carecían de dientes", dijo. "Estas cámaras proporcionaban protección a los nidos de las abejas".

Viñola López conoció el yacimiento durante sus estudios de doctorado en el Museo de Historia Natural de Florida. Un colega les sugirió que excavaran Cueva de Mono, una cueva en República Dominicana que un terrateniente local había intentado convertir en una fosa séptica sin éxito. Viñola López y otro estudiante de doctorado, Mitchell Riegler, se aventuraron en la cueva y descubrieron miles de huesos, depositados a lo largo de los últimos 20.000 años.

Hasta ahora, el equipo ha identificado los restos de unas 50 especies de vertebrados, como perezosos, lagartos, tortugas e incluso cocodrilos. Cueva de Mono es especialmente rica en fósiles de parientes extintos de las jutías, un grupo de roedores caribeños de complexión robusta. Las pruebas sugieren que estos fósiles parcialmente digeridos fueron introducidos en la cueva por parientes prehistóricos de la lechuza común.

A medida que la tierra se adentró en la cueva, fue cubriendo el amasijo de fósiles y llenó de sedimentos las cavidades óseas. Cuando el equipo limpió el polvo de los huesos en el laboratorio, Viñola López observó que algunas cavidades dentarias contenían estructuras extrañamente lisas que le recordaban a capullos de avispa fosilizados.

Para describir las estructuras, los investigadores escanearon los cráneos de los roedores mediante microtomografía computarizada y crearon copias digitales tridimensionales de las estructuras sedimentarias, que eran más pequeñas que la goma de borrar de un lápiz.

Una inspección más minuciosa reveló que estas estructuras de múltiples capas mostraban la destreza artesanal de una abeja.

La inmensa mayoría de las abejas construyen nidos subterráneos, que van desde simples madrigueras hasta complejas agrupaciones. Suelen recubrir sus nidos de una sustancia cerosa e impermeable que protege a las larvas y el polen que comen.

Las estructuras halladas en las mandíbulas de los roedores eran sorprendentemente similares a los nidos de las abejas modernas. Algunos incluso contenían granos de polen antiguo. El equipo también observó nidos en el hueco de las vértebras de un roedor y en una cavidad dentro del diente de un perezoso terrestre.

No se conservó ninguna de las abejas, por lo que resulta difícil identificar la especie que dejó los nidos. Sin embargo, según Phillip Barden, biólogo evolutivo del Instituto de Tecnología de Nueva Jersey que no participó en el estudio, los nidos fosilizados proporcionan una gran cantidad de información sobre la ecología y el comportamiento de la especie.

Los investigadores proponen que una sola especie de abeja dejó los restos fósiles. Los científicos la denominaron Osnidum, de las palabras latinas para "hueso" y "nido". La existencia de nidos en múltiples capas de huesos revela que las abejas volvieron a los fósiles del yacimiento durante cientos, o incluso miles, de años. La cavidad dental de un roedor contenía seis generaciones de nidos apilados unos sobre otros.

Aunque se sabe que las abejas pueden construir nidos en el interior del barro, estiércol e incluso conchas de caracol llenas de arena, la Osnidum es la primera abeja conocida que construye nidos dentro de huesos de animales.

Estos insectos son tan solo la segunda especie de abeja de la que se tenga conocimiento que anida en cuevas. Es probable que no tuvieran otra opción, según Riegler, coautor del nuevo artículo que sigue trabajando en el Museo de Historia Natural de Florida. Señala que la zona circundante está formada por piedra caliza gruesa, y la poca tierra que se acumula es arrastrada por el agua a lugares como Cueva de Mono.

A Barden no le sorprende que las abejas volvieran a la cueva cuando encontraron un lugar seguro para resguardar a sus crías.

"Cualquier puerto en una tormenta", dijo, "o cualquier cráneo en una cueva".