
Los propietarios del negocio dicen que los ladrones que huyeron con 449 kilos de caracoles seguro eran expertos.
No fue tanto así como el atraco al Louvre, pero para un pueblo del noreste de Francia, el reciente robo de caracoles con valor de más de 100.000 dólares de una granja local, justo cuando inicia la temporada alta de consumo por vacaciones, se le acerca bastante.
La familia propietaria del negocio cree que el objetivo del robo, y sobre todo el momento en que este sucedió, sugieren que quien lo hizo conocía a fondo la esotérica industria del escargot, el caracol comestible.
Según la Federación Nacional de Helicicultura de Francia, que representa a los criadores de caracoles, los franceses consumen unos 16,7 millones de kilos de estos moluscos al año. Gran parte de este consumo sucede en Navidad y Año Nuevo, como demuestra la inevitable publicación anual de recetas navideñas de escargots en las revistas francesas.
El robo parece haber sido programado para coincidir con este periodo de demanda excepcional.
"El escargot es un plato bastante raro. Es caro y suele servirse en Navidad o en grandes acontecimientos", dijo Inès Dauvergne, de 20 años, que trabaja en la empresa de caracoles de su familia y cuyo padre, Jean-Mathieu, descubrió la semana pasada que les habían robado casi todas sus existencias navideñas.
"Creemos que era gente que sabe --un conocedor o profesional-- para poder robar las existencias de un año justo en estas fechas", dijo.
El 24 de noviembre, dijo, su padre fue a trabajar como de costumbre a L'Escargot des Grands Crus, el negocio que sus padres iniciaron en 1999. Ahora consta de una granja de caracoles, una tienda, laboratorios y cocinas, y aquella mañana, nada más llegar, se dio cuenta de que algo andaba mal.
La puerta de la tienda estaba abierta. Las puertas de las cocinas y los laboratorios, donde se cocina y experimenta con los cultivos, también estaban abiertas, y los cajones de la oficina estaban vacíos de dinero. Lo más alarmante era que habían desaparecido casi todos los escargots, es decir, 449 kilos de caracoles frescos y congelados.
Esas existencias estaban destinadas a hacer frente a la gran demanda de la temporada navideña. "Justo antes de Navidad, nos encontramos sin gran cosa", dijo Dauvergne.
La policía aún no tiene sospechosos, dijo, y la familia se esfuerza por enfrentar la pérdida.
Los Dauvergne son parte de unos pocos cientos de familias que se dedican a la cría de caracoles en Francia, donde las existencias de moluscos silvestres se han agotado, la normativa limita su recolección y su cultivo no satisface la demanda.
La gente ha comido caracoles desde hace al menos 170.000 años, y los caracoles han sido un aperitivo en el Mediterráneo por cerca de 30.000 años. Se saborean en Italia, España, el norte de África, partes de Asia y el Caribe.
Gran parte del crecimiento del mercado mundial del caracol, valorado en unos 700 millones de dólares anuales según algunas estimaciones, está impulsado por la demanda de estos moluscos para el cuidado de la piel. La mucina de caracol está de moda en los productos de belleza coreanos, un negocio internacional en auge, así como en productos farmacéuticos y alimentos.
En Francia, los productores locales solo representan alrededor del 5 por ciento del mercado, según la federación nacional de cría de caracoles. Los pequeños productores franceses de caracoles dicen que luchan contra productores más grandes en el extranjero y se enfrentan a condiciones difíciles. Durante los cierres por la covid, por ejemplo, las ventas durante fiestas clave cayeron en picada.
Los Dauvergne producen unos 350.000 caracoles al año, que venden por internet, en mercados y a clientes de alto nivel como Le Parc, un restaurante con dos estrellas Michelin de la cercana ciudad de Reims. Forman parte de una red de cultivadores al servicio de empresas regionales que atienden a los numerosos enoturistas de paso. Su granja de caracoles es en sí misma una atracción turística, que promete una degustación de caracoles y una presentación sobre el cultivo de moluscos.
Como los caracoles tardan aproximadamente un año en alcanzar la madurez, no hay forma de compensar las pérdidas del robo a tiempo para la fiebre navideña, dijo Dauvergne. Otros criadores de caracoles se han mostrado "solidarios", dijo, y han ofrecido suministros para ayudar a la familia a cumplir sus obligaciones contractuales.
La familia se enteró del interés mundial por su difícil situación luego de que unos clientes les informaran sobre las noticias llegadas de Francia, Europa y Asia. Dauvergne dijo que esperaba que la gente que conociera la historia de su familia apoyara a otras pequeñas empresas y agricultores.
Dijo que había un punto positivo.
A los caracoles reproductores, los que ponen huevos, no se los llevaron en el robo, quizá porque no pueden venderse para su consumo inmediato. La familia puede planear cultivar y criar un nuevo suministro de caracoles.
"El año que viene, si la temporada es buena", dijo Dauvergne.
Ephrat Livni es reportera del Times y cubre noticias de último momento en todo el mundo. Radica en Washington.
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