El mejor amigo del hombre como símbolo cinematográfico

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¿Quién es un buen chico? En las películas, la respuesta suele ser un perro de ojos tiernos, nariz húmeda y encanto inefable. A veces, el perro es un cachorro que salta de alegría; en ocasiones, su andar es inseguro y su hocico conmovedoramente gris. Los perros de película pueden ser solo parte del decorado, aunque en ocasiones dan una moraleja. Los perros pueden ser cómicos, adorables, heroicos o trágicos; mucho depende de sus humanos porque, aunque el hombre rara vez muerde al perro, sí ejecuta abusos indecibles sobre su supuesto mejor amigo.

Últimamente, he estado pensando en los animales del cine, en las criaturas que rara vez salen en cámara y en las que sí aparecen. Así que, por supuesto, he pensado en los perros, el animal favorito de la gran pantalla. Perros de reserva, perros amores: las películas están llenas de Canis familiaris. Piensa en Krypto, el motor CGI del caos que jala la capa en la película de James Gunn Superman.

En cuanto Krypto irrumpe en la historia, sabes que no se trata del melancólico y oscuro Hombre de Acero, sino de un Superman más amable y dulce. Como su nombre indica, Krypto es un tipo de criptonita: arrasa metafóricamente, y de forma encantadora.

Este es el propósito de Krypto. Como otros perros de película, corre al rescate --para ayudar a Supes--, pero también se revuelca por el suelo como si disfrutara de una carcajada que compartimos. Es lo que tienen los perros del cine: parecen tan fáciles de leer, lo que los convierte en vehículos ideales para transmitir ideas como la felicidad, el miedo y la agresividad. Que mueva la cola, que enseñe los colmillos. Como en la vida real, los perros de la pantalla son obedientes, dóciles, aunque también cómica o terroríficamente descontrolados.

Pueden ser amigos entrañables…

enemigos aterradores…

fieros guardianes…

o compañeros tontos.

También pueden ser armas, monstruos, ocurrencias secundarias, accesorios. Son tan obvios como nuestro reflejo, o eso creemos, por eso un perro de película a menudo parece un mini-me de cuatro patas.

LOS HUMANOS AMAMOS A LOS PERROS y también todo tipo de imágenes de canes. Las primeras representaciones de perros podrían ser unos grabados rupestres de Arabia Saudita que probablemente tengan más de 8000 años de antigüedad, precursores de las imágenes protocinemáticas de finales del siglo XIX del movimiento humano y animal que el fotógrafo inglés Eadweard Muybridge creó al utilizar una hilera de cámaras sujetas a cables trampa. Cuando fotografiaba a un monumental mastín llamado Dread dando un paseo, el perro activaba secuencialmente los cables, con lo que cada cámara captaba una imagen distinta de sus movimientos. En una de esas series, el perro camina con la cabeza y la cola hacia abajo, hace una pausa, levanta la cabeza y mira fuera de cámara.

Dread parece infeliz. Quizá tenía hambre, estaba cansado o viejo; espero que no lo maltrataran. Prefiero las imágenes de Muybridge de un Dread más animado al saltar un obstáculo, las cuales parecen literalizar el gran salto de la especie canina al cine. Cuando las películas empezaron a animarse, allá fueron los perros directamente, a veces deambulaban en la toma o descansaban despreocupados, como el que eclipsa a un musculoso en Athlete With Wand (1894).

Le siguieron papeles estelares en películas como Salvado por su perro (1905), en la que la mascota de la familia, un collie de pelaje abundante, salta por una ventana, corre por las calles, nada en un río y guía a un padre hasta su bebé secuestrado en unos siete minutos llenos de acción perruna.

Pronto siguieron otros canes aventureros, como Jean, el perro de Vitagraph, así como el poderoso Strongheart y el famoso Rin Tin Tin. Cuando apareció Lassie en 1943, el cine ya era un lío de perros. Interpretada por Pal (cuyos descendientes continuaron el papel), la famosa collie de Hollywood apareció por primera vez en La cadena invisible (1943), una película conmovedora sobre un chico de Yorkshire (Roddy McDowall) cuyos padres venden a regañadientes a su fiel compañera para llegar a fin de mes. Cuando venden a Lassie, la perra levanta la cabeza hacia la mano del padre, sus ojos oscuros expresan el amor y la confianza en su estado más desgarradoramente puro.

Con el tiempo, escapa de sus nuevos dueños, y salta una valla para emprender un largo y peligroso viaje de vuelta a su hogar y a su niño.

Lassie presenta una figura románticamente heroica, sobre todo cuando corre, con su bonita nariz al viento y su sedoso pelaje ondulante. Un perro que corre puede significar libertad, pero también valor, propósito y determinación. Al principio del drama de Martin Ritt Sounder (1972), sobre una familia de aparceros negros en la Luisiana de la era de la Depresión, el sabueso del título casi corre hacia la muerte. El padre, Nathan Lee (Paul Winfield), ha sido detenido por robar comida para alimentar a su familia. Mientras el sheriff se lleva al padre en una camioneta, Sounder lo persigue dando ladridos.

Cuando un ayudante del sheriff blanco levanta un rifle para disparar al perro, Nathan Lee golpea el arma para desviarla. Herido, Sounder huye.

Sounder no es una amenaza. El ayudante del sheriff le dispara al perro porque puede, porque es cruel, porque él es la ley. Dispara porque el perro pertenece a una familia negra del sur en la era de Jim Crow y matar a Sounder hará más difícil la vida de esta familia. Sobre todo, el ayudante del sheriff dispara contra Sounder, creo, porque en realidad quiere dispararle a Nathan Lee. Aun así, la familia resiste y su fortaleza se reafirma casi al final, cuando Sounder corre hacia un desconocido que cojea camino a la casa de la familia. Solo cuando Sounder deja de ladrar y salta sobre el hombre, la esposa de Nathan Lee, Rebecca (Cicely Tyson), reconoce a su marido. Sounder ha dado la señal de que no hay peligro.

Sounder era una de las películas favoritas de mi infancia, la contrapartida heroica del adormilado perro pastor inglés de mi familia. Aunque siempre me han gustado los animales y el cine, no fue hasta La invención de Hugo Cabret (2011), de Martin Scorsese, cuando comprendí lo intrínsecamente cinematográficos que son los perros. La invención de Hugo Cabret tiene como personaje a un doberman pinscher, Maximilian (interpretado por Blackie), quien es testigo del absurdo humano, especialmente del de su cuidador, un inspector de la estación de ferrocarril.

Cuando vi La invención de Hugo Cabret por primera vez, solo pude pensar en que ni siquiera Scorsese está por encima de las tomas de reacción canina: conoce el poder del perro.

El plano de reacción perruna es una de las imágenes definitorias de las películas con canes. En algunas películas, los perros son el espejo del público, con los que compartimos secretos. Al final de La cena de los acusados (1934), dos detectives sexys y borrachos, Nick y Nora Charles, se besan y hay un corte a Asta (interpretada por Skippy), un fox terrier de pelo duro:

Como nosotros, Asta sabe exactamente lo que harán sus humanos. En cambio, en la película lacrimógena con toques de comedia Dog: un viaje salvaje (2022), sobre dos veteranos de guerra traumatizados --uno es un pastor belga malinois, el otro Channing Tatum-- el circuito de miradas es más amplio. Cuando los personajes de dos y cuatro patas intercambian miradas, se imitan entre sí y también al público.

PERO, ¿QUÉ ES LA MIRADA CANINA? En su libro Our Dogs, Ourselves (Nuestros perros, nosotros mismos), la experta en conocimiento canino Alexandra Horowitz escribe sobre cómo los humanos proyectan todo tipo de cosas en los perros, incluidos la culpa y los celos. Sin embargo, aunque los perros tienen emociones, no las tienen necesariamente como nosotros pensamos. "Nuestra incapacidad para leer bien las emociones de los perros", escribe Horowitz, "probablemente empieza con nuestra incapacidad para entender bien nuestras propias emociones". No es de extrañar que los cineastas preparen todo tipo de tonterías para los perros, los inserten en situaciones absurdas, claramente no animales, y pongan palabras tontas en bocas babeantes. El narcisismo humano es una salvajada.

El libro de Horowitz es una sentida súplica para que aceptemos que los perros son, bueno, animales y los valoremos como otra especie, no como simples miniaturas humanas. "Hemos contribuido a que los perros sean quienes son; no podemos eximirnos ni ignorar su animalidad", escribe. Pero por supuesto que ignoramos su animalidad, y el mercado lo fomenta. Les ponemos ropa, los llamamos cariñosamente bebés peludos y los rociamos con perfumes de diseñador. También les mutilamos las orejas y el rabo, los diseñamos selectivamente y los criamos en exceso. Los usamos y maltratamos, y nos deshacemos de ellos como de pañuelos usados. La Sociedad Estadounidense para la Prevención de la Crueldad contra los Animales calcula que en 2024 se practicó la eutanasia a 334.000 perros en los refugios estadounidenses; decenas de miles son torturados para experimentos de laboratorio.

Horowitz de nuevo: "Lo que somos con los perros es lo que somos como personas".

Esta noción es axiomática para los cineastas, que invariablemente se valen de los perros para decir algo sobre los humanos en pantalla (como sucede con el gran danés que imita a una doliente Naomi Watts en El amigo).

Con o sin personas, los perros de las películas suelen ser meras proyecciones tipo marionetas, ya sea al compartir románticamente un plato de espaguetis como los perritos protagonistas de la película animada de Disney La dama y el vagabundo (1955) o al soltar chistes escatológicos en la comedia grotesca Hijos de perra (2023). En su drama de 2011 Beginners, así se siente el amor, Mike Mills remite suavemente a esta proyección cuando un Jack Russell terrier, Cosmo, cuyo humano ha muerto, explica (en subtítulos): "Si bien comprendo hasta 150 palabras, no hablo".

Dado que casi nunca escuchamos a los animales, especialmente su dolor, no es de extrañar que los que sí hablan en pantalla tengan poco que decir. Entre las excepciones están los de Babe el puerquito va a la ciudad (1998), de George Miller, sobre un encantador cochinito en una gran aventura. En un momento dado, Babe libera sin querer a un bull terrier blanco encadenado.

Un agotado Babe se vuelve hacia el perro que avanza y le pregunta: "¿Por qué?". El perro no responde; es fácil imaginar que la gente lo ha convertido en una máquina de matar. Quien el perro es, por desgracia, es quien somos las personas. En lugar de eso, el perro arremete contra el cerdo, cae al río y es salvado por Babe en un momento de misericordia. Después, el perro le dice a Babe que "una sombra asesina se cierne sobre mi alma". Creo que esa sombra la proyectamos nosotros, los humanos.

SI ESA SOMBRA SIGUE CAMBIANDO, es en parte porque nuestra perspectiva sobre los animales (y sobre nosotros mismos) cambia constantemente. En el drama de Disney de 1957 Su más fiel amigo, ambientado después de la Guerra Civil, un niño dispara a su querido perro (interpretado por Spike, un perro rescatado) después de que este se infecta de rabia.

El padre del niño dice que "no podría pedir más de un hombre adulto". Al sacrificar a su perro, el chico se enfrenta a su responsabilidad, y a su hombría. En la primera película de John Wick (2014), el protagonista viudo (Keanu Reeves) se embarca en una orgía de violencia desmesurada después de que un villano mata a su cachorro beagle, regalo de su difunta esposa. No hay duda de la hombría de Wick, pero el cachorro es testimonio de su decencia. Wick amó y fue amado a su vez, así que: ¡Bang-bang, bebé!

En la cuarta película de Wick, dos villanos discuten la necesidad de que existan reglas porque, sin ellas, "vivimos con los animales". ¿Qué animales? pensé. A pesar de un puñado de perros, un establo de caballos pura sangre y un puñado de plantas, el mundo natural apenas se registra en esta serie. Aquí, los cerezos rosas se tiñen inevitablemente de rojo sangriento y las únicas cosas silvestres son las personas que se matan unas a otras. Por muy artificial que sea, el mundo de Wick es un lúgubre espejo de feria de nuestro propio mundo. Es una zona muerta literal en la que los personajes más destacados se enzarzan ritualmente en una guerra perpetua de todos contra todos, a menudo mientras todos los demás festejan sin cesar, lo que convierte a esta serie en una de las parábolas más honestas de cómo vivimos y morimos en la actualidad.

En su ensayo de 1977 Por qué miramos a los animales, el crítico John Berger rastreó la desaparición de los animales de la vida humana. Antes del siglo XIX, "los animales constituían el primer círculo de lo que rodeaba al hombre", escribe. "Independientemente de los cambios en los medios productivos y la organización social, los hombres dependían de los animales para alimentarse, trabajar, transportarse, vestirse". Mirábamos a los animales y ellos, a su vez, nos devolvían la mirada. Desde entonces, los animales salvajes han sido encerrados en zoológicos y reservas, los animales de tiro han sido sustituidos por vehículos motorizados y los animales de granja convertidos en carne envuelta en plástico. Esta "marginación forzada", argumenta Berger, separó a los animales de nosotros y, en el proceso, extinguió la mirada que una vez compartimos.

Si los perros han conservado un lugar supremo en nuestro afecto, se debe en parte a que "algunos animales son más iguales que otros", por citar Rebelión en la granja de George Orwell. Aunque el número de especies animales disminuye a un ritmo catastrófico, los perros parecen existir cada vez más cerca de nosotros, una posición privilegiada que comparten pocos seres vivos. Al tener esto en cuenta, resulta instructivo que, a medida que la dominación de la naturaleza ha dado paso a su destrucción, prodiguemos cada vez más atención y dinero a los perros y otros animales de compañía. Es como si quisiéramos asegurarles a ellos o, en realidad, a nosotros mismos que, a pesar de toda la crueldad que hemos infligido a los animales --a pesar de las granjas industriales, los hacinados refugios de animales que los matan, las especies que desaparecen y nuestro mundo que se calienta de forma aterradora--, realmente nos preocupamos por los animales, o al menos por los que nos aman.

¿Merecemos ese amor? Esta pregunta me trae a la mente una escena del thriller húngaro White God (2015), una alegoría política sobre el autoritarismo, en la que cientos de perros se escapan de una perrera de la ciudad. Liderados por Hagen, a quien el gobierno ha arrebatado del lado de su niña por no ser de raza pura, los perros parecen dichosamente felices; algunos no tardan en vengarse de las personas crueles.

Después de recorrer muchos kilómetros, Hagen y su chica por fin se reúnen, aunque mantienen una distancia recelosa. No hay nada de mimoso en su reencuentro, que encuentra a estos seres --de dos y cuatro patas-- mirándose el uno al otro. Ella toca la trompeta y luego se postra. Es como si hubieran hecho una tregua. Es hermoso y, creo, esperanzador. Porque, por primera vez, esta chica y este perro parecen mirarse de verdad, cara a cara, alma a alma, animal a animal.

Video: Warner Bros. (Superman y Cujo); Disney (Volviendo a casa: una aventura increíble y Su más fiel amigo); 20th Century Fox (Sounder); DreamWorks Pictures (El reportero: la leyenda de Ron Burgundy); Touchstone Pictures (Socios y sabuesos); MGM (Legalmente rubia, La cadena invisible, Dog: un viaje salvaje y La cena de los acusados); Hepworth Picture Plays (Salvado por su perro); Paramount Pictures (La invención de Hugo Cabret); Bleecker Street (El amigo); Focus Features (Beginners, así se siente el amor); Summit Entertainment (John Wick); Magnolia Pictures (White God); Biblioteca del Congreso (Athlete with Wand).

Manohla Dargis es la crítica principal de cine del Times.