
El papa argentino buscó hacer de la Iglesia un lugar más acogedor y global, a diferencia de sus antecesores, quienes adoptaron enfoques más tradicionales y doctrinarios.
Los cardenales que elegirán al sucesor del papa Francisco se enfrentan a una decisión crítica: ¿seguirán su camino hacia una iglesia más acogedora, global y colegiada o restablecerán el enfoque más doctrinario y tradicional de sus predecesores?
Ese será el foco de un intenso debate entre los cardenales, y Francisco les deja un complicado legado para discutir.
Las primeras esperanzas de que un “efecto Francisco” atrajera de vuelta a los fieles a las bancas no se materializaron en gran medida, ya que la asistencia a la iglesia siguió disminuyendo en el Occidente secularizado, incluso cuando creció en el Sur global.
Si bien Francisco logró avances considerables al atender la crisis de abuso sexual de la Iglesia y abordó su turbia cultura financiera, el camino en el que puso a la iglesia para el futuro será el tema más polémico.
Su disposición a debatir cuestiones teológicas importantes como el divorcio, la posibilidad de que los sacerdotes se casen, la aceptación de las parejas del mismo sexo y un mayor papel de las mujeres entusiasmó a los católicos liberales luego de más de tres décadas de papados conservadores. Sin embargo, muchos se quejaron de que Francisco solo puso en marcha un proceso que un sucesor menos reformista podría eliminar, mientras que otros lo acusaron de diluir la doctrina de la Iglesia.
En muchos sentidos, Francisco utilizó su mandato para cambiar el rumbo establecido por sus predecesores Benedicto XVI y Juan Pablo II. A pesar de haber sido canonizado por Francisco, Juan Pablo II fue juzgado con dureza en un importante informe del Vaticano que demostraba que había sido peligrosamente obcecado ante los abusos sexuales a menores en la Iglesia. Francisco trató de arreglar eso y de dar cabida a la conversación y a ideas opuestas en una Iglesia que durante décadas reprimió la disidencia.
Eso no quiere decir que fuera un pusilánime. Despidió o aisló a altos funcionarios conservadores, incluido el líder de la oficina de vigilancia doctrinal de la Iglesia, por no adherirse a su programa.
Después de que los comentarios de Benedicto enfurecieron al mundo islámico, Francisco tendió la mano a los líderes musulmanes, a menudo en tierras donde su propio rebaño vivía en peligro. Firmó importantes acuerdos con líderes espirituales musulmanes destinados a reconocer los derechos de unos y otros y a proteger a las minorías católicas vulnerables.
Sin embargo, todos los avances que Francisco buscó en sus decenas de viajes al extranjero fueron, en última instancia, menos trascendentales que la transformación de su propia Iglesia. Creó miles de obispos y nombró a más de la mitad del Colegio Cardenalicio, a menudo eligiendo prelados que compartían sus prioridades de estar cerca de los pobres, acoger a los marginados y poner en primer plano cuestiones candentes como el cambio climático.
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