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El Times entrevistó a soldados rusos que dijeron que se enfrentan a una lucha brutal para desalojar a las decididas fuerzas ucranianas de una franja de territorio ruso. Los civiles atrapados temen una catástrofe.
Un comandante de las fuerzas especiales rusas sirvió en cuatro frentes de batalla en el este de Ucrania tras unirse a la invasión rusa hace casi tres años. Dijo que los combates más feroces que ha visto se están desarrollando en su país porque el ejército ruso lucha para liberar un trozo de territorio nacional de las fuerzas ucranianas.
La prolongada batalla por la ciudad rusa ocupada de Sudzha y la campiña circundante se ha convertido inesperadamente en uno de los focos de la guerra librada por el destino del Estado ucraniano. Ambos bandos han comprometido una parte significativa de sus limitadas reservas para controlar Sudzha, una ciudad antaño tranquila de la región de Kursk, cerca de la frontera entre ambos países.
"Estas son las batallas más brutales, no he visto nada igual en toda la operación militar especial", dijo el comandante, que dirige a unos 200 hombres que luchan en Kursk en una entrevista cerca de la línea del frente a finales del año pasado, utilizando el eufemismo del Kremlin para referirse a la guerra. Pidió que se le identificara solo por su indicativo, Hades, según el protocolo militar.
Ambas partes consideran a Kursk como un territorio imprescindible, un elemento importante en las esperadas conversaciones de paz prometidas por el presidente Trump. Los analistas militares afirman que desde entonces las fuerzas ucranianas han volcado algunas de sus mejores reservas en Kursk, con la esperanza de utilizar su conquista como moneda de cambio en las negociaciones.
Para el presidente de Rusia, Vladimir Putin, la incursión ucraniana --la primera invasión de territorio ruso desde la Segunda Guerra Mundial-- ha sido una vergüenza continua. Está decidido a expulsar a Ucrania para no tener que hacer ninguna concesión para recuperar el territorio, y Moscú ha desplegado decenas de miles de soldados, incluidos reclutas y aliados norcoreanos, para repeler a los invasores, según funcionarios estadounidenses.
Los ucranianos "querían tener las conversaciones desde una posición de fuerza", dijo el teniente general Apti Alaudinov, comandante de la unidad de fuerzas especiales Akhmat provenientes de la región rusa de Chechenia, en una entrevista en la región de Kursk en diciembre. "Cuando llegue el momento de las conversaciones, no está claro si podrán seguir diciendo que están aquí".
Con tanto en juego, los soldados rusos que luchan en Kursk creen que los combates están a punto de ser aún más sangrientos.
"Esperamos un Bajmut 2.0", dijo Hades, el comandante ruso apostado en Akhmat, unidad formada en gran parte por los restos de los paramilitares de Wagner.
Bajmut es una ciudad ucraniana cuyas ruinas capturó Wagner en 2023 tras un asalto de nueve meses a costa de decenas de miles de bajas. El enfrentamiento fue emblemático de la estrategia ucraniana de mantenerse en pie y luchar, incluso ante la superioridad de Rusia en potencia humana y de fuego.
Otro comandante ruso, que insistió en mantener el anonimato por motivos de seguridad, dijo que el costo de un enfrentamiento sería asombroso. El derramamiento de sangre, las bajas, es "inimaginable", dijo.
Una fotógrafa que trabaja para The New York Times tuvo acceso a Kursk a finales del año pasado y se le permitió entrevistar y fotografiar a soldados rusos en un hospital y cerca de la línea del frente, así como a civiles, algunos de los cuales habían huido de sus pueblos y otros que se quedaron.
Algunos de los soldados entrevistados eran veteranos de Wagner que se unieron a Akhmat tras el fallido motín del líder de los mercenarios, Yevgeny Prigozhin. Dijeron que la unidad de fuerzas especiales con base en Chechenia se parecía mucho a la estructura flexible de su antigua fuerza paramilitar.
Otros soldados entrevistados eran voluntarios recientes que se alistaron para aprovechar las crecientes primas por alistamiento. Dijeron que la oportunidad de luchar dentro de su propio país constituía un incentivo adicional para unirse a una guerra cuyos objetivos o causas más amplios les costaba articular.
"Esta es nuestra tierra, esta es nuestra gente y nuestros valores", dijo Aleksandr, un soldado ruso contratado que resultó herido por un mortero combatiendo en Kursk, en una entrevista en un centro médico. "Debemos luchar por ellos".
Desde que comenzó la invasión ucraniana hace seis meses, ambos bandos han sufrido grandes bajas en el terreno llano y expuesto de Kursk, salpicado de pequeñas aldeas, aunque los ejércitos vigilan estrechamente sus índices de bajas. Rusia, en avances extremadamente lentos, ha podido recuperar alrededor del 60 por ciento de unos 1300 kilómetros cuadrados capturados inicialmente por Ucrania.
Entre los dos ejércitos se calcula que hay entre 2000 y 3000 civiles rusos, que quedaron atrapados por la velocidad del avance ucraniano inicial y la incapacidad del gobierno ruso para organizar una evacuación.
Las dos partes se han culpado de no haber proporcionado las condiciones para que los residentes que quedaban pudieran marcharse, obligando a esos civiles a soportar el invierno ruso con menguantes suministros de alimentos y sin agua corriente, calefacción ni electricidad. A medida que las fuerzas rusas se acercan, son objeto de bombardeos cada vez más intensos.
Los analistas y los familiares de los residentes de Sudzha temen que la dependencia del ejército ruso de los bombardeos intensos y la determinación de Ucrania de defender la ciudad amenacen con una catástrofe humanitaria de un nivel nunca visto en Rusia desde la guerra civil de Chechenia en la década de 1990. A finales de enero, las fuerzas rusas se encontraban a pocos kilómetros del centro de la ciudad.
En Ucrania, la invasión rusa ha causado sufrimiento civil a una escala mucho mayor, con ataques contra edificios residenciales, hospitales, iglesias y una serie de instalaciones energéticas.
Pasi Paroinen, analista militar de la empresa de investigación Black Bird Group, con sede en Finlandia, dijo que el asalto ruso a Sudzha sería costoso tanto para los soldados como para los civiles, porque Ucrania había desplegado en Kursk su fuerza más potente.
Lyubov, madre de cuatro hijos, forma parte de un grupo de habitantes de Kursk que desde hace meses piden públicamente un corredor humanitario para evacuar a los familiares atrapados en Sudzha. Dijo que temía que el inminente asalto a la ciudad dejara a sus padres y a otras personas que están atrapadas allí con escasas posibilidades de sobrevivir.
"Para cuando los soldados rusos entren en los asentamientos, solo quedarán ruinas y cenizas de las casas", dijo en una entrevista. Y añadió: "Es un sistema de rescate horrible".
Las escenas apocalípticas descritas por los civiles que han escapado de los pueblos circundantes de Sudzha presagian la intensidad de la inminente batalla por la ciudad.
En las entrevistas, estos civiles ofrecieron relatos contradictorios de la ocupación ucraniana.
Zoya, de 64 años, describió la amabilidad inicial de los soldados ucranianos que ocuparon su pueblo, Pogrebki, el 12 de agosto. Dijo que los primeros soldados que llegaron a su casa le dieron a su marido un paquete de cigarros y le ofrecieron su ayuda.
"Eran muy amables", dijo.
(Zoya y otros civiles entrevistados se identifican solo por su nombre de pila para protegerlos de las leyes de censura rusas).
Según quienes huyeron, esa camaradería disminuyó a medida que se intensificaban los combates. Los soldados ucranianos empezaron a ver a los civiles rusos como un estorbo o, peor aún, como posibles informadores que podrían delatar sus posiciones.
Zoya y su marido se quedaron sin comida y subsistieron con ocasionales patatas congeladas que sacaban de su huerto. Durante una de esas salidas, un dron explotó cerca de su marido. Según dijo, murió en sus brazos minutos después.
Zoya pasó la mayor parte del tiempo refugiándose de los constantes bombardeos en su sótano, un espacio de oscuridad que la hacía alucinar y perder temporalmente el sentido de la vista y del tiempo. El hambre la obligó a tratar de escapar.
"No quedaba ningún lugar donde vivir, daba mucho miedo, todo estaba destruido", dijo en una entrevista.
Dijo que caminó ocho kilómetros por campos sembrados de tanques rusos destruidos y soldados muertos antes de llegar a las posiciones rusas en noviembre.
Otra mujer llamada Natalia, de 69 años, que utiliza una silla de ruedas, relató una experiencia similar.
Dijo que, al principio, los soldados ucranianos le llevaron pan, agua e insulina para su diabetes tras ocupar su pueblo de Novoivanovka. Los soldados se detenían de vez en cuando para charlar mientras tomaban una taza de té.
El tratamiento empeoró a medida que se acercaban los combates.
Natalia dijo en una entrevista que su marido había muerto tras recibir un disparo de un soldado ucraniano. Su relato no pudo verificarse de manera independiente y Ucrania ha dicho en repetidas ocasiones que respeta las leyes humanitarias en Kursk.
En noviembre, Natalia se refugiaba en un sótano en tierra de nadie. Un día, dijo, un grupo de reconocimiento ruso llegó a su casa y le dijo que su única posibilidad de sobrevivir era escapar.
"Dijeron: 'Por favor, vete como puedas, de lo contrario morirás'", dijo Natalia.
También afirmó que otros habitantes supervivientes ayudaron a trasladarla a otro pueblo, donde su grupo fue rescatado finalmente por soldados rusos.
Los habitantes de Sudzha ahora temen que sus familiares atrapados sufran penurias similares.
A principios de febrero, un misil alcanzó el internado de Sudzha, que albergaba a unas 100 personas desplazadas de las aldeas periféricas. Ambas partes se han culpado mutuamente del ataque.
El ataque mató al menos a cuatro personas; los soldados ucranianos evacuaron a los supervivientes a Ucrania.
"No sabemos de dónde salió el cohete", dijo Yulia, una mujer rusa cuyos padres sobrevivieron al ataque. Dijo que los soldados ucranianos "vinieron y ayudaron a sacar a la gente de entre los escombros, y salvaron a los nuestros".
Un hombre ruso llamado Sergei dijo que a veces le habían llegado mensajes de video de familiares de la ciudad tras su ocupación. Dijo que, con el paso de los meses, había visto cómo sus cabellos se volvían blancos, sus cuerpos adelgazaban y los sonidos de las explosiones se hacían más fuertes.
"Siento estar llorando", dijo su hermana en un video visto por el Times, felicitando a Sergei por su cumpleaños. "Ojalá hubiera podido hacerlo en persona, al menos por teléfono. Siempre te has quejado de que llamo muy poco".
"Mamá no puede felicitarte, porque le cuesta subir las escaleras. Casi siempre está en el sótano", añadió la hermana. "Se une a mis felicitaciones".
Con el tiempo, se hizo demasiado doloroso ver los videos, dijo Sergei, lo que hizo que empezara a enviar mensajes de texto de vez en cuando.
Constant Méheut y Yurii Shyvala colaboraron con reportería desde Kiev y Milana Mazaeva desde Tbilisi, Georgia.
Nanna Heitmann forma parte de Magnum Photos y es fotógrafa freelance para el Times. En 2024 fue finalista del Premio Pulitzer de fotografía de reportaje por su cobertura de Rusia. Más de Nanna Heitmann
Anatoly Kurmanaev es un corresponsal extranjero que cubre la transformación de Rusia tras la invasión a Ucrania. Más de Anatoly Kurmanayev
Constant Méheut y Yurii Shyvala colaboraron con reportería desde Kiev y Milana Mazaeva desde Tbilisi, Georgia.
(Nanna Heitmann/The New York Times)