La Rambla de Montevideo: la frontera entre la ciudad y el resto del mundo

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Si quieres ver el alma de una ciudad, camina por las calles junto al agua, como en las pasarelas del Sena en París, en el paseo marítimo de Copacabana en Río o en la explanada del río Charles en Boston. O en el cordón de 22,2 kilómetros bordeados de palmeras llamada la Rambla, en Montevideo, la capital de Uruguay.

La Rambla, una de los paseos costeros más largos del mundo, serpentea a lo largo del brillante estuario del Río de la Plata, junto a playas, bares de vinos, jacarandas de flores púrpuras, estatuas y esculturas, partidos de fútbol y amigos enfrascados en conversaciones mientras toman una taza de yerba mate.

Si vas en verano --cuando el hemisferio norte tirita de frío-- puede que formes parte de una migración masiva de lugareños que llevan sillas plegables al paseo marítimo, convirtiéndolo, básicamente, en una sala de estar al aire libre de la ciudad.

La Rambla une diferentes partes de Montevideo, una ciudad de unos 1,3 millones de habitantes, tanto social como geográficamente. En ella encontrarás uruguayos de todos los estratos sociales. Es "el termómetro de la ciudad", como me lo describió Natalia Jinchuk, montevideana y escritora.

Con mi propio termómetro en picada y mi imaginación avivada, planeé un fin de semana largo de principios de invierno en Montevideo, una ciudad salpicada de flores que mezcla la arquitectura del Viejo Mundo y la modernista, para levantarme el ánimo con mi propio paseo por la Rambla.

Donde se reúnen los amigos

En una templada mañana de viernes, salí a pie de mi base de operaciones, el Palladium Business Hotel, en el límite del barrio de moda de Pocitos, y me dirigí hacia el parque Rodó, una joya urbana a pocos kilómetros al oeste, a lo largo de la Rambla.

El paseo de franjas rojas y blancas discurre entre una avenida muy transitada y el Río de la Plata, una amplia vía fluvial que separa Uruguay de Argentina. El camino sigue un eje aproximadamente oeste-este, cambiando de nombre a medida que serpentea desde el barrio de Capurro, al noroeste de la Ciudad Vieja, hasta la lujosa zona de Carrasco, al este. El tramo más popular va de la Ciudad Vieja a Pocitos.

Al dirigirme hacia el oeste por La Rambla, vi veleros balancearse frente al centenario Yacht Club Uruguayo. Había mujeres sentadas en una loma cubierta de hierba, mientras sus hijos pequeños daban vueltas. Dos amigos sentados en un banco parecían conversar profundamente mientras comían pan y fresas. Una pareja sorbía un mate, una bebida con cafeína habitual en Sudamérica, de la misma pajita metálica. Cerca de un concurrido parque de patinetas, pasé por delante de algunos camiones de comida, entre ellos Soy Pepe el Rey de las Tortafritas. En la playa de los Pocitos, un puñado de hombres sin camiseta jugaban al fútbol en la arena. Me detuve ante una placa de granito para leer el "Soneto a una palma", de la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou, y me conmovió su estrofa final, que compara una palma con una patria eterna.

El parque Rodó, destino de esa etapa de mi paseo, incluye un parque de atracciones, un lago donde puedes alquilar un bote de pedales, un "castillo" que alberga una pequeña biblioteca infantil, el Museo Nacional de Artes Visuales y un modesto mercado de pulgas. Me topé con una pequeña plaza con bancos que rodeaban una fuente octogonal; ambos tenían azulejos adornados con diseños arabescos que me recordaron al Medio Oriente. Descansé en un banco, disfrutando del tacto de los azulejos, calientes bajo mis piernas desnudas, y pensé en los vientos invernales que aullaban en Estados Unidos.

Explorando una 'galería al aire libre'

La Rambla encadena barrios con estilos arquitectónicos distintos, así como lugares de interés patrimonial y parques. Con decenas de estatuas y otras obras de arte, es candidata provisional a la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO; su entrada la califica de "auténtica galería al aire libre".

Algunos han descrito la Rambla como una línea que une el pasado, el presente y el futuro del país; el artista y escritor uruguayo Gustavo Remedi dijo que el paseo une a una ciudad que "tiene tendencia a desmoronarse". Marcello Figueredo, autor del libro de no ficción Rambla, que ofrece una visión detallada del paseo marítimo, me dijo que el paseo era "a la vez un límite y un escape", una frontera entre Montevideo y el resto del mundo.

De vuelta a las calles de la ciudad, me dirigí hacia el barrio de Pocitos, deambulando por callejuelas cubiertas de jardines ricas en detalles arquitectónicos: las líneas y curvas contrastadas del art déco, las ventanas venecianas y con mirador, y los tejados rojos. Vislumbré baldosas pintadas a mano y olí azúcar caramelizado a través de la puerta abierta de Camomila, donde disfruté de una tarta de limón y un cortado en un pequeño patio bañado por el sol.

De regreso a la Rambla, me detuve en una pequeña tienda de segunda mano, 3B Bueno Bonito Barato. Aunque era estrecha y estaba abarrotada, encontré algunas joyas, como un bolero rosa bordado con enredaderas de jade y flores naranjas, amarillas y azules, un diseño que evocaba las flores de jacaranda que se amontonaban fuera, en la vereda, como montones de nieve.

Justo al final de la calle, Dalí, un bar y restaurante kitsch de tapas, me llamó la atención con el lema "No hay nada más surreal que la realidad", y todo lo que había dentro fluía a partir de ahí: cuando alguien pedía el cóctel Jamaica, sonaba por los altavoces "Is This Love?" de Bob Marley mientras una camarera cantaba al tiempo que servía la bebida roja, amarilla y verde. La camarera también ofreció lecturas de tarot con una carta, utilizando una réplica de la baraja que creó Salvador Dalí. Yo saqué al mago, lo que, según me dijo, significaba que si creo en mis propios poderes, manifestaré mis sueños. Y yo que pensaba que solo había venido a beber algo.

Tras el olor de la carne que chisporrotea

No puedes ir muy lejos en Montevideo sin oler el humo de los muchos asadores de la ciudad, o parrillas, que asan carne sobre fuego de leña. Gran parte de ese aroma procede del Mercado del Puerto, un laberinto de restaurantes y bares en una nave con techo de hierro forjado fabricado en Liverpool y enviado a Uruguay en la década de 1860.

El mercado, enclavado entre la Rambla y la Ciudad Vieja, supondría un paseo de 11 kilómetros hacia el oeste desde mi hotel por el sinuoso paseo marítimo, así que cuando salí el sábado, tracé un atajo por las calles de la ciudad, con planes de volver a unirme al paseo en el mercado.

Cerca del centro de la ciudad, me encantó descubrir a unos uruguayos practicando sus movimientos de tango para un público improvisado en la plaza Juan Pedro Fabini, llamada así por el ingeniero que propuso la Rambla a la ciudad en 1922. Tras pasar por una puerta de piedra de la Ciudad Vieja, curioseé por las mesas que exponían arte local y joyas hechas a mano a lo largo de la principal vía peatonal que conecta la Ciudad Vieja y La Rambla.

Entonces oí el sonido del candombe, un estilo de música afrouruguaya, procedente de una calle lateral. Aparecieron hombres vestidos de blanco y azul y mujeres con turbantes blancos. Los hombres tocaban los tambores y las mujeres movían sus faldas blancas al ritmo de la música. El candombe es omnipresente durante el carnaval de Montevideo, que se celebra de enero a marzo.

Finalmente, llegué al Mercado del Puerto, que Figueredo, el autor de Rambla, llama "templo popular, siempre envuelto en humo". Aunque la carne es realmente una deidad en el mercado, incluso los vegetarianos sentirán una sensación de asombro. Los comensales se sientan codo con codo en las barras que rodean las parrillas bajo ornamentados arcos de hierro, mientras el sol se filtra por los tragaluces. En el espacio con aspecto de catedral, era difícil distinguir entre el interior y el exterior.

Una celebración en la arena

Después de haber dado más de 50.000 pasos en dos días, decidí pasar el domingo relajándome en el tramo de la Rambla que bordea la acomodada zona de Punta Carretas, que se adentra en el Río de la Plata no muy lejos de la Ciudad Vieja.

En Baco Vino y Bistro, probé unas tostadas con queso de cabra local y una copa de tannat uruguayo, el vino nacional del país. De color rojo oscuro, rico en fruta, el vino ofrece un golpe lleno de taninos en cada sorbo.

De vuelta a la Rambla, no pude resistirme a ir a Artico, un restaurante de comida rápida estilo cafetería situado junto a la orilla, repleto de delicias como quinoa con camarones, calamares a la gallega y un ingenioso y sabroso pionono de calabaza relleno de atún, queso fresco, rúcula, pimiento, cebolla y aceitunas negras, todo se paga según el peso.

La Rambla estaba en pleno apogeo: era el fin de semana anterior a las elecciones uruguayas y reinaba un ambiente festivo. La música sonaba bajo las marquesinas y los partidarios de los políticos de todos los bandos repartían lo mismo a los transeúntes: la bandera uruguaya azul y blanca con un pequeño sol en la esquina. Los coches tocaban el claxon al pasar; todo el mundo saludaba y sonreía.

En la playa, la gente jugaba al fútbol y al vóleibol, los vendedores vendían algodón de azúcar y manzanas confitadas, y los grupos de amigos, muchos sentados en las omnipresentes sillas plegables, se pasaban botellas de vino. Tendí una toalla en la arena, me quité el vestido para mostrar un escaso bañador de una pieza que había comprado en Pocitos, y reclamé un lugar privilegiado en la sala de estar al aire libre de Montevideo.

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La Rambla atrae a los montevideanos a la orilla del Río de la Plata para tomar el sol del verano del hemisferio sur. (Tali Kimelman/The New York Times)

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