El viaje aterrador de un helicóptero de bomberos para combatir los incendios en California

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Ya era de noche cuando el Helicóptero 17 recibió una llamada urgente para dirigirse al Cañón Eaton. Se había reportado un incendio a las 6:18 p. m.

Mike Sagely, uno de los pilotos más experimentados del Departamento de Bomberos del Condado de Los Ángeles, miró a través de las gafas de visión nocturna mientras sobrevolaba por el valle de San Fernando en el helicóptero.

"Ahí está el resplandor", le dijo a Chris Siok, el jefe de batallón, quien estaba sentado a su lado. Siok usaba un iPad, para analizar mapas de Altadena, la comunidad más cercana al creciente incendio.

Era la tarde del martes 7 de enero. Miles de viviendas de Altadena y de la vecina Pasadena, California, que pronto serían incineradas, seguían intactas. Dieciséis residentes que terminarían muriendo seguían vivos. Los pilotos del cuerpo de bomberos como Sagely aún tenían una oportunidad de hacer mella en lo que se convertiría en el segundo incendio forestal más destructivo de la historia de California, lanzando miles de litros de agua antes de que las llamas se volvieran incontrolables.

Pero a las 6:36 p. m., 18 minutos después del primer aviso de incendio, su plan sufrió una interrupción.

Al acercarse al infierno, el Helicóptero 17 cayó de una manera tan violenta que los dos hombres fueron arrancados de sus asientos, y solo se sujetaron por los cinturones de seguridad. Conocidos por mantener la calma bajo presión, ambos gritaron por la impresión.

Feroces vientos arremolinados caían en cascada sobre las montañas y sacudían el Helicóptero 17 arriba y abajo, a la izquierda y la derecha. Sagely luchaba por controlar la aeronave.

"Sabíamos que era un gran problema", dijo Sagely.

Cuando una ráfaga extrema de viento hizo que la aeronave se precipitara unos 30 metros, una luz de emergencia en el tablero de instrumentos parpadeó para advertir que la caja de transmisión se había quedado sin aceite. Pero, no era así: la aeronave se desplomó tan rápido que el aceite había salido de la bomba hasta la parte superior de la caja. En sus 11.300 horas de vuelo a lo largo de 38 años, incluidas innumerables misiones de combate para el ejército, Sagely nunca había visto que eso ocurriera.

Mientras luchaban por mantenerse en el aire, se quedaron paralizados ante la cegadora ola de fuego de color naranja brillante que había debajo de ellos. Este relato de lo que se sintió en el interior del Helicóptero 17 durante la noche del 7 de enero se basa en entrevistas con 10 pilotos y miembros de la tripulación, así como en el viaje que hizo un periodista en el mismo aparato por el Cañón Eaton una semana después.

El Departamento de Bomberos del Condado de Los Ángeles es reconocido en todo el país como pionero en el uso de aviones para combatir incendios. Fue el primero en adaptar el helicóptero militar Black Hawk para convertirlo en el Firehawk, una aeronave de extinción de incendios que tiene un depósito de agua de más de 3500 litros. El departamento también fue el primero de Estados Unidos en utilizar equipos de visión nocturna para combatir incendios en la oscuridad.

Sin embargo, los pilotos que volaron aquella noche dijeron que se enfrentaron a unas condiciones meteorológicas que los desbordaron, una ferocidad de vientos sostenidos de 145 kilómetros por hora que dominaron sus equipos y los llevaron al borde de una catástrofe aérea. Dijeron que fue una noche que subrayó la inutilidad de intentar enfrentarse a un infierno impulsado por vientos huracanados.

"Este es, por mucho, el peor suceso en el que he estado, en mi carrera, sin duda alguna", dijo Ken Williams, piloto del departamento con 42 años de experiencia y 11.000 horas de vuelo. "La madre naturaleza tenía el control aquella noche".

Como Jimi Hendrix toca la guitarra

Antes de pasar gran parte de su vida en el aire, Mike Sagely era un aspirante a atleta olímpico, un jugador de voleibol del sur de California que se unió al equipo olímpico estadounidense tras los Juegos de 1984 en Los Ángeles. Cuando lo separaron del equipo, se alistó en el ejército, aprobó el examen de la escuela de vuelo y pilotó una gran variedad de aviones.

Su carrera militar lo llevó a Irak, Bosnia, Kosovo y Afganistán, y a numerosas misiones clasificadas en sus 17 años como piloto de Operaciones Especiales. Voló 2000 horas en misiones de combate, casi todas ellas nocturnas.

Cuando se incorporó al Departamento de Bomberos del Condado de Los Ángeles en 2009, se consolidó como uno de los mejores pilotos nocturnos de extinción de incendios que ha tenido esa agencia.

"Vuela helicópteros como Jimi Hendrix toca la guitarra", dijo Ed Walker, bombero paramédico del departamento quien ha acompañado a Sagely en innumerables misiones. "Es como si el helicóptero formara parte de él. Es una extensión de su ser".

Los Ángeles es una de las zonas más difíciles del país para volar helicópteros. El calor del desierto de Mojave y la altitud de las cadenas montañosas del condado pueden sobrecargar los motores de los helicópteros. En los valles y llanuras, los pilotos surcan por cielos muy agitados, una red enmarañada de cables eléctricos y la vasta extensión del condado más poblado de Estados Unidos.

Atravesar el condado de noche es aún más arriesgado. Sagely, quien ha volado casi 3000 horas con equipos de visión nocturna, quizá más que cualquier otro piloto de bomberos del país, lo comparaba con intentar conducir un auto mirando a través de tubos de cartón de papel higiénico.

El cuerpo de bomberos del condado se ocupa de diversas emergencias: poner a salvo a los conductores cuando los autos se desvían por los terraplenes de los cañones o trasladar a los heridos y a los enfermos graves a los hospitales. Pero dos tercios del tiempo de vuelo operativo del departamento se dedican a combatir incendios, dijo Dennis Blumenthal, jefe de mantenimiento de la Sección de Operaciones Aéreas.

Su cuartel general está en el denso barrio industrial y obrero de Pacoima, en el Valle de San Fernando, en Los Ángeles. Unos altavoces emiten alarmas para alertar a pilotos y tripulaciones sobre alguna emergencia. Una impresora da los detalles de cada llamada, y los pilotos y la tripulación copian los pormenores de la misión y se dirigen a los helicópteros estacionados en la pista.

Enero y febrero suelen ser los meses más tranquilos para la Sección de Operaciones Aéreas, una época en la que las lluvias invernales han atenuado el riesgo de incendio. Pero este año, las fuertes lluvias nunca llegaron y el riesgo de fuegos siguió siendo alto.

Eso alteró los ritmos del programa de mantenimiento del departamento, las revisiones frecuentes que requieren los viejos helicópteros por el repetido esfuerzo de carga y descarga. Solo el agua del tanque de 3800 litros del Firehawk pesa unos 3800 kilos, el equivalente a levantar dos autos de tamaño promedio.

"Nadie en el mundo pilota helicópteros con tanta intensidad como nosotros", dijo Blumenthal. "Sometemos estas máquinas a un esfuerzo continuo".

¡Sal de ahí!

A las 8:30 a. m. del martes 7 de enero, los pilotos y miembros de la tripulación se reunieron en la sala de conferencias de Operaciones Aéreas para su sesión informativa diaria.

Se les informó lo que el Servicio Meteorológico Nacional había dicho durante varios días: los vientos serían fuertes. El Servicio Meteorológico había emitido un raro boletín de "Situación Especialmente Peligrosa", una advertencia que el gobierno federal emite solo unas 24 veces al año.

Acostumbrados a volar por los barrancos y cañones del condado de Los Ángeles, los pilotos comprendieron lo que eso significaba. Los fuertes vientos interactuaban con la topografía de manera peligrosa, fluyendo hacia los barrancos como las aguas caudalosas de un arroyo de montaña después de fuertes lluvias. Al igual que las aguas bravas, los vientos pueden arremolinarse o estrellarse sobre una aeronave como una cascada.

Cuando el martes se declaró el primer gran incendio en una cresta situada en lo alto de Pacific Palisades, el organismo que atendió ese incidente fue el Departamento de Bomberos de Los Ángeles --la agencia de extinción de incendios de la ciudad--, que dispone de su propia flotilla de helicópteros. En el confuso mosaico de jurisdicciones del condado de Los Ángeles, Pacific Palisades es atendido por el cuerpo de bomberos de la ciudad, no del condado. "No es nuestro terreno", dijo Siok, el jefe del batallón. Como parte de su pacto de asistencia mutua, el condado envió dos helicópteros y un "Super Scooper", un avión que roza el océano, aspira agua y la vierte sobre los incendios.

A eso de las 6:00 p. m., Siok y Sagely recibieron una llamada de que se había declarado un incendio en Malibú. Subieron al Helicóptero 17, un Bell 412 de 33 años que ha volado más de 9500 horas para el departamento. El Bell 412 es descendiente del Huey, el helicóptero que se hizo famoso por su omnipresencia durante la guerra de Vietnam. Sagely siente cariño por el Helicóptero 17, a pesar de su antigüedad, y lo compara con una vieja camioneta.

Con Sagely al mando, los dos hombres llegaron a Malibú, pero el fuego ya había sido apagado en tierra.

A las 6:23 p. m., llegó la orden de desviarse al Cañón Eaton, donde cinco minutos antes una llamada al 911 había alertado al departamento del creciente incendio. Otros dos helicópteros, un Bell 412 y un Firehawk, ambos equipados con depósitos de agua, despegaron de la base del departamento para unirse al Helicóptero 17 en el incendio.

Normalmente, los pilotos despegan, encuentran un embalse cerca del incendio, dejan caer desde la aeronave un tubo de aspiración gigante en el agua y llenan el depósito. Luego, el piloto vuela cerca de las llamas y pulsa un botón para vaciar el agua.

Pero tan pronto los tres helicópteros llegaron al incendio, fueron sacudidos por las violentas corrientes descendentes y las igualmente peligrosas corrientes ascendentes. Durante una caída que le revolvió el estómago, Williams, que pilotaba su Bell 412 detrás del helicóptero 17 de Sagely, miró el panel de instrumentos y vio que caía a una velocidad de 300 metros por minuto. Llegó a estar a 122 metros del fondo del valle.

"Supe de inmediato que sería potencialmente catastrófico acercar el avión al suelo", dijo Williams.

Los pilotos lucharon contra los vientos con todas sus fuerzas. Con los pies ajustaban los rotores de cola. Con la mano izquierda, levantaron con urgencia el colectivo, una palanca que se usa para cambiar la altitud y así compensar los vientos que los empujaban hacia abajo. Con la mano derecha, empujaron la palanca del cíclico, que inclina los rotores, para tratar de mantener el helicóptero apuntando hacia el viento.

Los instrumentos le decían a Sagely que la velocidad del aire que golpeaba la parte delantera de la aeronave era de unos 157 kilómetros por hora. Otro indicador le decía que mantenía una velocidad terrestre de 20 kilómetros por hora. Pero cuando miró por la ventanilla, se dio cuenta de que efectivamente viajaba a esa velocidad, pero hacia atrás, empujado por los vientos.

A las 6:45 p. m., nueve minutos después de llegar al lugar, Sagely y Siok tomaron la difícil decisión de cancelar las operaciones acuáticas. No había nada que pudieran salvar.

"¡Mike! ¡Sal de ahí! ¡Ahora!", le dijo Williams por radio a su compañero piloto que estaba frente a él.

Sagely y Siok se quedaron otros 39 minutos, transmitiendo la trayectoria de la tormenta de fuego a los comandantes en tierra. Era el último helicóptero de extinción de incendios en el aire esa noche. Las demás aeronaves estaban en tierra.

Al aterrizar en Pacoima, con el combustible casi agotado, vieron a la Sección de Operaciones Aéreas en modo de batalla, preparándose ya para que se calmaran los vientos y comenzara la siguiente etapa. Los mecánicos de Blumenthal empezaron a poner de nuevo en servicio un helicóptero averiado desde hacía décadas.

Los equipos aéreos del condado volaron 170 horas en los siete días siguientes al incendio de Eaton, más horas en una semana de las que suelen volar en todo el mes de enero.

Sin embargo, Sagely describe la noche del 7 de enero como un fracaso.

"Se espera que intentes salvar el día y a veces tienes que dejarlo pasar", dijo. "Hay momentos en los que no puedes hacer nada. Estás viendo cómo se desarrolla la situación y no puedes hacer nada para cambiarla".

Se consuela con el trabajo que él y otros pilotos hicieron cuando los vientos se calmaron, las casas que salvaron en los muchos incendios, grandes y pequeños, que el departamento tuvo que combatir.

El miércoles, más de una semana después de que se destaran los fuegos de Los Ángeles, un sargento del Departamento de Policía de Los Ángeles, Jeff Rivera, llegó sin avisar a la oficina de Operaciones Aéreas.

El sargento había estado en su casa en Arcadia, en el este de Altadena, una semana antes, cuando los vientos aumentaron de repente y un incendio que hacía estragos en el Bosque Nacional Ángeles comenzó a descender por una ladera hacia su casa. Él y otros residentes no pudieron hacer nada para detenerlo.

Oyeron en el cielo el ruido sordo de los rotores de un helicóptero y vieron un aparato blanco con rayas amarillas. Era el Helicóptero 15, un Firehawk cargado de agua. Con su teléfono, el sargento Rivera grabó un video de la aeronave descendiendo sobre el borde del incendio, dejando caer su carga de agua y extinguiendo una pared de llamas.

"Literalmente salvaron toda la zona", dijo el sargento Rivera en la oficina de Operaciones Aéreas. "Vine aquí para darles las gracias".

Thomas Fuller, corresponsal de Page One, la portada del Times, redacta y reescribe las notas de primera página. Más de Thomas Fuller

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