Southern California Wildfires (Jan 2025)WildfiresPacific Palisades (Calif)Altadena (Calif)Los Angeles (Calif)Fires and Firefighters
Hizo falta un infierno azotado por el viento para reducir la famosa geografía en expansión de Los Ángeles; de algún modo, cuando todo el mundo conoce a alguien que lo ha perdido todo, el lugar parece más pequeño.
Los teléfonos suenan de repente con falsas alarmas de evacuación, y luego suenan discretas campanillas con mensajes de compañeros de clase perdidos hace mucho tiempo y primos lejanos que preguntan cómo estás. Hay carteles de "ustedes saquean, nosotros disparamos" fuera de algunas casas, pero los centros de donaciones están rebosando. Cientos de residentes que viven en algunos de los códigos postales más caros del país han dormido en catres en los refugios de la Cruz Roja.
Manzanas enteras han quedado reducidas a escombros cubiertos de cenizas, mientras una casa permanece en pie, y es difícil saber si la protegieron bomberos privados que solo el dinero puede comprar, la gracia divina o los despiadados caprichos de los vientos de Santa Ana. El tejido cívico se siente hecho jirones y tenso a la vez.
¿Los incendios son los grandes igualadores, los grandes divisores o los grandes unificadores de Los Ángeles? O, como tantas otras cosas de esta catástrofe, ¿son todas esas cosas a la vez?
Sentada en una silla de ruedas ante las puertas de un refugio de evacuados en el barrio de Westwood, al oeste de Los Ángeles, Jay Solton, de 85 años, encarnaba esta mezcolanza de trauma y resistencia personales y comunitarios.
Estaba radiante, aunque de luto, y su vida estaba en suspenso en un centro recreativo local. Su carrera había tocado las obsesiones gemelas de Los Ángeles: el sector inmobiliario y Hollywood. Contó anécdotas de cómo pasaba las tardes con Frank Sinatra y Doris Day en la década de 1960, y de cómo se había acercado a sus vecinos más recientes, pero se había distanciado de sus hijos.
Cuando el fuego amenazó su pequeño edificio de apartamentos en el barrio de Brentwood, Solton decidió marcharse con su vecino y dirigirse al refugio. Era la primera vez que se veía obligada a evacuar en sus más de seis décadas en Los Ángeles. Sin electricidad y con los vientos aún rugiendo, Solton se sintió más segura manteniéndose alejada. Suena extraño, dijo, pero había algo casi inspirador en el repentino esfuerzo colectivo.
"Cuando te tratan tan bien como a nosotros, queda muy poco margen para cualquier tipo de angustia", dijo sobre su hogar temporal en el centro de evacuación, donde el sol del sur de California proporcionaba un contrapunto chocante a la devastación de Pacific Palisades, a solo unos 10 kilómetros al oeste. Cuando un hombre se detuvo para hacerle un cumplido, ella bromeó con él diciéndole que ya había conocido a otro pretendiente dentro.
"Sabiendo que hay amistad y decencia entre todos los grupos de personas que se han unido", dijo, "creo que esto va a hacer más fuerte a Los Ángeles".
Tal vez una especie de insensibilidad se haya cernido siempre sobre Los Ángeles. Del tipo que permite a millones de residentes ignorar a las miles de personas que duermen bajo las autopistas en todos los barrios y aparentemente a la vuelta de cada esquina. Del tipo que permite mantener la familiaridad con la amenaza constante de terremotos, fuertes vientos, deslaves e incendios.
Más de una semana después de que estallaran los incendios forestales, ese insensibilidad se parece mucho más a un duelo.
"Estoy viendo una pérdida increíble, un dolor increíble que puedes ver en los ojos de la gente", dijo Arielle Chiara Khonsary, de 30 años, angelina de quinta generación, cuya casa de Palisades quedó destruida. "Te cruzas con alguien en el ascensor y sabes que se trata de alguien que lo ha perdido todo".
Bobby McDonald, de 78 años, lleva casi tres décadas viviendo en Altadena y sus alrededores. Se quedó atónito cuando vio arder en la televisión local la casa que había vendido hacía dos años. Partes de su barrio le recuerdan algo que nunca pensó que su barrio le recordaría: su tiempo luchando en Vietnam.
"Se parecía a lo que vi allí", dijo.
McDonald, que ayuda a supervisar las suites de lujo del Crypto.com Arena, dijo que su Altadena era un pequeño pueblo en una gran ciudad. Veía siempre a la misma gente: en la gasolinera, en la tienda de comestibles, en el McDonald's que adoraba en la esquina de East Washington Boulevard y North Altadena Drive.
"No sé si las generaciones futuras van a poder compartir lo que nosotros", añadió, secándose las lágrimas mientras permanecía de pie frente a una tienda de comestibles al sur de la zona de evacuación, su primera salida al exterior en días. "Va a pasar mucho tiempo hasta que recuperemos esa sensación".
Vivir en Los Ángeles es maravillarse y dar por sentada su inmensidad. Lo que la mayoría de la gente llama informalmente ciudad es en realidad un condado formado por 88 jurisdicciones municipales. El cliché local es que es el único lugar donde se puede esquiar y hacer surf en el mismo día. Por eso, la única forma de percibir la magnitud de la devastación de los incendios forestales es desde las alturas: desde el aire o desde lo alto de una colina.
Si subes a una loma en las estribaciones de Altadena en un día despejado, podrás ver desde el centro de Los Ángeles hasta la emblemática y resplandeciente costa de California. Un paisaje lunar de automóviles quemados, troncos de árboles carbonizados y montones y montones de escombros y ceniza han sustituido allí al habitual ajetreo suburbano. La distancia impide ver la escena de destrucción en la comunidad costera de Palisades. Sin embargo, la posición ventajosa deja clara tanto la enormidad de los incendios como la de Los Ángeles, desde las montañas hasta el océano, y los daños que hay entre ambos.
Los incendios han quemado más de 15.000 hectáreas en el condado de Los Ángeles, llevándose consigo más de 12.000 estructuras y 25 vidas. Los incendios de Palisades y de Eaton, en lados opuestos del condado, han creado una huella de gran alcance, unificando una región que durante mucho tiempo ha contenido identidades dispares.
Los historiadores buscan analogías: el huracán Katrina, e incluso el 11 de septiembre o Pearl Harbor. Las víctimas tienen dificultades para conseguir viviendas a largo plazo. Los residentes regulares, incluso los de los centros urbanos, considerados durante mucho tiempo a salvo de las secas colinas, preparan sus primeras bolsas de urgencia.
Desde hace años, Christopher Bailey pide donativos a sus seguidores de TikTok para poder cocinar y distribuir hot dogs (perritos calientes, en español) desde su camión de comida en Skid Row, cerca del centro de Los Ángeles. Mientras ardían los incendios, dijo a sus seguidores que quería ofrecer algo similar a las víctimas que se habían visto obligadas a abandonar sus hogares.
En pocos días, la operación se había ampliado a un enorme mercadillo en el hipódromo de Santa Anita, a unos kilómetros al este de Altadena. Filas y filas de ropa usada, zapatos, pañales, libros, máscaras faciales, cosméticos y artículos de aseo personal estaban dispuestas para quien necesitara las tomara una tarde de esta semana.
Nadie verificaba si quienes se presentaron tenían viviendas dañadas o destruidas. Muchas familias dijeron que estaban allí simplemente porque les vendrían bien alimentos y suministros gratuitos. Los camiones de comida repartían carne asada y aguas frescas mientras sonaba música de fondo. Era una reunión festiva y frenética de intercambio gratuito para la clase trabajadora, muchos de los cuales aún tenían casa, pero también necesidad.
La ciudad sigue profundamente dividida en torno a la raza, la clase y el dinero. Muchos pasan apuros aunque ganen salarios de seis cifras, una dura realidad en un lugar donde el alquiler promedio es de casi 3000 dólares al mes.
De niña, Iiesha Dent vio cómo su madre se forjaba una sólida vida de clase media tras abrir una peluquería en Pasadena en la década de 1970. La semana pasada, comenzó su propia operación de ayuda a pequeña escala en el jardín delantero de la peluquería. A través de las redes sociales, dijo a sus clientes y amigos que se pasaran con suministros. En cuestión de horas, su jardín junto a Lake Avenue, que conduce a algunas de las zonas más devastadas de Altadena, estaba atestado de gente que buscaba pañales o agua embotellada.
Sin embargo, como otras personas de la región, tiene profundas sospechas sobre lo que está provocando la desigualdad en la ciudad y sobre cómo se desarrollará la recuperación. Le preocupa si los residentes negros y latinos de clase media de toda la vida serán sustituidos por vecinos más ricos cuando se reconstruyan los barrios. Y se preguntó cuánto de la tragedia podría haberse evitado.
"Es casi como si hubieran permitido que esto ocurriera a propósito", dijo. "Hay muchos residentes negros y marrones: ¿simplemente quieren que se vayan?".
Las autoridades de la ciudad y del condado han prometido investigar la causa de los incendios, revisar la preparación de la ciudad y dedicar recursos a la reconstrucción.
Cuando Khonsary, angelina de quinta generación, regresó a su casa para examinar los restos, buscaba la más pequeña de las cosas: una caracola rosa que había pasado por cuatro generaciones de mujeres de su familia.
La caracola era uno de los únicos objetos que sobrevivieron al incendio de la casa de su bisabuela en el barrio de Hancock Park de Los Ángeles a principios del siglo XX. Nunca conoció a su bisabuela, y su abuela murió cuando Khonsary tenía 3 años.
Ella y su esposa excavaron entre las ruinas y los escombros, buscando la caracola y otras posesiones. El fuego dejó muy poco en pie: la chimenea, una lavadora quemada, pedazos de hierro forjado. Khonsary dijo que había llegado a considerar sus pérdidas como una especie de rendición, a "entregarlas al fuego".
Y allí estaba: la caracola, entre las cenizas. Estaba rota en pedazos, pero había sobrevivido. Como su ciudad.
Mimi Dwyer, Vik Jolly y Eli Tan colaboraron con reportería.
Jennifer Medina es una reportera política para el Times afincada en Los Ángeles, se enfoca en las actitudes políticas y el cambio demográfico. Más de Jennifer Medina
Alyce McFadden es una reportera que cubre la ciudad de Nuev York y forma parte de la generación 2024-25 de Times Fellowship, un programa para periodistas al comienzo de sus carreras. Más de Alyce McFadden
Mimi Dwyer, Vik Jolly y Eli Tan colaboraron con reportería.
Un vecindario en Altadena que fue calcinado por el incendio Eaton. (Mark Abramson/The New York Times)
El Centro Recreativo de Westwood se convirtió en un centro de evacuación temporal de la Cruz Roja. (Mark Abramson/The New York Times)