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La Casa Blanca se apresuró a hacerle llegar un mensaje al presidente de Rusia, Vladimir Putin, el año pasado, después de que las agencias de inteligencia estadounidenses dijeran que una unidad militar rusa se estaba preparando para enviar paquetes explosivos en aviones de carga.
Después de que unos cargamentos, de apariencia corriente, empezaran a incendiarse en aeropuertos y almacenes de Alemania, el Reino Unido y Polonia durante el verano, en Washington y Europa no había muchas dudas de que Rusia estaba detrás del sabotaje.
Pero, en agosto, los funcionarios de la Casa Blanca comenzaron a alarmarse cada vez más por la información de inteligencia obtenida en secreto que sugería que Moscú tenía en mente un plan mucho más amplio: llevar la guerra de Ucrania a las costas estadounidenses.
La pregunta era cómo enviarle una advertencia al único hombre que podía detenerlo: el presidente ruso Vladimir Putin.
En una serie de reuniones informativas en la Sala de Crisis, los principales asesores del presidente Joe Biden revisaron los detalles de las conversaciones entre altos funcionarios del servicio de inteligencia militar ruso (GRU, por su sigla en ruso), que describían envíos de productos de consumo que estallaban en llamas --en un caso, un pequeño masajeador electrónico-- como un ensayo.
Cuando los rusos comprendieron cómo los paquetes sorteaban los sistemas de control de carga aérea y cuánto tardaban en enviarse, el siguiente paso parecía ser enviarlos en aviones con destino a Estados Unidos y Canadá, donde provocarían incendios una vez descargados.
Aunque la principal preocupación eran los aviones de carga, a veces los aviones de pasajeros llevan paquetes más pequeños en el espacio sobrante de sus bodegas de carga.
"El riesgo de error catastrófico era evidente", dijo Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional, en una entrevista reciente, "que estos pudieran incendiarse en un avión completamente cargado".
En agosto, Mayorkas impuso nuevas restricciones de control a la carga que se enviaba a Estados Unidos. En octubre, cuando resurgieron las advertencias, presionó discretamente a los altos ejecutivos de las principales compañías aéreas que vuelan a Estados Unidos para que aceleraran sus medidas de prevención de una catástrofe en pleno vuelo. Algunas de esas precauciones se hicieron públicas en ese momento, en otros casos eso no sucedió.
Pero entre bastidores, los funcionarios de la Casa Blanca se esforzaban por comprender si Putin había ordenado o estaba al corriente del complot, o si se le había ocultado algo. Y se inició un gran esfuerzo para advertirle que pusiera fin al asunto.
Recurriendo a un manual desarrollado por primera vez en octubre de 2022 --cuando Estados Unidos creyó que Rusia estaba considerando detonar un arma nuclear en Ucrania-- Biden envió a su asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, y al director de la CIA, William J. Burns, para que comunicaran una serie de advertencias a los principales colaboradores de Putin. Según relató un alto funcionario, fueron necesarias muchas vías para garantizar que el mensaje llegara a oídos de Putin.
El núcleo de la advertencia era que si el sabotaje provocaba víctimas masivas en el aire o en tierra, Estados Unidos responsabilizaría a Rusia de "facilitar el terrorismo". Sullivan y Burns no especificaron cuál sería esa respuesta, pero dejaron claro que llevaría a nuevos niveles la guerra en las sombras que libran Washington y Moscú.
Esa guerra en las sombras continúa, cada día, mientras Rusia recurre al sabotaje con la esperanza de quebrar la voluntad de la OTAN de apoyar a Ucrania, sin desencadenar una guerra total con esa alianza de países.
Ha redefinido la vida en Europa, acabando con la sensación de seguridad que llegó junto con el mundo posterior a la Guerra Fría. Ahora hay una búsqueda constante de saboteadores en aeropuertos, puertos marítimos y submarinos, así como en las calles de grandes ciudades como Berlín, Tallin y Londres.
Pero, en este caso, la advertencia llegó a Putin, dijeron los funcionarios al describir por primera vez los intercambios secretos con el Kremlin. Y parece que tuvieron el efecto deseado: la oleada de incendios en Europa ha cesado, al menos por ahora. Pero no está claro si Putin ordenó la interrupción, y si lo hizo, durante cuánto tiempo. Y es posible, según los funcionarios, que Rusia esté aprovechando el tiempo para construir artefactos mejores y más sigilosos.
¿Negación plausible?
El esfuerzo por contactar a Putin fue descrito por cinco altos funcionarios entrevistados en las últimas tres semanas y que solicitaron el anonimato para poder hablar de una amenaza sensible para la seguridad nacional. En los últimos días, mientras el gobierno actual se prepara para dejar el cargo dentro de una semana, solo se han desclasificado algunos de los detalles de los tensos intercambios con el Kremlin.
Aunque los funcionarios dijeron que su esfuerzo por evitar lo peor tuvo éxito, es evidente que dejó a varios de ellos conmocionados. Al dejar sus funciones, les preocupa que los militares rusos, enfadados por los vergonzosos y a veces mortíferos ataques ucranianos en torno a Kursk y otros objetivos dentro del territorio ruso, estén decididos a llevar el conflicto a territorio europeo y estadounidense. Pero quieren hacerlo utilizando técnicas que no arriesguen un conflicto total con la OTAN.
Es muy posible que los rusos hayan considerado la operación como una reacción natural --y, en su opinión, proporcionada-- a los ataques ucranianos en suelo ruso, que han dependido, al menos en parte, de armas suministradas por Estados Unidos, incluidos misiles.
A día de hoy, los funcionarios estadounidenses no saben si Putin ordenó la operación, si estaba al corriente de ella o si solo se enteró por las advertencias estadounidenses.
Varios funcionarios dijeron que sospechaban que el complot podría haber sido obra de oficiales del GRU que respondían a órdenes generales de aumentar la presión sobre Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. Eso sería coherente, dijeron, con los esfuerzos realizados en el pasado para crear una negación plausible para Putin en caso de que la operación saliera mal.
El incidente demostró que Biden y Putin mantenían canales indirectos de comunicación, a pesar de que no han hablado desde que comenzó el ataque ruso a Ucrania en febrero de 2022.
Esa congelación de las conversaciones directas entre Washington y Moscú parece estar a punto de terminar: el presidente electo, Donald Trump, dijo el jueves que Putin "quiere reunirse y lo estamos preparando", aunque el Kremlin insiste en que no se ha producido ninguna conversación formal. Trump y sus colaboradores son cautelosos sobre la cuestión de si los dos hombres ya han hablado. No han dicho si las conversaciones se limitarán a la guerra de Ucrania o también incluirán los demás elementos de la relación hostil entre Washington y Moscú: una incipiente carrera armamentística nuclear, el futuro de Rusia en Siria y la aceleración de la guerra en las sombras con Occidente.
Las noticias sobre las operaciones de carga aérea se filtraron desde Europa este verano, y The Wall Street Journal informó a principios de noviembre que los servicios de inteligencia creían que el objetivo final de Rusia era ampliar las operaciones a Estados Unidos y Canadá.
Pero este relato es el primero que describe cómo los ayudantes de Biden determinaron que, a menos que intervinieran directamente con Putin, los acontecimientos podrían provocar una calamidad: incluso involuntaria, si un avión se retrasaba por el mal tiempo, o los saboteadores se equivocaban de momento.
"Fue un poderoso ejemplo", dijo Mayorkas, "de la convergencia de la seguridad nacional y los esfuerzos antiterrorismo".
Incendios misteriosos y cortes de cables
Durante los dos primeros años de la guerra, Rusia parecía decidida a mantener el conflicto dentro de las fronteras de Ucrania. Sus misiles nunca se adentraron en territorio de la OTAN. La única noche en que pareció que un misil podía haber cruzado la frontera con Polonia y matado a dos granjeros, Biden fue despertado de emergencia por temor a que los dos países estuvieran a punto de tropezar en un conflicto abierto. Para alivio de Washington, fue una falsa alarma; el disparo erróneo procedía de los ucranianos.
Eso cambió en 2024. Los casos de sabotaje, y de sospecha de sabotaje, surgieron por todas partes: incendios de almacenes difíciles de explicar, a veces vinculados a empresas que apoyaban el armamento de Ucrania; ciberataques de GPS que paralizaron los sistemas de navegación de barcos y vuelos en toda Europa; cortes en los cables submarinos de fibra óptica que parecían haber sido ocasionados por las anclas de arrastre de la "flota en la sombra" de barcazas rusas.
Washington ayudó a los servicios de inteligencia de Berlín a descubrir un complot de asesinato contra el director ejecutivo de Rheinmetall, principal fabricante de armas de Alemania. La empresa es uno de los principales productores de los proyectiles de artillería que Ucrania necesita con urgencia.
Pero cuando un artefacto provocó un incendio a finales de julio en unas instalaciones de carga de DHL en Leipzig, la antigua ciudad universitaria de Alemania Oriental, se hizo una investigación inmediata. Thomas Haldenwang, jefe de la agencia de inteligencia nacional de Alemania, declaró posteriormente ante el Parlamento alemán que el país había evitado por poco una catástrofe aérea, pero no dio más detalles.
El paquete tenía matasellos de Lituania, al igual que otro que estalló en Birmingham, Inglaterra. Un tercero estalló en llamas en una empresa de mensajería polaca.
Dentro de la Casa Blanca, la mayor preocupación llegó en forma de información de inteligencia sobre conversaciones del GRU. Los funcionarios estadounidenses no discutirán cómo obtuvieron acceso a las conversaciones. Pero confirmaron el contenido: los tres artefactos incendiarios pretendían averiguar cómo circulaban los paquetes de DHL y de otras empresas, de modo que la ignición de un material a base de magnesio altamente inflamable pudiera programarse con precisión para que prendiera fuego.
Las conversaciones indicaban que el siguiente paso era introducirlos en aviones con destino a Estados Unidos y Canadá. Pero el temor que recorría las conversaciones de la Sala de Crisis era que un retraso involuntario --debido a las condiciones meteorológicas o a que los aviones dieran vueltas antes de aterrizar a causa del intenso tráfico-- pudiera significar que los artefactos estallaran en pleno vuelo.
De Washington a Moscú, una advertencia
En agosto, la CIA y otros organismos llegaron a la conclusión de que los artefactos incendiarios que estallaron en Leipzig, Birmingham y Polonia formaban parte de una "prueba de campo" del GRU, que intentaba comprender qué camino siguen los paquetes en su recorrido por Europa. Los paquetes se enviaron desde Vilna, Lituania, donde los rusos mantienen una importante presencia de inteligencia.
Los colaboradores de Sullivan recuerdan que en ese periodo estaba muy centrado en el riesgo de atentados, aunque no dijo nada públicamente al respecto. Pero las conversaciones entre los funcionarios del GRU no dejaban lugar a dudas de hacia dónde se dirigían sus esfuerzos. Un alto cargo implicado en las conversaciones dijo que quedó claro que tenían que hacerle llegar un mensaje a Putin, porque era el único capaz de ordenar el fin de la operación en el sistema ruso. Pero llegar hasta él significaba enviar el mensaje por múltiples vías.
Sullivan inició discretamente una serie de llamadas con su homólogo ruso, Yuriy Ushakov, empezando por señalar el complot de Rheinmetall. Como era de esperar, Ushakov negó que Rusia estuviera implicada, al igual que los funcionarios rusos habían negado, en octubre de 2022, que hubieran estado planeando el uso de un arma nuclear táctica.
Luego, hablando un poco tangencialmente sobre cómo lo sabía Estados Unidos, Sullivan dijo a Ushakov que el gobierno estadounidense creía que los artefactos incendiarios también eran responsabilidad de Rusia, y que habían puesto en peligro vidas civiles. La gran preocupación era el riesgo de bajas masivas, dijo, si los paquetes estallaban en un avión de carga o de pasajeros.
Burns, el director de la CIA que fue embajador estadounidense en Rusia hace dos décadas y es el funcionario que mejor conoce a Putin, expuso esencialmente el mismo argumento a sus homólogos de inteligencia, Serguéi Naryshkin, que dirige el SVR, y Alexander Bortnikov, director del FSB, las dos agencias de inteligencia rusas más poderosas. La idea de esas conversaciones era que todos ellos tenían acceso regular a Putin.
Los funcionarios estadounidenses se cuidaron de no decir que la intención de la operación era derribar un avión; de hecho, los artefactos parecían estar diseñados para estallar en tierra. Pero el riesgo de un accidente aéreo parecía alto.
Aunque se evitó la crisis inmediata, los colaboradores de Biden reconocen que el incidente puso de manifiesto un problema mayor: que a medida que la guerra se acerca a su tercer aniversario, los riesgos se extienden a nuevos ámbitos y adquieren nuevas dimensiones.
"Por muy importante que sea un alto el fuego en Ucrania, no lo es todo", dijo Richard Haass, expresidente del Consejo de Relaciones Exteriores, quien ha escrito mucho sobre cómo podría ser el final de la guerra.
El sabotaje, dijo, "forma parte de un patrón más amplio".
"Rusia se ha convertido en un actor revolucionario", dijo. "Rusia se ha convertido en un país que pretende socavar el orden internacional. Y la verdadera pregunta es: ¿el gobierno de Trump puede hacer algo al respecto?".
David E. Sanger cubre el gobierno de Joe Biden y la seguridad nacional. Ha sido periodista del Times durante más de cuatro décadas y ha escrito varios libros sobre los desafíos a la seguridad nacional estadounidense. Más de David E. Sanger