Hay discursos que no buscan el aplauso inmediato ni el titular fácil, pero que terminan definiendo una época. El pronunciado en Oslo por Jørgen Watne Frydnes, presidente del Comité Nobel, al entregar el Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado, pertenece a esa categoría. Ha sido poco citado y rápidamente sepultado por la vorágine informativa, pero contiene una de las defensas más lúcidas y necesarias de la democracia en el mundo actual.
Frydnes no habló únicamente de Venezuela. Habló a Occidente entero. A un mundo que parece haber olvidado que la libertad no es una condición automática ni una comodidad heredada, sino una responsabilidad que exige vigilancia, compromiso y, muchas veces, sacrificio.
En una frase que debería ser enseñada en todas las escuelas de política, recordó que la democracia “no es un lujo prescindible ni un adorno que se coloca en una estantería”, sino “trabajo arduo, acción y negociación, una obligación viva”. Allí está el núcleo moral de su mensaje. En tiempos donde el autoritarismo se disfraza de eficiencia, orden o estabilidad, el Nobel recordó que solo la democracia es capaz de contener la violencia, distribuir el poder y preservar la dignidad humana.
Frydnes fue más allá. Advirtió que incluso países con larga tradición liberal están “derivando hacia el autoritarismo y el militarismo”, aprendiendo unos de otros, compartiendo tecnologías de vigilancia, propaganda y control social. Lo que ocurre en Caracas —dijo sin rodeos— no es una anomalía regional, sino un espejo global. Venezuela no es una excepción; es una advertencia.
El pueblo venezolano como sujeto moral de la democracia
En medio de un relato marcado por testimonios de tortura, represión y persecución sistemática, Frydnes subrayó una verdad esencial:
“En el núcleo de la lucha por la democracia brilla una simple verdad: la democracia es más que una forma de gobierno; es la base de una paz duradera. Y millones de venezolanos lo saben”.
Esa afirmación desplaza el foco del heroísmo individual hacia la dimensión colectiva. El Nobel no reconoce solo a María Corina Machado; reconoce a un pueblo que, frente al miedo, ha insistido en votar, en documentar, en resistir. Un país que no renunció a su condición de ciudadano incluso cuando el poder intentó reducirlo a súbdito.
Frydnes recordó un hecho extraordinario: más de un millón de venezolanos custodiaron las urnas en las elecciones de 2024, fotografiaron actas, preservaron pruebas y arriesgaron su vida para defender la verdad electoral. Calificó esa movilización como “probablemente la más grande y valiente del mundo contemporáneo”. No hay exageración. Pocas veces en la historia reciente se ha visto una defensa tan masiva, organizada y pacífica del voto bajo una dictadura armada.
En ese contexto, el Comité Nobel reconoció una dupla que sintetiza madurez política y liderazgo moral: María Corina Machado, como la voz que unió y despertó; y Edmundo González Urrutia, como el presidente electo que encarna la voluntad popular. Ella articuló la esperanza; él la institucionalizó. Ambos representan una transición pacífica que ya es legítima, aunque aún esté bloqueada por la fuerza.
El mensaje del Comité a Nicolás Maduro fue inequívoco, despojado de eufemismos diplomáticos: debe aceptar los resultados electorales, renunciar al poder y sentar las bases de una transición democrática. Pocas veces un Nobel ha hablado con tanta claridad moral a un dictador en ejercicio.
El silencio del mundo y la traición moral
Quizás el tramo más incómodo del discurso fue el reproche dirigido a la comunidad internacional. Frydnes recordó que Venezuela pidió ayuda y el mundo democrático prefirió mirar hacia otro lado.
“Mientras perdían sus derechos, su alimento, su salud y su futuro, gran parte del mundo se aferró a sus viejas narrativas… Fue una traición moral”.
Es una acusación que interpela tanto a América Latina como a Europa y Estados Unidos. Nos hemos acostumbrado a defender la democracia solo cuando no tiene costo, a exigir pureza a quienes luchan en condiciones extremas, y a confundir prudencia con indiferencia. La democracia —insistió Frydnes— no se defiende desde el escepticismo cómodo, sino desde la solidaridad con quienes arriesgan todo.
La mentira de la “paz autoritaria”
El discurso desmontó una de las falacias más recurrentes de los regímenes autoritarios: la idea de que ellos garantizan paz y estabilidad.
“Una paz basada en el miedo, el silencio y la tortura no es paz; es sumisión presentada como estabilidad”.
Y la conclusión fue demoledora: la paz y la democracia no pueden separarse sin que ambas pierdan su significado. Donde la libertad desaparece, la violencia se acumula. Donde se clausura la democracia, la guerra se prepara.
El cierre del discurso fue, a la vez, firme y esperanzador:
“Su poder no es permanente. Su violencia no prevalecerá sobre un pueblo que se levanta y resiste… Que sepan que el mundo no les da la espalda. Que la libertad se acerca. Y que Venezuela volverá a ser un país pacífico y democrático”.
Estas palabras, que debieron ocupar portadas, pasaron casi en silencio. Sin embargo, condensan el verdadero significado del Nobel otorgado a María Corina Machado: la reivindicación de la democracia como el acto más revolucionario y más pacífico de nuestro tiempo.
Hoy, Venezuela se ha convertido —en palabras del propio Comité Nobel— en una frontera moral de la libertad. Ignorar ese mensaje no solo sería una omisión política. Sería una renuncia ética.
Si quieres, puedo hacer una versión más corta para prensa, una adaptación para público internacional o un cierre aún más contundente en clave regional.
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