Hace solo unos días, estuve en Bondi Beach, en Sídney. Caminé por la playa, observando a la gente trotar y hacer surf en los primeros días del verano australiano. Me sentí en paz, libre y sin ataduras. Era la Australia que siempre había imaginado: un lugar donde la gente cree que puede vivir con seguridad, abiertamente y sin miedo.
Despertar el pasado domingo por la mañana y ver esa misma playa rodeada con cinta policial, manchada de sangre y los cuerpos de judíos asesinados mientras celebraban Janucá, me produce una angustia que desborda cualquier descripción.
Estuve la semana pasada en Australia no como turista, sino como vicepresidenta sénior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (ADL). Formaba parte de una delegación del Grupo de Trabajo J7 —una coalición que representa a las siete comunidades judías más grandes de la diáspora— que se encontraba de visita oficial en el país. Fuimos allá porque vimos señales de alarma. Fuimos porque la comunidad judía australiana ha estado bajo asedio desde el 7 de octubre, tras un aumento de casi el 500% en los incidentes antisemitas desde el mortífero ataque de Hamás contra Israel.
Fuimos para dar la voz de alarma.

En las reuniones con altos funcionarios del Gobierno y miembros del Parlamento, nuestro mensaje fue explícito y urgente: lo que comienza con palabras puede terminar en violencia. Les advertimos que la normalización de los llamados a “globalizar la Intifada” y la incitación descontrolada en las calles casi inevitablemente podían llevar a un derramamiento de sangre. Visitamos la sinagoga Adass Israel en Melbourne, que fue atacada con bombas incendiarias hace solo un año por atacantes vinculados al régimen iraní: una prueba devastadora, de primera mano, de lo que ocurre cuando el odio cruza la línea entre la retórica y la acción.
Exigimos al Gobierno que aplicara el plan de acción para combatir el antisemitismo elaborado por su propia enviada especial hace casi seis meses. Exigimos que trataran este odio con la seriedad que merece, como la amenaza para la seguridad nacional que realmente es.
Lamentablemente, esas advertencias no se tomaron en serio con la suficiente rapidez. Y ahora, al menos 15 personas inocentes, entre ellas una niña de 10 años, dos rabinos y un sobreviviente del Holocausto, han perdido la vida. Esto no fue un acto de violencia aleatorio. Fue la consecuencia previsible de un odio que se ha estado gestando durante mucho tiempo.
Pero, en medio del horror, hay otra historia. Una historia que viví pocos días antes del ataque.
Durante nuestra visita, pasamos tiempo con la misma comunidad Jabad que fue atacada, algunos de nosotros incluso pasamos el Shabat juntos en esa sinagoga. Rezamos juntos, comimos juntos y cantamos juntos. Miramos de frente a una comunidad maltrecha pero inquebrantable.
Ahora más que nunca, ese es el espíritu que necesitamos.
Los terroristas querían convertir Janucá, una fiesta de luz, en un momento de oscuridad. Querían convertir una celebración de la supervivencia judía en una escena de muerte judía. Quieren que sintamos miedo, que escondamos nuestras menorás, que cerremos nuestras puertas, que nos quitemos nuestras Estrellas de David.
No les concederemos esa victoria.
Janucá es la historia de unos pocos que vencen a muchos, de la luz que repele la oscuridad. Nos enseña que incluso una sola llama puede desafiar la oscuridad que nos amenaza. Tras esta tragedia, las comunidades judías del mundo no se retirarán a las sombras. Encenderemos nuestras velas. Nos reuniremos en nuestras sinagogas y fuera de ellas. Viviremos nuestra identidad con orgullo.
Pero la resiliencia por sí sola no es una estrategia para la seguridad. La comunidad judía no puede librar esta batalla sola.
El Gobierno australiano, y los gobiernos de todo el mundo, deben ir más allá de las condolencias. Como comunidad minoritaria que se ve obligada a rodear nuestros lugares de culto con muros y a ubicar guardias de seguridad en cada entrada, hemos aprendido que protegernos a nosotros mismos no es suficiente. Luchar contra el antisemitismo es la única manera de superar este tsunami de odio antijudío.
Las condenas sin medidas concretas no tienen sentido para las familias que entierran a sus seres queridos. Necesitamos una inteligencia proactiva para desmantelar las redes violentas. Necesitamos que haya cero tolerancia a la incitación. Necesitamos líderes que dejen de tolerar el odio en nombre de la conveniencia política.
Bondi Beach debe seguir siendo un símbolo de vida, libertad y convivencia, no de terror. No podemos aceptar esto como la nueva normalidad.
Por la memoria de aquellos que perdimos y por el futuro de aquellos que quedan, debemos convertir nuestro dolor en acción. Seguiremos haciendo sonar la alarma hasta que la escuchen.
Por nuestros hermanos y hermanas de Sídney, hacemos brillar nuestra luz.
*Marina Rosenberg es la vicepresidenta sénior de Asuntos Internacionales de la Liga Antidifamación (ADL). @_MarinaRos
**Publicado originalmente en inglés en eJewishPhilanthropy
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