
El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, la indestructible luchadora por la libertad de Venezuela, obliga a la reflexión en nuestro rincón del mundo.
Porque, como todos los Premios Nobel —incluidos los científicos—, lleva un mensaje a nuestra región que es de insoslayable examen.
En el caso del Nobel de la Paz, la Comisión Nobel está subrayando un fenómeno de singular significación para el futuro económico y político de América Latina: la madurez de la sociedad civil. Porque la gesta heroica de la Sra. Machado sería imposible sin dos ingredientes. El primero, el convencimiento de la sociedad civil de que unida bajo un solo liderazgo es posible derrotar a una tiranía siniestra y criminal. El segundo ingrediente es el convencimiento de la Sra. Machado de que la vía hacia la democracia es pacífica, democrática y no violenta. Ambos ingredientes siembran las bases de una democracia estable cuando finalmente desaparezca la dictadura que ha confiscado la soberanía al pueblo de Venezuela.
En el caso del Premio Nobel de Economía, la Academia de Ciencias de Suecia ha reconocido a quienes han trabajado en la comprensión del impacto de la innovación sobre las estructuras económicas y sociales del mundo. En palabras de dos de los premiados, los profesores Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt: “La innovación representa algo nuevo y, por lo tanto, es creativa. Sin embargo, también es destructiva porque elimina procesos de producción; hace obsoletos conocimientos y destrezas y elimina puestos de trabajo de las clases medias”. Coloca así la Academia de Ciencias el drama de nuestra era en sus justas dimensiones. La innovación nos está llevando a disfrutar de niveles de confort nunca imaginados pero también está causando daño a un sector de la sociedad que es necesario atender. Se trata de una advertencia a los formuladores de políticas públicas: ignorar el daño que ocasiona la innovación puede tener repercusiones adversas para la democracia.
El Premio de Química, por su parte, fue otorgado a Susumu Kitagawa, Richard Robson y Omar M. Yaghi “por el desarrollo de estructuras metal-orgánicas” que sirven el propósito de mejorar los procesos de almacenamiento de gas, captura de carbono, catálisis y purificación de agua. En síntesis, por crear agentes protectores del medio ambiente a largo plazo.
El Premio Nobel de Física fue otorgado a John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis por el descubrimiento del túnel mecánico cuántico macroscópico y la cuantificación de energía en un circuito eléctrico. Ambos elementos son esenciales para el desarrollo de la computación cuántica, cuya capacidad para resolver complejos problemas es realmente infinita.
Tomados en conjunto, los reconocimientos de mayor prestigio internacional nos dicen que no hay democracia sin sociedad civil fuerte y que toda sociedad civil madura produce de su seno el líder (en el caso de Venezuela, la lideresa) ideal para llevarla por los caminos de la libertad. Que los gobernantes sabios crean políticas públicas para aprovechar los efectos positivos de la innovación y corregir los que provocan pobreza y desapego democrático. Y también —vía los reconocimientos científicos— nos dicen las academias que ya estamos en la era de las redes semánticas y que, por ello, los humanos debemos imprimir a nuestras obras y conducta los elementos solidaridad con otros seres humanos y comprensión del medio ambiente para absorber el progreso y evitar los conflictos.
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