Los sonidos y silencios de conflictos anunciados

Entre discursos de poder y movimientos estratégicos, las tensiones entre Oriente y Occidente podrían derivar en un nuevo escenario de confrontación

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Imagen de archivo del presidente
Imagen de archivo del presidente de EEUU, Donald Trump, y el presidente chino Xi Jinping durante la cumbre del G20 en Osaka, Japón, en junio de 2019 (REUTERS/Kevin Lamarque)

Las últimas seis semanas se han caracterizado por un ruido ensordecedor de sables en Washington D.C., ciudad en la que Elon Musk blande su espada limpiadora cual Sir Galahad moderno para destruir a todo aquel que se interponga en el logro del rescate del Santo Grial. Definido el Santo Grial, por supuesto, como el logro de una limpieza burocrática de tal magnitud que el ocupante del Ejecutivo norteamericano no tenga ante sí obstáculo alguno para ejecutar sus designios.

El ruido de Washington contrasta con el silencio de Beijing, cuyo jefe ejecutivo estuvo presente en el Congreso de China, denominado Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino. Allí pronunció una alocución serena, clara, corta y contundente.

El pueblo chino debe prepararse para sostenerse sobre sus propias fortalezas, que incluyen el más grande mercado del mundo al contar con 400 millones de hogares con el poder de compra de la clase media de Europa o Estados Unidos. En materia tecnológica, los adelantos en inteligencia artificial ya sobrepasan los de Occidente; el país no tiene deuda interna ni externa; la sociedad china está supremamente integrada.

Además, el aparato industrial cuenta con la provisión de insumos y materias primas de un conjunto de países que se han beneficiado de los proyectos de inversión en infraestructura. Y si bien en la alocución no hubo mención alguna a Washington, era claro que el mensaje indicaba al pueblo chino que debía prepararse para una agresión externa no provocada.

Ese discurso, al cual ni los medios tradicionales ni los blogs o los influencers han prestado demasiada atención, constituyó el lanzamiento de una nueva política internacional cuyos hitos son: en el terreno de las manufacturas, la sustitución de los intercambios con EEUU por mayores y más intensos intercambios con Europa; la provisión de asistencia internacional para el desarrollo a todas las naciones identificadas como productoras de insumos fundamentales para la cadena de valor china; y el fortalecimiento del yuan como moneda de inversión.

Emergería así, suponiendo que no se presente un conflicto armado vinculado con la independencia de Taiwán, un nuevo mapa geopolítico mundial en el que Europa y China se constituyan en un polo de crecimiento industrial organizado, mientras un conjunto de países del llamado Sur Global ven mejorar su infraestructura y, con ello, sus condiciones económicas. Parte de África, de Asia y de América Latina entraría en la ecuación.

Estados Unidos, por su parte, claramente tiene intenciones de hacer conquistas árticas, atraído por la geopolítica de la región y la generosa presencia de los minerales raros. Con el Canal de Panamá controlado, Brasil en caos económico, Argentina en vías de resurrección y México asediado por los cárteles criminales y los aranceles estadounidenses, EEUU tiene el camino despejado para crear un nuevo sistema de poder en el cual haga sociedad con Rusia y, entre ambas, se repartan las riquezas del Ártico. Adicionalmente, contaría con el respaldo de Narendra Modi, de la India; Recep Tayyip Erdoğan, de Turquía; desde luego, Israel y posiblemente Arabia Saudita y los países del Golfo, así como Filipinas e Indonesia. Hungría posiblemente abandone la Unión Europea para sumarse a este bloque.

Tendría así el mundo dos locomotoras de crecimiento y quizás se imponga un período de paz y estabilidad.

Pero, como ninguno de estos movimientos está libre de afectar intereses concretos de sectores importantes de las élites de las naciones sujetas a reacomodos, en el camino de la formación de los nuevos bloques pueden surgir conflictos de relativa gravedad. En África, por ejemplo, existe un núcleo de países gobernados a distancia por Rusia vía el África Corps, antiguo Grupo Wagner. Estas naciones podrían decidir atacar blancos alineados con China. Hungría podría ser el esquirol de Europa en los planes de penetración rusa. Y Rusia podría intentar una confrontación mayor atacando a las naciones bálticas. Surgiría así una cadena de conflictos que, individualmente, no podrían dar al traste con el orden mundial.

En este caso, posiblemente, en lugar de encaminarse el mundo hacia un reacomodo de su economía y alianzas políticas, seguramente comenzaría el tránsito hacia otra conflagración mundial. ¡Nada auspicioso el panorama!