La mínima aspiración de los ciudadanos de las pocas democracias liberales que existen en el mundo es que sus gobernantes estén informados sobre los actos de su gobierno y las consecuencias de ellos. Sin embargo, al parecer, la meta verdad parece haberse engullido los cerebros de nuestros gobernantes y sus operadores.
La semana pasada Estados Unidos entero reaccionó enfurecido contra lo que, a todas luces, era un despilfarro mortal de esas contribuciones ciudadanas llamadas impuestos cuando tanto la directora de comunicaciones de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, y el propio presidente del país, Donald J. Trump, afirmaron que la agencia de cooperación internacional USAID estaba bajo revisión ante el descubrimiento de un pago de USD 50 millones para adquirir condones para Gaza. El debate se tornó furibundo y dependiendo de qué lado del espectro se estuviera, se llegó a decir que estos aditamentos eran necesarios para proteger a las víctimas de violaciones de Hamas o el ejército Israelí.
Gracias a que todavía existen periodistas formados con la ética de Walter Cronkite, la agencia Reuters rompió el furibundo debate anunciando que no había una sola prueba de esa compra. Más adelante la prensa británica aclaró lo que aparentemente nadie quiso aclarar en Estados Unidos. Existe en Mozambique, nación ubicada en la costa oriental de África, una región llamada Gaza donde el SIDA hace de las suyas. Los condones eran parte de una campaña profiláctica para la Gaza de Mozambique, no la Gaza del Medio Oriente.
Este episodio me lleva a pensar en lo destructivo que puede ser para el tejido democrático de cualquier país la ausencia de apego a la verdad en la información pública. Como bien dijera Walter Lippman: “La defensa de la verdad es esencial porque sabemos cuán porosos a la información ambiental somos en la constitución de nuestra opinión interna del paisaje, y cuán absurdo es considerarnos a nosotros mismos como teniendo una comprensión firme y final de la realidad cuando toda la historia de nuestra especie es la historia de la malinterpretación y la pseudo realidad firmemente sostenida como verdad”.
Esa pseudo realidad a la que alude Lippmann no es otra cosa que la llamada hoy meta verdad o post verdad. Ambos nombres encubren una horrenda realidad. Se trata de la mentira vestida con ropajes de Chanel. Y el atractivo del ropaje encubre un veneno letal: el de construir realidades a partir de mentiras cuyo corto existir insufla discordias; agudiza disentimientos y destruye puentes para el entendimiento.
Estamos regresando a la etapa en la que encender la biblioteca de Alexandria es aceptable para impedir que la creación de conocimiento socave las bases de poder de logias que se forman en torno a las posiciones de gobierno y que, en un mundo en el que imperase la transparencia, no tendrían lugar alguno.
Y uno se pregunta si hay un antídoto a este mal. La respuesta está en el medioevo. Cuando tanto a cristianos como musulmanes les dio por destruir las fuentes de conocimiento, los creadores de conocimiento se refugiaron en los conventos y desde allí no sólo protegieron el conocimiento sino que lo enriquecieron y ampliaron.
Hoy los conventos son los think tanks o tanques de pensamiento privados sin fines de lucro que reúnen a seres de pensamiento afín y sobre todo a aquellos para quienes la verdad es el objetivo último de toda comunicación. Solo ellos pueden combatir con efectividad esta lluvia de post verdades que lanzan a diario una suerte de juglares modernos que ahora se llaman influencers y que, al igual que sus antepasados, lanzan mensajes sin comprender su fondo ni constatar su autenticidad. Y estos proliferan en las redes sociales que, contrario a los medios de comunicación tradicionales, no tienen una junta editorial que los supervise; no deben confrontar a un jefe de redacción o la posibilidad de ser demandados por difamación. Así, contaminan las redes de distribución cibernéticas con distorsiones a la verdad; pugnacidad y violencia sin tener límite alguno.
Sus días, sin embargo, están contados porque los avances de la Inteligencia Artificial van a ocupar los escenarios de los influencers. Pero todavía falta un tiempo por lo que habrá que continuar el refugio en los think tanks y recurrir a los conductos de la Inteligencia Artificial para abatir a los influencers y los teóricos de las conspiraciones.