Ninguno de los dos es perfecto, pero para los uruguayos, cada uno en su dimensión, representan valores, identidades, formas de entender el mundo y actitudes ante la vida según la ubicación política que se elija tener.
En general, a manera de péndulo, las sociedades van de un lado hacia el otro, pero los administradores circunstanciales de los péndulos pueden ser horribles o atrapantes. Luis Lacalle Pou y José Mujica superan el péndulo obvio al despegar sus secuencias en base a aspectos emotivos que les permiten conectar desde lo irracional y así abortar lo político primario en un plano racional. Ellos se comunican -conscientes o no- desde allí con la gente, todo lo demás parecería secundario. Es verdad, razonan aristotélicamente, pero no lo verbalizan siempre así, esa es parte de la hazaña comunicacional de ambos. ¡Y son muy distintos! Muy, pero muy distintos.
Los dos, a su manera, conquistaron dimensiones en valores que son lugares donde la gente uruguaya se auto reconoce. Por algo son liderazgos carismáticos porque generan adhesiones desde lo irracional (Max Weber básico, Economía y Sociedad, Formas de Dominación Carismática).
Luis Lacalle Pou y José Mujica son los personajes más identitarios del Uruguay del presente. Ambos poseen “seguidores”, no necesariamente votantes, ambos son amados por buena parte de la población, y lo paradojal, es que hay una zona de simpatizantes de ambos que simultáneamente posee buena onda para con los dos (es verdad, ambos tienen minorías que los repelen, pero no relevantes en lo cuantitativo lo que les deja un saldo en favor en el territorio de la simpatía, algo que pocos pueden alcanzar como activo).
Es curioso, siendo casi modelos personales antinómicos, básicamente opuestos en lo filosófico, tienen algunos asuntos que los aproximan en la gestión de sus emociones y en la construcción de sus mensajes, asuntos que ni ellos (necesariamente) perciben porque la introspección profunda es siempre un desafío gigante para cualquier líder de magnitud relevante. El líder -recordémoslo- siempre está solo, no hay amigos, confidentes, corte, o Maquiavelo que resuelva acertadamente el desafío de la conducción en el poder. Eso, cuando se lo hace con efectividad, trasciende el tiempo y deja marcas en la gente. Marcas que no siempre desaparecen. Y que cuando son relevantes se transforman en mitos o leyendas.
Cercanía, coloquialidad, sentido de empatía por el otro, entrega de tiempo al ciudadano de a pie, sencillez y comunicación clara son seis claves que tienen en común ambos a pesar de sus lenguajes diversos, de estéticas cruzadas y de encares confrontados. Desde el “tractor” de Mujica a la “moto” de Lacalle Pou, pasando por la ausencia de dientes de Mujica y el cuerpo musculoso de Lacalle Pou, todo parece un comic de súper héroes enfrentados que podrían ser sus propias némesis. Y, seguro, a nadie le parecería delirante estas antípodas en personajes de Manga.
Ambos, además, son magnéticos en sus performances ante las cámaras de televisión y sus cortes se viralizan en redes sociales sin demasiada complicación. Cada uno en sus términos, cada uno con sus formas y cada uno siendo lo más parecido a cada uno. Cada uno en su generación, cada uno en su idioma de época, pero con dominio pleno de su libertad narrativa, y cada uno haciendo guiñadas permanentes a su público: con metáforas, verónicas y palabras clave que sus seguidores decodifican como un mensaje “exclusivo” para ellos. Los públicos de cada uno de ellos, los seguidores y los fanáticos, además, saben de la entidad de ambos, los reconocen relevantes y se miran (los públicos) sabiendo que el juego es siempre en la línea de cal, porque nadie se regalará un centímetro en sus narrativas. No hay treguas, no hay saludos a la tribuna, existió sí “convergencia” coyuntural pero no más que eso. Y eso, estuvo correcto (hasta imprescindible) para el Uruguay que tiene la capacidad de presentar al presidente con los expresidentes como un activo de todo el país. No sé cuántos países del continente pueden compartir tiempo, cenas, viajar juntos, reflexionar en seminarios, ir a asunciones presidenciales y oírse entre sí -seriamente y prodigándose respeto- personas que piensan groseramente diferente, que condujeron al país y que participan junto con el capitán de turno del barco de ágoras circunstanciales. (No advierto demasiados casos, perdonen el uruguayismo en este punto).
En los hechos, “los personajes que representan” -ambos líderes- ya están mimetizados con los protagonistas que de veras son. Son ellos mismos, ya no tienen manera de hacer un acting (perdieron la posibilidad de ello). Son lo que son. Ambos viven dentro y fuera de sus laberintos. (Con todo lo imponente de semejante entrega en términos humanos; Mujica con el fantasma de Tabaré Vazquez exorcizado; Lacalle Pou con el desafío de convivir contemporáneamente con su padre Luis Alberto Lacalle Herrera en calidad de expresidente lúcido).
Es cierto, José Mujica posee un vuelo internacional intenso, es un activo conquistado, ya terminó hace mucho tiempo su mandato, se han escrito biografías de su mirada aggiornada y como viene de un mundo revolucionario pasando a ser un dialoguista su imagen ha crecido fuera de su comarca. Ese viaje tiene marketing. José Mujica tiene claro esto y no escatima nada en la reproducción de su propio mito viviente. Sabe que ese legado será algo más que un trofeo en la vitrina de una izquierda latinoamericana, bastante licuada por individuos que luego la historia (al desvestirlos) los encuentra poco afectos a la moral y a la decencia política.
Luis Lacalle Pou, seguramente, no se quede atrás en el mundo de los expresidentes “relevantes” en su futura peripecia internacional (asunto complejo si los hay, observe el lector los pocos que inciden en algo en el planeta, puesto que una vez fuera del poder el asunto se complica para aquellos que no tienen resto intelectual o narrativa refrescante). Básicamente Luis Lacalle Pou no empezó aún su rotación planetaria, defendiendo las ideas en las que cree, porque -todavía- en su calidad de jefe de Estado y jefe de Gobierno del Uruguay, maneja esa obligación consciente que allí estriba una limitante de la realidad que la ciudadanía no siempre comprende en su cabal dimensión: los presidentes uruguayos no salen a decir lo que se les ocurre sino que tienen un mandato de representación de “todo” su país que les impone la Constitución y que en general lo cumplen. Sin embargo, Luis Lacalle Pou hizo de la “libertad responsable” una marca en el orillo que permite visualizar un marco de actuación ciudadano donde el Estado no agobia, pero no abandona sus roles primarios (y en una pandemia ese fue un desafío que aún hoy se valora como un éxito). En el fondo, Luis Lacalle Pou es un liberal moderno y sensible ante un mundo contemporáneo ríspido. Luis Lacalle Pou es, además, un optimista, cree en la superación del humano, sabe que las generaciones que llegan son mejores que las que se van, y apuesta por el conocimiento como clave de superación del presente. Esa cuádruple dimensión filosófica es más que pertinente en un mundo impertinente. Con esos instrumentos (y otros) en poco tiempo comenzará su periplo alejado del poder institucional.
A veces, la política obliga a las gentes a tomar opciones: gana el que alcanza la mayor cantidad de adhesiones, pero eso es solo para llegar. Luego, el juego se torna maldito y solo quedan en la cancha de la memoria los que lograron pasar por los incendios y los tormentos con hidalguía y éxito. Por eso la historia es tan severa y caprichosa.
Luis Lacalle Pou y José Mujica ya saben que están en un lugar privilegiado en la recordación de sus pueblos.