“Los chiquillos llegaron temprano para el ahorcamiento” escribió Ken Follett alguna vez.
Así se sienten millones de venezolanos ante el padecimiento de la dictadura de Nicolás Maduro. “Dictadura” calificación que decenas de países del mundo han asumido. Y casualmente todos los países democráticos.
La verdad es que los venezolanos están hartos, humillados, atormentados y secuestrados en vida en su propio país. Es competencia internacional abordar este tema. Nadie sienta que “interviene en un asunto interno de un Estado”, siéntanse que “se deben comprometer ante las afectaciones a la democracia de nuestros países”. Abundan los mandatos jurídicos que nos ordenan -a los países del continente- a no hacernos los distraídos ante las autocracias: convenciones, declaraciones, carta democrática, siguen firmas.
¿Alguien se anima entonces a defender a esta dictadura o a relativizarla? Por estos días, leí que al oprobio venezolano algunos lo califican alegremente de “déficit democrático”. Si fuera a usted, a sus hijos, o a sus padres a los que introducen en el Helicoide, a los que les sacuden las tripas, a los que le hacen el submarino con lo que usted defeca o lo matan, pregunto: ¿usted hablaría de “déficit democrático” y la palabra “dictadura” sería un asunto semántico?
Si hubo elecciones y fueron birladas, entonces hubo fraude; si las actas electorales no las presenta el régimen y las presentan los ciudadanos de a pie: ¿de qué estamos hablando? Y ojo porque este continente es regresivo en calidad democrática desde hace 30 años: consolidó más dictaduras, consolidó narcotráfico expansivo, somos la región más violenta del mundo en cuanto a homicidios, matan a periodistas en algunos países en cifras que asustan, eliminan a candidatos presidenciales y a políticos, en fin, un panorama desolador que ni África ofrece en esta magnitud por estos tiempos. Por eso, esto de Venezuela se inscribe en esta alienación violenta que nos debería ofender a todos. Para todos, hacerse el distraído (o ser cínico) no es una opción. O no es ética semejante postura.
Lo otro, miren nuestro “tono”, el que usamos los diplomáticos y gobernantes es así: nosotros declaramos, todos prolijos, todos contenidos, casi en formato de “alumnos aplicados” de colegio británico” procurando encontrar las palabras adecuadas. ¿Y que recibimos todas las santas noches por parte de los dictadores y su troupe de acólitos? Un concierto de alaridos, de bramidos, de destemple y de fascismo burdo. ¡Todas las noches el espectáculo de la dictadura efectúa sus coreografías ante el mundo gritando, amenazando, amedrentando y haciendo chantaje con la gente! Un espectáculo dantesco del que noche a noche vemos sus capítulos, es como si fuera una mala serie de Netflix, con el mismo guión en loop perpetuo pero insoportable, dañina y kitsch. (Nicolas Maduro es kitsch aunque él ni conozca el sentido del término).
Lo repito para que se entienda: fascismo burdo es esto. Violencia. Terrorismo de Estado. Inescrupulosidad. Criminalidad. Todo eso es el gobierno del “déficit democrático”. Y el mundo se cansa de eso y los millones de venezolanos ya no los aguantan más, ni los de adentro, ni los que echaron por el mundo pateados como si fueran animales. ¡Y aclaro! Si alguien pudiera frenar esto, meta para adelante amigo, ojalá alguien pudiera detener la locura. Hasta ahora nada ha resultado. Nada. Y miren que ha habido gente haciendo misiones y cortejando a los chicos del régimen. Y nada, cero resultados. Cero. Eso sí, mucho país con negocios sórdidos con Venezuela, la rica de ayer, y aún la pobre de hoy. Aún muchos países están en esa coordenada. No es un dato menor. Algo dice eso. Lamentablemente, algo revela. La necesidad tiene cara de hereje dice la frase. O algo así, la necesidad de algunos, vaya uno a saber.
Miren, no hay forma de saber cómo se acaban las dictaduras, pero hay indicios sugestivos que prometen un amanecer más temprano que tarde. Contar con María Corina Machado ha sido lo más gratificante que nos ha pasado en América ante la adversidad regresiva del autoritarismo: mujer titánica y lo será aún más. Y no veo al feminismo del continente apoyándola todo unido. ¿O sería admirada si estuviera con una metralleta, con un kufiya palestino tapándole el rostro y gritando por alguna revolución violenta? Pregunto, solo pregunto.
¿Y saben por qué no la matan? Porque de hacerlo su “mito” los devoraría en segundos, como ya los devora su existencia que los enloquece. La vida de María Corina está protegida por su pueblo. Ya no pueden pasar ese límite. Saben que de hacerlo todos los infiernos les sobrevendrían. Y Don Edmundo González Urrutia es el venezolano electo, presidente también por su pueblo. Hombre sereno, mesurado, sin extremismo dialéctico, con la prudencia y humildad de los que se sacrifican. Un binomio que ganó su espacio, su legitimidad dijera Max Weber, de la que carecen los autócratas. Y a Edmundo le raptan su yerno…sabiendo que pegan donde más duele. Satrapía malévola. ¿Hay alguien que se haga el distraído ante semejante maldad? ¿Hay derecho a ignorar ese extremismo?
No existe un manual entonces. En cada lugar es distinto el quiebre del proceso autoritario, en cada momento histórico las crisis son diversas y el fin de una dictadura no se sabe nunca cuándo se produce, pero se produce en el momento menos pensado. Por eso hay que “campanear” permanentemente. Siria no es Bangladesh, pero cada una hizo su ruta distinta. Lo aporto para pensar. Claro, sigue Cuba con sesenta y seis años, ese espejo mete miedo. Lo sé.
Sin embargo, los dictadores saben cuándo están en zona de turbulencia. Lo huelen mejor que nadie y -por eso- reprimen a diestra y siniestra porque su poder se sostiene en el miedo. Es demencial pero estas 2000 privaciones de libertad son la señal del miedo. Suena paradójico, pero no lo es: a mayor temor de la dictadura, más violenta se pone (y más frágil está).
Los dictadores -repitamos lo obvio- sólo se sostienen por la fuerza, las fuerzas armadas o las fuerzas que dispongan (o hasta los aparatos para-militares y los amigos de Cuba que tan solícitos actúan allí adentro). Dato: son las mismas Fuerzas Armadas que resguardaron los actos electorales y permitieron juntar las actas. ¿Raro no? Para nada, los militares de a pie, no están con el gobierno, disienten, pero no lo pueden verbalizar. Esa es la verdad. Los de la élite son los que siguen “enchufados” y no todos…
Cuando se está ante “Terrorismo de Estado” -como lo calificó acertadamente la Comisión Interamericana de Derechos Humamos- se está ante prácticas criminales e intimidatorias desde el propio aparato de poder. Dicho de forma vulgar: se está ante criminales que usan la fuerza y la muerte para reconsolidar su poder autoritario. Punto. Eso es lo que es y de eso hablamos en Venezuela. Recuerdo al ciudadano Fabian Buglione, uruguayo, y pido por él, una persona que, sin comerla, ni beberla está presa. Lo propio sucede con el gendarme argentino Nahuel Gallo. Como tantas personas de tantas nacionalidades que los usan y los califican de “mercenarios” impunemente para así pretender tener prendas de negociación con los países damnificados. Comportamiento mafioso, por ser suave en la calificación.
Por eso el tono no puede ser nunca amigable con esta gente porque sería ser cínico ese talante.
No son respetables los dictadores y si alguien les dispensa ese trato, se equivoca, y la inmensa mayoría del planeta sabe que es así. El dictador debe saber que será aislado, separado de la manada, marcado a fuego por el verbo democrático. Lo aprendimos de Churchill con Hitler, la lección ya está dictada con elocuencia. No es tan complejo recordar lo obvio.
Nicolas Maduro juramentó falsariamente su investidura ficcional en un salón rodeado de Cuba, Nicaragua, y algunos de su calaña. Eso lo dice todo. Un salón que era una salita de baño. Los que conocemos esos edificios sabemos que ya no va nadie a aplaudirlo y que necesita recolectar gente para que le dispensen aplausos forzados. El rey está desnudo.
Por eso, nosotros, los demócratas del continente, estamos en la fila de los que acusan, de los que presionan, de los que defienden la vida, los que gritamos por los derechos humanos, y somos de los que traccionan para que se vayan los dictadores. De Javier Milei a Gabriel Boric, por citar dos dimensiones filosóficas distantes pero que coinciden en el rechazo al dictador. Hay que ser muy embromado para hacer coincidir a gente que piensa tan diverso. Nicolás Maduro lo logra con holgura y felicitación de la mesa.
Si otros mueven más light, allá ellos, cada uno sabrá en la historia donde se ubica y cómo se ubica. Nosotros somos de la barra que incrementó el aislamiento de Nicolas Maduro, los que bregamos junto a otros países de la región para que muchos otros entiendan la gravedad de la infamia que se vive allí. Le perdimos el miedo al miedo. Y eso es bueno para todos, principalmente para los venezolanos que no se deben sentir solos en el calvario en que están. Y hoy somos tantos que la soledad del dictador es gigante.
En mi país (Uruguay) cuando vivimos la oscuridad de las dictaduras, siempre supimos quien estaba de qué lado y hasta hoy eso nos rebota.
Les juro que, esta gente violenta, el día que caigan -porque van a caer, ténganlo por seguro- no tendrán una vida sencilla y pagarán el daño que han causado en base al estado de derecho. Eso se llama justicia, y los que creen en ella, deberían creer siempre en ella, no según si es un amigo el asesino se mira para el costado. La misma justicia y verdad que se reclama en tantos lados, o verdad y justicia, de eso hablamos. La misma, siempre es la misma. Y si vale en algunos lados, vale en otros. ¿O no es así? ¿O los derechos humanos de los venezolanos son menos derechos y menos humanos que los de otros pueblos?