En una tienda improvisada sobre la costa de Gaza, una bebé de tres meses llora desconsoladamente mientras su abuela vierte en el biberón una mezcla colada de sopa de lentejas. No hay leche en polvo. No hay leche materna. No hay azúcar. Solo queda un líquido tibio, sin nutrientes, que provoca dolor y diarrea, pero permite calmar el hambre, al menos por unas horas.
“Por Dios, doctor, yo crié ocho hijos. Me decían que durante los seis primeros meses no se le podía dar al bebé ni hierbas, ni anís, ni siquiera agua. ¿Y ahora qué hago? Está huérfana... no tiene ni tres meses”, dice Nemah Hamouda, desplazada de Beit Lahiya y abuela de Muntaha, una bebé que pesa apenas 3,5 kilos y quedó al cuidado de su familia tras la muerte de su madre, herida durante un ataque mientras estaba embarazada.
La historia de Muntaha no es una excepción. En medio del colapso humanitario en Gaza, las familias alimentan a los bebés con lo que encuentran: infusiones de anís o manzanilla, pan molido, tahina diluida, agua sola. La fórmula infantil, cuando aparece en el mercado negro, cuesta más de 100 dólares, inaccesible para hogares que perdieron todo: casas, comercios, ingresos.
“Cuando recibimos sopa de lentejas del comedor comunitario, cuelo el agua y se la doy. ¿Qué otra cosa puedo hacer?”, explica Hamouda. A su alrededor, en la tienda, los objetos están apilados como si el tiempo se hubiera detenido en una urgencia sin fin. “Te hablo y te juro: tengo hambre. Y eso que soy una anciana. ¿Qué será de estos chicos?”.
En el hospital Al-Aqsa, en Deir al-Balah, las camas pediátricas están ocupadas por bebés con signos visibles de desnutrición: piel pegada al hueso, ojos hundidos, letargo. Algunas madres, como Azhar Imad, intentan crear sucedáneos con lo que tienen a mano. “Le hice tahina con agua y se lo di en la mamila, pero la nena no lo acepta. También le preparo fenogreco, anís, alcaravea... pero solo se enferma más”, dice.
Amna Awad, madre del pequeño Mohammed, relata que su hijo fue hospitalizado con un índice de desnutrición de 11,8. “Recorrí todo el hospital buscando una lata de fórmula. Me dijeron: no hay leche. Le doy agua, o suero oral para que no se deshidrate”, cuenta. “Desde la mañana no comió nada. Molemos pasta o lentejas para espesar el agua, pero eso le hace daño. Por eso estamos acá”.
El doctor Khalil Daqran, pediatra del hospital, advierte que la situación es crítica: “Tenemos miles de niños cayendo en desnutrición severa porque no hay leche infantil. Las madres no pueden amamantar por falta de comida. Si esto sigue así, los bebés morirán en cuestión de días”.
Los riesgos médicos son conocidos: alimentar a menores de seis meses con sólidos o líquidos no aptos puede causar infecciones digestivas, asfixia, deshidratación. Pero en Gaza, esas advertencias ya no funcionan. “Es un acto desesperado para compensar la falta de alimentos”, explica Salim Oweis, vocero de UNICEF en Ammán. “Las madres muelen garbanzos, pan, arroz, lo que sea, pero esto pone en peligro la salud de los bebés”.
La crisis humanitaria ha superado la línea del hambre: el principal observatorio mundial sobre seguridad alimentaria ya habla de un escenario de hambruna en desarrollo. Las autoridades sanitarias de Gaza informan que 154 personas han muerto por causas relacionadas con la desnutrición, entre ellas 89 niños, la mayoría en las últimas semanas.
Israel anunció medidas para facilitar el ingreso de ayuda humanitaria, pero la ONU y el Programa Mundial de Alimentos advierten que los permisos para operar continúan sin llegar. Mientras tanto, la leche en Gaza es un recurso inalcanzable. El conflicto por su distribución se cruza con acusaciones mutuas: Israel y EEUU culpan a Hamas por desviar la ayuda, Hamas responsabiliza a Israel de usar el hambre como arma, y la ONU afirma no haber hallado evidencia de desvíos sistemáticos.
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