
Giovanni Battista Castagna, elegido Papa con el nombre de Urbano VII, ocupa un lugar singular en los anales de la Iglesia Católica, principalmente por la extraordinaria brevedad de su pontificado, reconocido como el más corto en la historia. Nacido en Roma el 4 de agosto de 1521, su vida culminó el 27 de septiembre de 1590, apenas trece días después de su elección.
La causa de su prematura muerte fue la malaria, una enfermedad que truncó abruptamente un reinado que apenas comenzaba.
Su breve paso por el trono de San Pedro marcó un capítulo singular en la historia del Vaticano, no solo por la duración de su mandato, sino también por el contexto y los desafíos que enfrentaba la cristiandad en ese momento.
Su elección se produjo en un momento de transición, tras el fallecimiento del Papa Sixto V el 27 de agosto de 1590, un pontífice de gran influencia pero también de carácter severo. La elección de Castagna fue recibida con esperanza, anticipando un estilo de liderazgo diferente.
Castagna provenía de una familia noble, lo que le permitió acceder a una educación privilegiada. Desde joven, mostró un interés particular por el derecho civil y canónico, disciplinas en las que se doctoró en la Universidad de Bolonia. Este sólido trasfondo académico marcó el inicio de una carrera eclesiástica que lo llevaría a ocupar diversos cargos de relevancia antes de ser elegido papa.
Su ascenso dentro de la Iglesia Católica
Enrique García Hernán, de la Real Academia de la Historia y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), relató en su texto “Hispania Sacra” que el comienzo de Castagna fue notable. Su primer puesto importante fue como auditor para su tío, el cardenal Girolamo Verallo, lo que le permitió adquirir experiencia en la administración eclesiástica.
En 1553, fue nombrado arzobispo de Rossano, y dos años después asumió el cargo de gobernador de Fano. Posteriormente, ocupó posiciones similares en Perugia y Umbría, consolidando su reputación como un administrador competente y un hombre de fe. A lo largo de su carrera, desempeñó roles clave en diferentes regiones de Europa. Entre 1562 y 1563, actuó como legado pontificio de Pío IV, y en 1577 fue designado nuncio en Venecia.
En 1583, se convirtió en cardenal presbítero de San Marcelo, y un año después asumió el cargo de legado papal en Bolonia. Estas responsabilidades no solo le otorgaron reconocimiento dentro de la Iglesia, sino que también lo posicionaron como un candidato viable para el papado tras la muerte de Sixto V en 1590.
El cónclave que lo eligió como papa comenzó el 7 de septiembre de 1590 y contó con la participación de 54 cardenales. Siete días después, el 15 de septiembre, Castagna fue elegido como el nuevo pontífice, adoptando el nombre de Urbano VII. Sin embargo, su mandato se vio truncado por su fallecimiento el 27 de septiembre, debido a la malaria, una enfermedad que ya había debilitado su salud previamente.

El papado más corto de la historia
La elección de Urbano VII ocurrió en un período de gran complejidad para la Iglesia Católica. A finales del siglo XVI, la Contrarreforma estaba en pleno apogeo, y el papado enfrentaba tensiones tanto internas como externas. Las disputas doctrinales y políticas derivadas de la Reforma Protestante habían generado divisiones significativas en Europa, y la Iglesia buscaba reafirmar su autoridad en medio de este panorama.
Durante los 13 días que ocupó el trono de San Pedro, Urbano VII intentó implementar algunas reformas, aunque su tiempo fue demasiado breve para lograr cambios significativos. Según sus biografías, su enfoque se centró en combatir la corrupción dentro de la Iglesia y en mejorar la moralidad del clero. Además, mostró un interés genuino por abordar los problemas sociales de Roma, como la pobreza y la falta de recursos, aunque las limitaciones de tiempo y salud impidieron que sus iniciativas avanzaran.
El legado de Urbano VII también se destaca por su carácter conciliador y su compromiso con la paz. Su elección como papa fue vista como un intento de los cardenales de encontrar un líder capaz de unir a la Iglesia en un momento de crisis. Aunque su mandato fue breve, su enfoque en la reforma y la reconciliación dejó una impresión duradera en la comunidad católica.
Su muerte, el 27 de septiembre de 1590, sorprendió tanto a los cardenales como a los ciudadanos de Roma dejando un vacío en la dirección de la Iglesia, lo que llevó a la convocatoria de un nuevo cónclave para elegir a su sucesor. A pesar de su corta duración como papa, su figura fue recordada como un símbolo de esperanza y renovación en un momento de gran incertidumbre.
La figura de Urbano VII presenta una notable paradoja histórica: una vasta y distinguida carrera eclesiástica que lo preparó exhaustivamente para el papado, en agudo contraste con el tiempo mínimo que ocupó el cargo.

Enfermedad y muerte
Urbano VII enfermó gravemente de malaria pocos días después de su elección. Algunas informaciones sugieren que contrajo la enfermedad a los dos o tres días de ser elegido. Se organizaron oraciones públicas y procesiones rogando por su recuperación. Durante su enfermedad, se confesaba y recibía la comunión diariamente. Falleció en Roma el 27 de septiembre de 1590, a la edad de 69 años. Murió antes de que pudiera celebrarse su coronación papal. Inicialmente fue enterrado en la Basílica de San Pedro (Basílica Vaticana). Posteriormente, sus restos fueron trasladados a la iglesia de Santa Maria sopra Minerva el 21 o 22 de septiembre de 1606, donde se erigió un monumento en su honor.
La muerte de Urbano VII por malaria, al igual que la de su predecesor Sixto V , pone de relieve los significativos riesgos para la salud asociados al entorno de Roma en esa época. La malaria, conocida como “fiebre romana”, era endémica, especialmente en áreas más bajas y húmedas como la zona del Vaticano. El hecho de que dos papas consecutivos sucumbieran a la misma enfermedad subraya los peligros ambientales a los que se enfrentaban incluso las figuras más poderosas.
Es revelador que Urbano VII expresara su deseo de trasladarse al Palacio del Quirinal, situado en una colina con fama de tener un “aire más puro”, pero permaneciera en el Vaticano. Según se informa, se le indicó que no era costumbre que el Papa fuera visto en la ciudad antes de su coronación. Su adhesión a esta costumbre, manteniéndolo en un lugar potencialmente menos saludable, pudo haber influido en su fatal desenlace.
Los papados más cortos
El récord, actualmente, lo tiene Urbano VII con sus efímeros 13 días de papado. Sin embargo, existieron otros líderes que tuvieron un breve paso por el trono de San Pedro, estos son:
- Bonifacio VI: 10 de abril de 896 - 25 de abril de 896 (16 días).
- Celestino IV: 25 de octubre de 1241 - 10 de noviembre de 1241 (17 días).
- Teodoro II: Diciembre de 897 (20 días aproximadamente).
- Sisínio: 15 de enero de 708 - 4 de febrero de 708 (21 días).
- Marcelo II: 9 de abril de 1555 - 1 de mayo de 1555 (22 días).
- Dámaso II: 17 de julio de 1048 - 9 de agosto de 1048 (24 días).
- Pío III: 22 de septiembre de 1503 - 18 de octubre de 1503 (26 días).
- León XI: 1 de abril de 1605 - 27 de abril de 1605 (27 días).
- Benedicto V: 22 de mayo de 964 - 23 de junio de 964 (32 días).
- Juan Pablo I: 26 de agosto de 1978 - 28 de septiembre de 1978 (33 días)
Esteban II: el papa no consagrado
El 23 de marzo de 752, Esteban II fue elegido como sucesor del papa San Zacarías. Sin embargo, su pontificado nunca llegó a consolidarse oficialmente. Apenas dos días después de su elección, el 25 de marzo, falleció repentinamente a causa de una apoplejía, sin haber sido consagrado como papa. Este hecho marcó un caso único en la historia de la Iglesia Católica, ya que no pudo llegar al acto que formaliza el inicio de un pontificado.
Según explicó Brittanica, la falta de consagración de Esteban II tuvo implicaciones significativas en su reconocimiento oficial como papa. El Liber Pontificalis, conocido como el “Libro de los Papas”, no incluyó su nombre en la lista oficial de pontífices.
Aunque inicialmente no fue considerado un papa legítimo, en el siglo XVI la Iglesia Católica decidió reconocer a Esteban II como un pontífice oficial. Sin embargo, esta decisión fue revertida durante el pontificado de Juan XXIII, quien reafirmó que su elección no cumplió con los requisitos necesarios para ser considerado un pontífice consagrado.