
La idea de construir un teatro de ópera en Sídney surgió en la década de 1940 y tuvo como principal impulsor a Sir Eugene Goossens, un prestigioso director de orquesta británico que había desarrollado una exitosa carrera en Reino Unido y Estados Unidos. Tras ello, llegó a Australia luego de la Segunda Guerra Mundial para dirigir el Conservatorio Estatal de Música de Nueva Gales del Sur. Su contrato incluía un salario superior al del propio Primer Ministro australiano, lo que reflejaba la importancia que se le otorgaba a su talento.
Según informó BBC Mundo, desde su llegada, Goossens promovió la creación de un centro de artes escénicas de primer nivel. Para él, Sídney necesitaba una infraestructura adecuada para albergar conciertos y espectáculos operísticos de gran envergadura. Desde la ventana de su oficina, identificó lo que consideraba el sitio ideal para este ambicioso proyecto: la estación de tranvías de Bennelong Point.
Este lugar, sin embargo, tenía una historia mucho más profunda. Conocida por los indígenas Gadigal de la nación Eora como Tubowgule, esta zona había sido durante miles de años un sitio de reuniones y celebraciones aborígenes. Su elección no solo respondía a razones prácticas, sino que también añadía una capa de significado cultural al futuro edificio.
Orígenes del proyecto
A lo largo de la década de 1950, Goossens llevó a cabo una intensa campaña de presión para hacer realidad su idea. Su capacidad de persuasión le permitió captar la atención tanto del Primer Ministro de Nueva Gales del Sur como del Primer Ministro de Australia. Según contó el musicólogo Drew Crawford, en el podcast de la BBC “A Very Australian Scandal” en 2023, Eugene era una de las pocas personas con la influencia necesaria para articular una propuesta de esta magnitud y lograr que el gobierno la respaldara.
Finalmente, convenció al Primer Ministro de Nueva Gales del Sur, Joseph Cahill, de que la construcción de un teatro de ópera transformaría la imagen de Australia a nivel global. Gracias a su insistencia, el gobierno aceptó lanzar un concurso internacional para definir el diseño del edificio, con una única condición: debía ser una obra arquitectónica sin precedentes.
Goossens, sin embargo, no llegaría a ver su sueño cumplido. En 1956, su carrera quedó arruinada tras verse envuelto en un escándalo cuando fue detenido al regresar a Australia desde el Reino Unido. En su equipaje, las autoridades encontraron material considerado ofensivo en la época, lo que lo obligó a exiliarse en Roma. A pesar de su caída en desgracia, el proyecto siguió adelante y sentó las bases para la creación de la emblemática Ópera de Sídney.
Concurso y diseño arquitectónico
Ese mismo año, el gobierno de Nueva Gales del Sur organizó un concurso internacional para definir el diseño de la Ópera de Sídney. Se presentaron 233 propuestas, pero la elegida fue la del arquitecto danés Jørn Utzon, un nombre poco conocido en ese momento. Su innovador diseño, inspirado en formas orgánicas y marítimas, generó tanto admiración como rechazo.
Las opiniones estaban divididas: algunos lo veían como una obra maestra visionaria, mientras que otros lo consideraban un “monstruo del puerto” o una “carpa de circo en descomposición”. A pesar de la polémica, Cahill impulsó el inicio de la construcción antes de que Utzon terminara los planos definitivos, lo que derivó en problemas técnicos y retrasos desde el principio.

Dificultades en la construcción
Desde el inicio, la construcción de la Ópera de Sídney estuvo plagada de problemas. El terreno en Bennelong Point resultó ser inadecuado para soportar la estructura, lo que obligó a reforzarlo con más de 550 pozos de hormigón. Esto causó retrasos y un incremento en los costos.
El mayor desafío fue la construcción del icónico techo abovedado. Inicialmente, se planeó un diseño de acero revestido de hormigón, pero presentaba problemas acústicos y estructurales. Tras varios intentos fallidos, Utzon encontró la solución en la geometría de una esfera: todos los segmentos del techo podían derivarse de una misma forma esférica, lo que permitió su prefabricación y ensamblaje eficiente.
A pesar de esta solución, la obra siguió enfrentando complicaciones técnicas, disputas laborales y sobrecostos que la alejaban cada vez más de su fecha de finalización.
Conflictos políticos, retrasos y costos
A medida que los costos de la Ópera de Sídney se disparaban y los plazos se alargaban, crecieron las tensiones entre Jørn Utzon y el gobierno de Nueva Gales del Sur. En 1965, con la llegada al poder del primer ministro Robert Askin, abiertamente contrario al proyecto, el nuevo ministro de Obras Públicas, Davis Hughes, comenzó a presionar a Utzon para que presentara planes detallados y justificara los costos.
Utzon, que trabajaba con una visión más flexible del diseño, se negó a entregar documentos que consideraba innecesarios. Hughes, en represalia, bloqueó pagos esenciales, lo que dejó al arquitecto sin fondos para su equipo. En 1966, Utzon renunció y abandonó Australia sin volver a ver su obra terminada.
La salida de Utzon generó protestas, pero el gobierno asignó a un equipo de arquitectos australianos para completar el proyecto. Se modificó el diseño del interior y se descartaron muchas de sus ideas originales. Las obras se extendieron hasta 1973, con un costo final de 102 millones de dólares australianos, 14 veces el presupuesto inicial.

Inauguración y legado
El 20 de octubre de 1973, la reina Isabel II inauguró oficialmente la Ópera de Sídney, marcando el final de una construcción que se extendió por 14 años y costó 102 millones de dólares australianos. Jørn Utzon, distanciado del proyecto tras su renuncia, se negó a asistir. A pesar de las controversias, el edificio se convirtió en un ícono mundial, admirado por su diseño visionario y su impacto cultural.
En 1999, Utzon fue invitado a colaborar en renovaciones y en 2004, se nombró en su honor la Sala Utzon, su única intervención directa en la obra terminada.
En 2007, la UNESCO declaró la Ópera de Sídney Patrimonio de la Humanidad, reconociéndola como “una de las obras maestras indiscutibles de la creatividad humana“. Hoy, con más de 10,9 millones de visitantes anuales, sigue siendo símbolo de innovación y perseverancia.