
Takamatsu Gushiken enciende una linterna y entra en una cueva enterrada en la selva de Okinawa. Pasa suavemente los dedos por la grava hasta que emergen dos trozos de hueso. Son de los cráneos, dice, de un bebé y posiblemente de un adulto.
Los coloca con cuidado en un cuenco de cerámica y se toma un momento para imaginar a la gente que murió hace 80 años mientras se escondían en esta cueva durante una de las batallas más feroces de la Segunda Guerra Mundial. Su esperanza es que los muertos puedan reunirse con sus familias.
Los restos de unas 1.400 personas halladas en Okinawa se encuentran almacenados para su posible identificación mediante pruebas de ADN. Hasta el momento, sólo seis han sido identificados y devueltos a sus familias. Los voluntarios que buscan huesos y las familias que buscan a sus seres queridos dicen que el gobierno debería hacer más para ayudar.

Gushiken dice que los huesos son testigos silenciosos de la tragedia de Okinawa en tiempos de guerra y llevan una advertencia a la generación actual mientras Japón aumenta su gasto de defensa ante las tensiones con China por disputas territoriales y el reclamo de Beijing sobre la cercana isla autónoma de Taiwán.
“La mejor manera de honrar a los caídos en la guerra es no permitir que se produzca otra guerra”, afirma Gushiken. “Me preocupa la situación actual de Okinawa... Temo que exista un riesgo creciente de que Okinawa vuelva a convertirse en un campo de batalla”.
Una isla embrujada por una batalla sin fin
El 1 de abril de 1945, las tropas estadounidenses desembarcaron en Okinawa durante su avance hacia el Japón continental, lo que dio inicio a una batalla que duró hasta fines de junio y en la que murieron unos 12.000 estadounidenses y más de 188.000 japoneses, la mitad de ellos civiles de Okinawa. Entre ellos había estudiantes y víctimas de suicidios en masa ordenados por el ejército japonés, según los historiadores.

Los combates terminaron en Itoman, donde Gushiken y otros voluntarios excavadores de cuevas, o “gamahuya” en su lengua nativa de Okinawa, encontraron los restos de lo que probablemente sean cientos de personas.
Gushiken intenta imaginar que está en la cueva durante la pelea. ¿Dónde se escondería? ¿Qué sentiría? Calcula la edad de las víctimas, si murieron por disparos o por explosión, y anota detalles sobre los huesos en un pequeño cuaderno rojo.
Después de la guerra, Okinawa permaneció bajo ocupación estadounidense hasta 1972, veinte años más que la mayor parte de Japón, y sigue albergando una importante presencia militar estadounidense hasta el día de hoy. Mientras Japón disfrutaba de un auge económico en la posguerra, el desarrollo económico, educativo y social de Okinawa quedó rezagado.

Gushiken dice que cuando era niño y crecía en la capital de Okinawa, Naha, salía a cazar insectos y encontraba calaveras que todavía llevaban cascos.
Una búsqueda lenta de restos
Casi 80 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, todavía no se sabe nada de 1,2 millones de japoneses muertos en guerra. Eso representa aproximadamente la mitad de los 2,4 millones de japoneses, en su mayoría soldados, que murieron durante las guerras de Japón a principios del siglo XX.
Miles de huesos no identificados han estado almacenados durante años a la espera de pruebas que puedan ayudar a vincularlos con familias sobrevivientes.

Gushiken dice que los esfuerzos del gobierno para comparar el ADN han sido demasiado escasos y demasiado lentos.
Según el Ministerio de Salud, la mayoría de los restos de los 188.140 japoneses que murieron en la batalla de Okinawa fueron recogidos y colocados en el cementerio nacional de la isla. Alrededor de 1.400 restos encontrados en las últimas décadas se encuentran almacenados. El proceso de identificación ha sido dolorosamente lento.
Fue recién en 2003 que el gobierno japonés comenzó a realizar pruebas de ADN tras pedidos de las familias de los muertos, pero las pruebas se limitaron a los restos encontrados con dientes y artefactos hechos por el hombre que pudieran proporcionar pistas sobre sus identidades.

En 2016, Japón promulgó una ley que ponía en marcha una iniciativa de recuperación de restos para promover más cotejos de ADN y la cooperación con el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Un poco más tarde, el gobierno amplió el trabajo a civiles y autorizó las pruebas en huesos de las extremidades.
En total, desde 2003 se han identificado mediante pruebas de ADN 1.280 restos de japoneses muertos en guerra, incluidos seis en Okinawa, según el Ministerio de Salud. Los restos de unas 14.000 personas se encuentran almacenados en la morgue del ministerio para futuras pruebas.
Cientos de soldados estadounidenses siguen desaparecidos. Gushiken afirma que todavía podrían encontrarse sus restos, así como los de los coreanos movilizados por los japoneses durante la guerra.

Localizar e identificar restos de décadas de antigüedad se ha vuelto cada vez más difícil a medida que las familias y los parientes envejecen, los recuerdos se desvanecen, los artefactos y documentos se pierden y los restos se deterioran, dice Naoki Tezuka, un funcionario del Ministerio de Salud.
“El progreso ha sido lento en todas partes”, dijo Tezuka. “Lo ideal es que no sólo podamos recoger los restos, sino que se los devolvamos a sus familias”.
La carga de la historia
Japón está acelerando su expansión militar y está enviando más tropas y armas a Okinawa y sus islas periféricas. Muchos de los que aquí tienen recuerdos amargos de la brutalidad del ejército japonés durante la guerra ven con cautela la actual expansión militar.

Washington y Tokio consideran la fuerte presencia militar estadounidense como un baluarte crucial contra China y Corea del Norte, pero muchos habitantes de Okinawa se han quejado durante mucho tiempo del ruido, la contaminación, los accidentes aéreos y los delitos relacionados con las tropas estadounidenses.
En la actualidad, Okinawa acoge a más de la mitad de los 50.000 soldados estadounidenses estacionados en Japón, y la mayoría de las instalaciones militares estadounidenses se encuentran en la pequeña isla meridional. Tokio ha prometido reubicar una base aérea del Cuerpo de Marines de Estados Unidos que se encuentra en una ciudad abarrotada tras años de fricción, pero los habitantes de Okinawa siguen indignados por un plan que sólo la trasladaría a la costa este de la isla y podría utilizar el suelo que posiblemente contenga los restos para la construcción.
Gushiken dice que las cuevas de Itoman deberían protegerse del desarrollo para que las generaciones más jóvenes puedan aprender sobre la historia de la guerra y para que los investigadores como él puedan completar su trabajo.

Al igual que él, algunos habitantes de Okinawa dicen que temen que las lecciones de su sufrimiento durante la guerra se estén olvidando.
Michiko, la media hermana de Tomoyuki Kobashigawa, fue asesinada poco después de casarse. Él quiere solicitar una prueba de ADN para poder encontrarla. “Es muy triste... Si ella hubiera vivido, podríamos haber sido tan buenos hermanos”.
Los restos desaparecidos demuestran la “falta de remordimiento del gobierno por su responsabilidad en la guerra”, afirma Kobashigawa. “Temo que el pueblo de Okinawa se vea envuelto nuevamente en una guerra”.
(con información de AP)