
Científicos australianos descubrieron el cráter de impacto de meteorito más antiguo, un hallazgo que podría redefinir la comprensión sobre los orígenes de la vida y de la Tierra misma, según un estudio publicado este jueves.
El cráter, encontrado en una zona remota del noroeste de Australia, “desafía significativamente las suposiciones previas sobre la historia antigua de nuestro planeta”, señalaron investigadores de la Universidad de Curtin, que encontraron evidencias de un impacto hace 3.500 millones de años.
“Antes de nuestro descubrimiento el cráter de impacto más antiguo tenía 2.200 millones de años, por lo tanto este es el cráter más antiguo jamás encontrado en la Tierra”, afirmó el profesor Tim Johnson, coautor del estudio.
El profesor Chris Kirkland, también coautor del estudio, explicó que este descubrimiento arroja nueva luz sobre el papel de los meteoritos en la formación del entorno primitivo de la Tierra.
“Descubrir este impacto y encontrar más de la misma época podría explicar mucho sobre cómo pudo haber comenzado la vida, ya que los cráteres de impacto creaban entornos favorables para la vida microbiana, como piscinas de agua caliente”, comentó Kirkland.

“También refina radicalmente nuestra comprensión sobre la formación de la corteza terrestre, ya que la enorme cantidad de energía generada por este impacto pudo haber influido en la configuración de la corteza temprana de la Tierra”, añadió.
Se estima que el meteorito impactó en la zona a más de 36.000 kilómetros por hora, formando un cráter de más de 100 kilómetros de ancho y posiblemente esparciendo escombros por todo el planeta, según el estudio.
En mayo de 2021, un equipo de especialistas emprendió un viaje desde Perth hacia la región de Pilbara, en Australia Occidental. Este desplazamiento tenía un objetivo claro: localizar evidencia visible de un cráter asociado con antiguos impactos de meteoritos. Los geólogos involucrados en el proyecto contaron con la colaboración del Servicio Geológico de Australia Occidental (GSWA) para trabajar durante dos semanas en esta zona, con la intención de reforzar su hipótesis sobre el origen de los primeros continentes terrestres.
La hipótesis que motivó esta expedición surgió años antes y sugiere que los primeros fragmentos de corteza continental podrían haberse formado debido a colisiones con meteoritos. Según los investigadores, estos impactos, provenientes del espacio exterior, habrían sido responsables de liberar enormes cantidades de energía, provocando la fusión de rocas y la formación de estructuras volcánicas que, con el tiempo, evolucionarían hasta convertirse en continentes. Las bases para esta afirmación se encuentran en el análisis químico de diminutos cristales de circón, minerales cuya composición proporciona claves sobre los procesos geológicos en el pasado de la Tierra.
Sin embargo, esta teoría contrasta con las explicaciones predominantes acerca del origen de las rocas más antiguas del planeta, las cuales datan de hace más de 3.000 millones de años y se encuentran en los núcleos de los actuales continentes. Muchos geólogos sostienen que dichas rocas pudieron haberse formado a partir de columnas de material caliente ascendiendo desde el núcleo terrestre, un proceso comparado con el flujo de cera en una lámpara de lava. Otros, en cambio, defienden que fueron generadas por dinámicas tectónicas similares a las de hoy en día, donde el movimiento y colisión de placas terrestres produce elevaciones y hundimientos de la superficie.
Pese a las diferencias entre estas explicaciones, tanto el modelo de columnas ascendentes como el tectónico apuntan a un factor común: la pérdida de calor desde el interior de la Tierra como fuerza impulsora de estas transformaciones. No obstante, los defensores de la hipótesis de los meteoritos abogan por un mecanismo externo como detonante. La búsqueda en campo de pruebas más contundentes, como el mencionado cráter, intenta respaldar una visión alternativa frente a estas teorías convencionales.
En cualquier caso, existe un consenso dentro de la comunidad científica sobre el papel crucial que tuvieron aquellos primeros continentes en los procesos químicos y biológicos de la Tierra primitiva. Estos fragmentos iniciales de tierra firme habrían sentado las bases para transformaciones que moldearon el planeta, independientemente del mecanismo que propició su formación.

El cráter Deniliquin, cuya formación está vinculada a un impacto catastrófico, pudo haber sido provocado por un asteroide que impactó durante el evento de extinción masiva del Final del Ordovícico. Este fenómeno ocurrió entre hace 445,2 y 443,8 millones de años y tuvo consecuencias devastadoras: eliminó al 85% de las especies vivas de la Tierra, según lo expuesto en la información proporcionada.
La ubicación original de esta estructura, actualmente oculta bajo el suelo del estado de Nueva Gales del Sur (NSW) en Australia, habría estado en el este del antiguo supercontinente Gondwana, antes de su fragmentación en diversos continentes menores, entre ellos Australia. Este impacto habría sido significativamente mayor que el del famoso cráter de Chicxulub, responsable de la extinción de los dinosaurios.
Adicionalmente, estudios sobre el Deniliquin sugieren que este evento fue más allá de una simple colisión. La destrucción causada por el impacto no solo moldeó el terreno, sino que también alteró drásticamente el curso de la vida en el planeta, dejando tras de sí uno de los registros más antiguos de una extinción masiva en la Tierra.