La premio Nobel de la Paz iraní Narges Mohammadi ha sido arrestada en 13 ocasiones, condenada en nueve, ha pasado meses encerrada en celdas del tamaño de una “tumba” y hace 10 años que no ve a sus dos hijos. Pero asegura que todo ello merece la pena en la lucha por la libertad de Irán.
En una entrevista con EFE, la activista de 52 años usa una y otra vez la palabra “azadi” -libertad en persa-: libertad para las mujeres y todos los iraníes, libertad de las imposiciones políticas y libertad más allá de las “ideas, pensamientos, raza, etnia e idioma” de cada uno.
“Para mí esto es tan importante que creo que estoy dispuesta a pagar un precio aún más alto”, asegura en una conversación por videoconferencia desde su casa de Teherán.
Mohammadi se encuentra fuera de prisión con un permiso de 21 días tras la extirpación de un tumor de una pierna en noviembre, una suspensión de la condena que ya se ha cumplido, pero ella no ha regresado a prisión.
“Creo que no debo de estar en la cárcel y no volveré a la prisión”, asegura, a la vez que explica que sus abogados pidieron una extensión del permiso pero la Fiscalía no ha respondido.
Afirma sentirse “mucho mejor” desde un punto de vista psicológico y físico ya que recibe unos cuidados médicos que no le ofrecían en la prisión de Evin, como fisioterapia.
En esa temida cárcel ha pasado encerrada 10 años en diferentes periodos desde 2001. Allí ha sufrido palizas y ha pasado cuatro meses en celdas de aislamiento del tamaño de una “tumba”.
Aún le queda una década más de condena por su activismo por la democracia y contra la represión contra las mujeres y la pena de muerte.
Los esfuerzos de los ayatolás por acallarla han sido en vano: cuando fue puesta en libertad en diciembre gritaba “hola libertad” y “mujer, vida, libertad”, el eslogan de las protestas de 2022.
Y desde que salió de prisión continúa con su activismo con mensajes en redes, entrevistas y su participación en foros internacionales de manera remota.
“Por todo eso puede haber más acusaciones en mi contra pero no me importa para nada”, asegura.
Este activismo “indómito”, como lo definió Human Rights Watch, le valió el Nobel de la Paz en 2023 “por su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y para promover los derechos humanos y la libertad para todos”.
Ese premio elevó su perfil público y el de su causa, pero tuvo el coste de más presión sobre ella por parte de las autoridades iraníes: le cortaron el teléfono, no la dejaron asistir al entierro de su padre y le negaron cuidados médicos durante meses, explica.
Ella considera que el precio más alto que paga es “perder” a sus hijos gemelos Ali y Kiana de 18 años, a quienes no ve desde hace una década y quienes recogieron el Nobel en su nombre, pero cree que a ellos “también les late el corazón por su país, por sus compatriotas y por alcanzar nuestros ideales”, por lo que entienden la situación.
La voluntad de las mujeres
Mohammadi considera que no es la única dispuesta a pagar un precio por la libertad en Irán y señala a las mujeres que se juegan multas y detenciones por no usar el velo, algo que se ha convertido en un gesto de desobediencia civil desde la muerte de Mahsa Amini en 2022 tras ser detenida por no llevar bien puesto el hiyab.
La activista cree que la imposición del velo es una cuestión más política que religiosa con la que “persiguen la dominación” de la mitad de la población para extenderlo al resto.
El régimen afirma que ahora no está castigando ahora a las mujeres que no se cubren, algo que la activista considera una victoria de las iraníes.
“El hecho de ver a mujeres sin velo en las calles no es por voluntad del régimen, se debe a la voluntad de nosotras, de las mujeres”, dice y lo pone como ejemplo de que las protestas de “vida, mujer, libertad” siguen vivas pero de otra manera, no con manifestaciones.
“Nosotras estamos dispuestas a pagar un precio, a pagar precios más altos para lograr la libertad”, asegura.
(Con información de EFE)