El derretimiento del hielo en el Ártico ha reavivado el interés de las potencias mundiales por el control de la región, particularmente sobre el Paso del Noroeste, una ruta marítima que podría reducir significativamente los tiempos de navegación entre Europa y Asia. Entre los actores clave en esta disputa, Estados Unidos, bajo el gobierno de Donald Trump, ha manifestado su interés en Groenlandia, cuyo territorio desempeña un papel estratégico en la ruta.
Según Niels Clemensen, director ejecutivo de Royal Arctic Line, única empresa naviera de Groenlandia, operar en la región presenta desafíos únicos. “Lo que normalmente se considera fácil en EEUU o Europa no lo es aquí”, señala a The Guardian desde su oficina en el puerto de Nuuk, donde los barcos enfrentan fuertes vientos, bajas temperaturas y un mar impredecible. Groenlandia carece de redes ferroviarias y carreteras extensas, por lo que la mayoría del transporte depende del mar o el aire.
A pesar del potencial económico del Paso del Noroeste, Clemensen advierte que la apertura de la ruta no significa la desaparición total del hielo. “No estamos hablando de un paso libre de hielo todo el año. El hielo se está retirando, pero sigue ahí”, explica. Los barcos que naveguen por la zona deberán contar con capacidades de navegación en hielo, lo que encarece las operaciones.
El interés en Groenlandia también ha puesto en evidencia la falta de rompehielos en Europa y Estados Unidos, un recurso crucial para operar en el Ártico. Dinamarca, responsable de la defensa de Groenlandia, retiró su última flota de rompehielos en 2010 y actualmente no posee ninguno, lo que la ha llevado a considerar la adquisición de nuevas unidades. En contraste, Rusia domina esta tecnología con al menos 50 rompehielos, de los cuales 13 pueden operar en el Ártico, incluyendo 7 de propulsión nuclear. China, Finlandia, Suecia, Canadá y EEUU también poseen sus propios rompehielos, aunque en menor cantidad.
Dado el aumento del interés global por la región, la posesión de estas embarcaciones se ha convertido en un factor estratégico, no solo para el comercio, sino también para el acceso a recursos naturales, operaciones de rescate y despliegue militar. En este contexto, Trump ha sugerido incluso la posibilidad de recurrir a la fuerza militar para asegurar el control de Groenlandia.
El uso intensivo del Paso del Noroeste también representa un desafío para las comunidades indígenas de Groenlandia. Vittus Qujaukitsoq, ex ministro del gobierno local y director de la asociación de pescadores y cazadores KNAPK, advierte que la presencia de rompehielos podría alterar el modo de vida de los inuit, que dependen de la pesca en el hielo y la caza de especies como el bacalao, la foca y el oso polar. “Si los rompehielos operan en momentos inadecuados, tendrían un efecto significativo en nuestra forma de vida y podrían amenazar nuestra existencia a largo plazo”, señala a The Guardian.
El deshielo del Ártico, impulsado por el cambio climático, ya está afectando a estas comunidades. La reducción de la capa de hielo dificulta el tránsito seguro sobre su superficie, afectando tanto la pesca como el transporte con trineos y motos de nieve. Johanna Ikävalko, directora del Arctic Centre, alerta que el uso del Paso del Noroeste sigue siendo arriesgado y que, en caso de transporte de petróleo, un accidente podría tener consecuencias devastadoras para el ecosistema ártico.
El creciente interés de las potencias en la región ha llevado a algunos analistas a considerar al Ártico como un escenario clave en la redefinición del equilibrio de poder global. “El orden mundial podría comenzar a evolucionar desde el Ártico”, sostiene Ikävalko, señalando la presencia de bases militares rusas en la región y el desarrollo de infraestructura por parte de China y otros países.
Mientras las disputas por Groenlandia y el control del Paso del Noroeste continúan, la competencia por el dominio del Ártico se perfila como un elemento central en la geopolítica del siglo XXI.