“Odiaba mi nariz cuando era más joven”. Jayne Hardman creció sintiéndose insegura sobre su apariencia y, en una entrevista para The Guardian, rememoró los apodos crueles entre sus compañeros de clase por la forma puntiaguda y prominente de su nariz. “Me llamaban Concorde”, dijo, aludiendo al famoso avión supersónico. Años más tarde, las bromas continuaron en casa: “Mi marido se agachaba en broma cuando me daba la vuelta”.
Aunque esos comentarios podían herir, nunca imaginó que su nariz, objeto de burlas en la niñez, se convertiría en el centro de una transformación dolorosa e inesperada.
En 2012, mientras paseaba cerca de su casa en Redditch, Worcestershire, Inglaterra, su perro mastín napolitano, Cece, cambió su destino con un salto efusivo. “Saltó sobre mí y me golpeó la nariz”, relató al Daily Mail. Aunque sintió un dolor inicial, no creyó que fuera algo grave: “Me dolía, pero no estaba rota”.
Sin embargo, el dolor persistió durante días y la hinchazón creció. “Pasaron dos años antes de que me diagnosticaran granulomatosis de Wegener”, relató sobre la rara enfermedad autoinmune que inflama y destruye los vasos sanguíneos. La colisión con Cece había despertado la enfermedad, que hasta entonces permanecía latente.
La vasculitis no tardó en dejar su marca. El flujo de sangre hacia su nariz disminuyó drásticamente, dañando el tejido hasta el punto de deformarla. “Mi nariz comenzó a derrumbarse sobre sí misma”, dijo, recordando el deterioro gradual que transformó su rostro.
El cambio físico la obligó a enfrentar un rechazo doloroso. “La gente me miraba horrorizada”, relató. Incluso conocidos reaccionaron con sorpresa y desprecio: “Una vez me encontré con una vieja amiga de la escuela. Se quedó sin aliento y se encogió cuando me vio. Fue desgarrador”. Y agregó: “Me preguntaban si era adicta a la cocaína o si mi marido me había atacado”.
El impacto emocional fue igual de devastador y, de hecho, durante cinco años apenas salió de su casa: “Tuve que dejar de trabajar porque el tratamiento me agotaba”. Además, confesó que sus relaciones personales también sufrieron.
“Lo peor era no poder oler ni saborear”, explicó, conmovida al recordar que incluso había perdido la capacidad de percibir el aroma de sus hijos y su esposo.
A pesar de las adversidades, Jayne Hardman encontró apoyo incondicional en su familia. Su esposo, Martin, se convirtió en su roca durante los años más oscuros: “Tengo un matrimonio increíblemente sólido, y sé que Martin me ama pase lo que pase”. Sus hijos también fueron un motivo de esperanza, aunque el dolor de no poder olerlos o abrazarlos con normalidad dejaba una marca imborrable.
Mientras su enfermedad la apartaba del mundo exterior, su familia fue el puente que la mantuvo conectada con lo esencial. Jayne reconoció que ese amor inquebrantable fue clave para su resiliencia emocional durante los años en que su vida se volvió irreconocible.
La reconstrucción
En 2017, su nariz colapsó por completo y los médicos le dijeron que no había manera de salvarla. Sin embargo, su destino cambió gracias al equipo del hospital Queen Elizabeth de Birmingham. Jayne fue puesta bajo el cuidado de una jefa de prótesis cuya creatividad y empatía hicieron toda la diferencia. “Le dije: ‘Me gusta mucho tu nariz, hazme una igual’”, recordó entre risas.
El proceso incluyó atornillar tres pequeños imanes en su rostro para sostener una prótesis nasal removible. “Tengo varias narices diferentes. La última vez que llevé la cuenta eran siete”, explicó. Entre ellas, una “nariz de borracho” diseñada para coincidir con el sonrojo facial tras unas copas. “Les dije que me sentía cohibida porque mi cara se sonrojaba, pero mi nariz no, y me hicieron una un poco más rosada”, acotó.
Aunque el cambio le devolvió confianza, no todo ha sido fácil. “A veces, si uso un jersey ajustado, se me sale la nariz. Incluso un estornudo particularmente fuerte puede sacarla”, relató. Sin embargo, la seguridad que las prótesis le brindan supera cualquier incomodidad ocasional: “Ahora me siento como una persona normal, y eso es algo por lo que siempre estaré agradecida”.
Jayne encontró en su experiencia un llamado a la acción. Hoy, colabora con Vasculitis UK, ofreciendo charlas a médicos y pacientes. Durante estas sesiones, no teme mostrarse vulnerable: “Siempre me quito la nariz en el escenario porque creo que me hace muy memorable”, dijo. Y su objetivo es claro: usar su historia para que otros puedan ser diagnosticados a tiempo y evitar el sufrimiento que ella vivió.
A pesar de todo, Jayne no culpa a Cece, el mastín que accidentalmente desencadenó su enfermedad. Al contrario, lo ve como un salvador. “Creo que me salvó”, reflexionó. Para esta mujer, la enfermedad, aunque devastadora, la ayudó a redescubrir lo que realmente importa. “Soy más empática y disfruto de las cosas simples de la vida. En retrospectiva, creo que esto me convirtió en una mejor persona”, dijo.
Ahora en remisión, valora cada día como un regalo. “No doy por sentado un abrazo de mi esposo o mis hijos. El mero hecho de estar viva es un privilegio que me siento honrada de tener”, concluyó.