
En medio de las continuas tensiones geopolíticas, Estados Unidos y China se enfrentan a un nuevo y complejo problema: la epidemia de fentanilo. Esta crisis, que se cobra decenas de miles de vidas estadounidenses cada año, se ha convertido en un polémico punto de debate entre el presidente Joe Biden y su homólogo en Beijing, Xi Jinping.
En una próxima cumbre económica en San Francisco, que probablemente reúna a los mandatarios, el estadounidense abordará sin duda esta creciente crisis en su país, que se cobró más de 70.000 vidas sólo el año pasado. No obstante, Xi se ha desligado de la responsabilidad que se le adjudica, afirmando que Washington está utilizando esta cuestión sobre su país como chivo expiatorio sobre sus propios problemas con las drogas y reclama que deben abordar su problema internamente.
El fentanilo, un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína, lleva más de una década devastando las comunidades estadounidenses. La industria farmacéutica china, segunda en tamaño después de la estadounidense, ha desempeñado un papel fundamental en su producción. Los traficantes chinos sintetizan fentanilo y, a menudo utilizando etiquetas engañosas, lo envían directamente a Estados Unidos, donde provoca innumerables muertes, especialmente entre adolescentes.

En 2019, China aumentó sus esfuerzos para restringir la producción de esta droga y hasta colaboró con la inteligencia estadounidense para detener a traficantes en la provincia de Hebei. Sin embargo, las farmacéuticas en el gigante asiático se adaptaron rápidamente a las nuevas trabas y continuaron exportando precursores químicos a los cárteles de la droga mexicanos, que los transforman en fentanilo y lo ingresan en Estados Unidos. Esta industria triangular permitió que el dinero siga ingresando a las cuentas chinas, a través de canales no convencionales.
Si bien Beijing no fomentó esta situación, sí hizo caso omiso ante estas maniobras de tráfico y, a medida que las relaciones con Washington se fueron deteriorando -después de 2019-, la cooperación en este asunto disminuyó. China perdió todo el interés en abordar la crisis pero sabe muy bien que las drogas tienen un rol importante en la geopolítica. Alcanza con remitirse al siglo XIX, las Guerras del Opio y el “siglo de humillación” que Xi parece dispuesto a remendar.
Es por ello que Washington considera que China utiliza este asunto para debilitarlo y subordinarlo a su cooperación en la materia.
En tanto, gran parte de la polémica en Estados Unidos se centró en México, debido a las posturas políticas sobre la frontera sur. Algunos republicanos, incluido el ex presidente Donald Trump, han llegado a sugerir medidas extremas como bombardear laboratorios de drogas en el país vecino.
La administración Biden, sin embargo, reconoce la necesidad de cooperación y, por ello, ha acusado y sancionado a personas y empresas chinas implicadas en el negocio de los precursores del fentanilo, reconociendo la importancia de dar en el nexo entre las farmacéuticas chinas y los cárteles mexicanos, que se benefician de este comercio mortal.

A pesar de la indignación de China al enfrentarse a este asunto, Estados Unidos sostiene que ambas naciones deben asumir su responsabilidad. Aunque reducir la demanda interna es crucial, se trata de una solución compleja y a largo plazo.
El fentanilo se ha convertido en una preocupación importante en la política exterior y la seguridad nacional de Estados Unidos, junto a otras amenazas como la agresión rusa, la asertividad china, el terrorismo islamista y la proliferación nuclear. El compromiso del presidente Biden de destinar USD 1.000 millones del total de los USD 105.000 millones del paquete, para combatir el tráfico de fentanilo refleja la gravedad del asunto, no sólo para el país sino también para sus aliados.
En un momento en que San Francisco se enfrenta a un fuerte aumento en el número de víctimas fatales relacionadas con el fentanilo, el mandatario resaltó que una “guerra contra el fentanilo” no beneficia a ninguna de las partes. En un mundo que se enfrenta a retos complejos, la cooperación y no el conflicto, debería ser el camino a seguir para hacer frente a esta epidemia y, a la par, intentar acortar las distancias entre Estados Unidos y China.
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