
La imagen de un perro como símbolo de compañía y afecto contrasta con una realidad poco conocida: tener un perro figura entre las decisiones personales con mayor impacto negativo sobre el clima. Así lo revela un estudio científico, que sitúa la tenencia de perros por encima de acciones populares como el reciclaje o el cambio de focos de luz en cuanto a potencial de reducción de emisiones de carbono.
Un estudio publicado en PNAS Nexus indicó que evitar la adopción de un perro puede ser una de las medidas individuales más efectivas para combatir el cambio climático, una paradoja que desafía las percepciones habituales sobre el papel de los animales de compañía en la crisis ambiental.
Tener un perro es una paradoja climática
El estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Nueva York, la Universidad de Stanford, la Escuela de Negocios de Copenhague, Universidad de Yale y publicado en PNAS Nexus, analizó las percepciones y compromisos de casi 4.000 participantes en Estados Unidos respecto a 21 comportamientos individuales y cinco acciones colectivas relacionadas con la mitigación del cambio climático.

Los resultados mostraron que evitar la adopción de un perro, junto con reducir los vuelos en avión y utilizar electricidad renovable, se encuentra entre las acciones individuales con mayor potencial para disminuir la huella de carbono. Sin embargo, estas medidas suelen ser subestimadas por la mayoría de las personas, que tienden a sobrevalorar el impacto de acciones de bajo efecto, como el reciclaje o el uso de bombillas o focos eficientes.
Por qué los perros tienen una huella de carbono tan alta
Según un artículo de AFP, el elevado impacto climático de los perros se debe principalmente a su dieta carnívora. La producción de carne, especialmente de vaca, implica la emisión de metano —un potente gas de efecto invernadero— y está asociada a la deforestación de grandes extensiones de tierra. La tala de árboles para criar ganado no solo elimina sumideros naturales de dióxido de carbono, sino que también incrementa las emisiones globales.
Jiaying Zhao, experta en psicología y sostenibilidad de la Universidad de Columbia Británica, explicó a AFP que muchas personas no asocian a las mascotas con las emisiones de carbono, ya que ese vínculo no está claro en la mente de la mayoría. Zhao dijo que en lo personal tiene un perro y tres conejos e ilustró la diferencia: “Puedo adoptar 100 conejos que no se acercarán a las emisiones de un perro, porque mi perro es carnívoro”.

Percepciones erróneas sobre el impacto de las acciones individuales
Existe un desconocimiento generalizado sobre el verdadero impacto de las decisiones cotidianas. Madalina Vlasceanu, coautora del estudio y profesora de ciencias sociales ambientales en Stanford, señaló a AFP que las personas sobreestiman el impacto de acciones que en realidad tienen un efecto bajo, como el reciclaje, y subestiman el impacto real de comportamientos mucho más intensivos en carbono, como volar o comer carne.
Este fue uno de los puntos más fuertes identificados por el estudio, que los participantes subestimaron sistemáticamente el potencial de mitigación de evitar vuelos, no tener un perro y usar electricidad renovable, mientras que sobrestimaron el efecto de cambiar electrodomésticos, reciclar o usar menos energía al lavar la ropa.
Entre las razones de estas percepciones erróneas, los expertos citan el peso del marketing, que suele enfatizar el reciclaje y el ahorro energético, y la naturaleza invisible de las emisiones de carbono, lo que dificulta asociarlas a actividades como volar o alimentar a una mascota. Además, la frecuencia con la que se realizan ciertas acciones, como reciclar, les otorga un peso psicológico desproporcionado frente a otras menos habituales pero más impactantes.

Resultados del estudio científico sobre compromisos y aprendizaje
El experimento descrito en PNAS Nexus asignó a los participantes a tres grupos: uno de predicción y retroalimentación, otro de exposición pasiva a información y un grupo de control. Tras recibir información sobre la eficacia real de cada acción, los participantes corrigieron sus percepciones y ajustaron sus compromisos: aumentaron su disposición a adoptar medidas de alto impacto, como evitar vuelos o no tener un perro, y redujeron su interés en acciones sobrevaloradas, como el reciclaje. El efecto fue más pronunciado entre quienes inicialmente tenían mayores errores de percepción. Sin embargo, el estudio también detectó un efecto colateral: al centrarse en acciones individuales, los participantes disminuyeron su compromiso con acciones colectivas, como votar por candidatos proclima o participar en marchas ambientales.
Opciones para reducir el impacto de las mascotas
No todas las mascotas tienen el mismo efecto sobre el clima. Los conejos, por ejemplo, aunque es un tipo de animal poco apto para la vida urbana, generan una huella de carbono mucho menor que los perros. Para quienes ya conviven con mascotas carnívoras, existen alternativas para reducir su impacto, como elegir alimentos elaborados con proteínas menos intensivas en carbono, como mariscos o pavo, en lugar de carne de vaca o res. Estas opciones pueden contribuir a disminuir la huella ambiental sin renunciar a la compañía animal.

Implicaciones y recomendaciones de los expertos
El equipo que participó del estudio publicado en PNAS Nexus advirtió que, aunque las intervenciones informativas pueden corregir percepciones y orientar los compromisos hacia acciones más efectivas, centrarse exclusivamente en el ámbito individual puede desincentivar la participación en iniciativas colectivas, necesarias para impulsar cambios sistémicos. Los expertos recomiendan que las campañas de alfabetización climática incluyan tanto acciones personales como colectivas, y que se prioricen aquellas medidas que combinan alto potencial de mitigación y facilidad de adopción, como evitar vuelos, no tener perros o reducir el consumo de carnes de alto impacto.
El estudio concluye que la información basada en evidencia puede modificar las percepciones y motivar compromisos más alineados con la eficacia real de las acciones climáticas. Comprender el verdadero peso de nuestras decisiones permite orientar los esfuerzos hacia cambios que realmente pueden marcar la diferencia en la lucha contra el cambio climático.
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