
La mañana en la Amazonía ecuatoriana despierta con un estruendo de vida: el rugido distante de un mono aullador, el coro de cientos de aves y el zumbido de miles de insectos ocultos entre el follaje húmedo. Esta sinfonía natural ilustra por qué Ecuador, a pesar de su diminuto tamaño, está considerado entre los diez países más megadiversos del planeta. Una sola hectárea de la selva del Yasuní puede albergar 655 especies de árboles –más que todo Estados Unidos y Canadá combinados– junto a una deslumbrante variedad de ranas, aves y mamíferos. Escenas así se repiten de la cumbre de los Andes a las costas del Pacífico, reflejando una riqueza biológica única en el mundo.
Ecuador, con apenas 0,2% de la superficie terrestre mundial, contiene entre el 5% y 10% de la biodiversidad global, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En términos numéricos y según la información del Ministerio del Ambiente, este pequeño país alberga el 17,9% de todas las especies de aves, 10% de las plantas vasculares, 8% de los mamíferos y 10% de los anfibios del planeta, una densidad de vida silvestre extraordinaria, de acuerdo con el índice BioD de Mongabay.

De hecho, Ecuador supera a países muchísimo más extensos en número de especies. Por ejemplo, según el Instituto Nacional de Biodiversidad de Ecuador (INABIO), cuenta con 1.684 especies de aves (frente a 1.036 en Estados Unidos, según el Cornell Lab of Ornithology) y, según AmphibiaWeb, 688 de anfibios (frente a 345 en territorio estadounidense). Estas cifras le han valido un lugar destacado en evaluaciones científicas como el índice BioD, que lo ubica consistentemente en el top 10 mundial en cuanto a riqueza de especies. No es de extrañar, entonces, que Ecuador sea reconocido internacionalmente como uno de los 17 países megadiversos del planeta, como consta en el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB).
Ser megadiverso significa poseer una variedad descomunal de ecosistemas, especies y endemismos. En el caso de Ecuador, cuatro regiones naturales bien definidas explican esta explosión de vida: Amazonía, Sierra, Costa y Galápagos. Cada una aporta su propio mosaico de hábitats y criaturas singulares. Según el Ministerio del Ambiente, el país contiene 91 tipos de ecosistemas, desde manglares costeros y bosques húmedos en el noroeste, hasta páramos andinos coronando volcanes y selvas amazónicas ancestrales.

Tres de los diez principales hotspots (puntos calientes) de biodiversidad del mundo se hallan en Ecuador, de acuerdo a la Conservation International y WWF: los densos bosques lluviosos del Chocó, las vertientes andinas externas rebosantes de orquídeas y anfibios, y las selvas del nororiente amazónico. En conjunto, esta geografía privilegiada hace que Ecuador exhiba el mayor número de especies por kilómetro cuadrado a nivel mundial, como lo constantan datos oficiales del Ministerio de Ambiente y del INABIO.
Los ecosistemas únicos se traducen en especies únicas: muchísimas de las criaturas ecuatorianas no se encuentran en ningún otro lugar del planeta. La flora ecuatoriana, por ejemplo, incluye la mayor diversidad de orquídeas por área de Sudamérica, mientras que sus bosques nublados albergan una explosión de ranas diminutas y coloridas, muchas recién descubiertas por la ciencia.

En la región amazónica oriental, el Parque Nacional Yasuní encarna un tesoro biológico de valor planetario. Investigaciones recientes –como la de Margott S. Bass del 2009– lo señalan como posiblemente el ecosistema más diverso del mundo en anfibios, reptiles y árboles. Se han registrado más de 270 especies de reptiles y anfibios conviviendo en Yasuní, cifra récord global, junto con jaguares, delfines rosados y decenas de especies de primates. Basta una hectárea de su selva para encontrar hasta 100.000 especies de insectos, un número asombroso que habla de procesos evolutivos milenarios.
En los Andes ecuatorianos, la biodiversidad desafía la lógica de las alturas. Los páramos, como se conoce a las praderas frías de alta montaña, albergan osos de anteojos, cóndores andinos planeando sobre cumbres y plantas adaptadas a condiciones extremas.

Descendiendo por las laderas andinas, cada piso altitudinal revela nuevos conjuntos de especies. Los bosques nublados de la vertiente oriental y occidental son verdaderos laboratorios evolutivos, hogar de colibríes multicolores, ranas arbóreas endémicas y una inmensa variedad de plantas.
Ecuador es reconocido por tener la mayor diversidad de anfibios por área en el mundo, con cientos de ranas endémicas saltando entre hojas húmedas. En ciertas reservas de la Cordillera, científicos han hallado más de 40 especies de anfibios en pocos kilómetros cuadrados, muchas de ellas nuevas para la ciencia como lo confirman los constantes descubrimientos de los investigadores del INABIO.

También abundan aves emblemáticas: el quetzal, el gallo de la peña andino, y decenas de colibríes. Ecuador registra alrededor de 132 especies de colibrí, la cifra más alta de cualquier país, de acuerdo a los registros del Ministerio del Ambiente. Esta riqueza andina se conecta con conocimientos ancestrales: pueblos indígenas, como los kichwa y los shuar en estribaciones montañosas, han identificado y usado por generaciones la diversidad medicinal de estas plantas y animales, integrando la biodiversidad en su cosmovisión.
El caso de las islas Galápagos es quizás el más famoso de todos. Este remoto archipiélago volcánico, a casi 1.000 km de la costa continental, es un santuario viviente donde la evolución tomó caminos insospechados. Animales como la tortuga gigante de Galápagos (Chelonoidis spp.), el pinzón de Darwin, la iguana marina y el pingüino de Galápagos existen solo en estas islas, habiéndose adaptado a nichos muy particulares. De las 179 especies de aves registradas en Galápagos, 45 son endémicas del archipiélago, al igual que 86% de sus reptiles y casi un tercio de sus plantas, de acuerdo con la Fundación Charles Darwin y el Parque Nacional Galápagos.

Las Galápagos fueron el catalizador de la teoría de la evolución de Charles Darwin en el siglo XIX, un recordatorio de cuán valioso es este patrimonio natural para la ciencia mundial. Hoy, las islas siguen considerándose un laboratorio único de la vida: sus aguas protegen reservas de tiburones martillo, tortugas marinas y corales, mientras que en tierra firme cada isla alberga subespecies propias, desde las tortugas gigantes hasta los cormoranes que perdieron la capacidad de volar.
Por supuesto, esta abundancia enfrenta graves amenazas. La principal es la deforestación: durante décadas, Ecuador tuvo una de las tasas de pérdida de bosques más altas de América Latina, con más de 60.000 hectáreas de selva taladas cada año para dar paso a la agricultura, ganadería o explotación petrolera, según cifras oficiales. Aunque políticas recientes han logrado reducir ligeramente ese ritmo (a unas 47.000 anuales en el periodo 2008-2014), la desaparición de bosques continúa fragmentando hábitats críticos, especialmente en la Amazonía y el Chocó.

La minería a gran escala es otro desafío emergente: la apertura de minas de cobre y oro en zonas megadiversas, como los bosques nublados de Intag o la cordillera del Cóndor en la frontera con Perú, amenaza especies endémicas que habitan únicamente esos ecosistemas aislados.
Por su parte, el cambio climático ya comienza a sentirse: los glaciares andinos se derriten reduciendo el hábitat del cóndor, eventos extremos como sequías e inundaciones estresan bosques, y el aumento de temperatura desplaza a especies de sus rangos tradicionales (por ejemplo, ranas de altura que buscan climas más fríos en elevaciones donde antes no vivían).

En Galápagos, los corales sufren blanqueamiento durante episodios de aguas cálidas, y especies como el pingüino están en declive debido a la variabilidad climática que afecta su alimento. Una amenaza particular en islas (y cada vez más en el continente) son las especies invasoras introducidas por el ser humano.
Ratas, cabras, plantas exóticas y hasta insectos foráneos han llegado a Galápagos, compitiendo o depredando la fauna nativa; de hecho, “las especies introducidas representan la causa más importante de la pérdida de biodiversidad en islas oceánicas” y son la principal amenaza para la integridad ecológica de los ecosistemas únicos de Galápagos.

Frente a estos retos, Ecuador despliega múltiples estrategias de conservación. Su Sistema Nacional de Áreas Protegidas protege aproximadamente 20% del territorio nacional en 60 reservas y parques, incluyendo joyas como el Parque Yasuní, la Reserva Marina de Galápagos, la Reserva Cotacachi-Cayapas en el Chocó y el Parque Podocarpus en los Andes australes.
Adicionalmente, el país ha adoptado figuras innovadoras como las Reservas de Biósfera de la UNESCO: ya son siete reservas de biósfera que integran comunidades locales en la gestión sostenible de vastas zonas (sumando más de 3 millones de hectáreas protegidas). Un componente crucial ha sido la participación de los pueblos indígenas en el cuidado de sus territorios ancestrales, muchos de los cuales coinciden con zonas de alta biodiversidad. En la Amazonía, por ejemplo, el territorio Waorani y la Zona Intangible Tagaeri-Taromenane dentro del Yasuní establecen áreas donde se prohíben totalmente las actividades extractivas, garantizando los derechos de pueblos en aislamiento voluntario y al mismo tiempo creando un refugio para la naturaleza prístina.

En años recientes, Ecuador también ha innovado con mecanismos financieros verdes a gran escala. En 2023 concretó un canje de deuda por naturaleza que destinó alrededor de 450 millones de dólares a un fondo permanente para la conservación de Galápagos, considerado el mayor acuerdo de este tipo en la historia, que ayudará a proteger las aguas donde se alimentan tortugas marinas, tiburones y aves marinas endémicas. Inspirado por ese éxito, a finales de 2024 se anunció un segundo canje de deuda enfocado en la Amazonía, creando el Fondo Biocorredor Amazónico para financiar corredores ecológicos en colaboración con comunidades locales.