
Antonio Caballero se murió hace un año. Un año sin sus opiniones que desde hace muchos domingos se repetían. Antonio Caballero se murió un viernes, hacía sol en Bogotá y después del mediodía se supo la noticia.
“Murió el escritor y periodista Antonio Caballero”, “Antonio Caballero, una vida de pataleo contra los poderosos”, “A la memoria de un grande del periodismo colombiano”, “Se apagó la pluma ‘ácida’ e ‘inteligente’ de Antonio Caballero”, “Adiós a Antonio Caballero: el gran rebelde del periodismo colombiano”, “Antonio Caballero nos hará falta sin remedio”, “Murió Antonio Caballero, uno de los grandes periodistas y columnistas de Colombia”, “Se marchó una voz fuerte del periodismo”.
Antonio Caballero se murió y con él algo de la conciencia de Colombia. Por lo menos era la conciencia de su familia, eso decía su hermano Luis. También lo fue, por cerca de 40 años, de sus lectores que se congregaban, la más de las veces, los domingos ante sus textos y caricaturas.
Caballero tenía una magia que pocos tienen, la facilidad de hilar frases que van de un asunto a otro llevando al lector, por los mismos temas, una y otra vez sin que la repetición se convirtiera en tedio. El poder y la política, el arte, la gastronomía, los toros, la guerra contra las drogas. Insistente. Cada tantos domingos se repetían, la vida, que vuelve sobre sí misma, lo obligaba a insistir.
Además de escribir, también era caricaturista, en Europa se ganó la vida vendiendo sus dibujos, sueltos, nerviosos. Sus personajes, corrosivos, ingeniosos. De niño, su padre, el escritor Eduardo Caballero Calderón, lo llevaba, junto con Luis, al Museo del Prado para que copiaran pinturas de Goya o de Velázquez. Antonio dibujaba mejor que Luis, pero esa es otra historia.
Antonio Caballero fue un enfant terrible, un hijo rebelde de la oligarquía bogotana, descendiente de varios expresidentes, el hijo de una familia de intelectuales, último heredero de una dinastía de corrosivas opiniones.
Nació en 1945, muy niño viajó a España con su familia. Estudió en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y después en el Gimnasio Moderno, en Colombia. En España estudió en el Instituto Ramiro de Maeztu.
Su hermana, Beatriz, cuenta que eran Antonio y Luis eran niños de apartamento, que se la pasaban leyendo y en encerrados y que en unas vacaciones, su mamá los puso a remar para que cogieran cuerpo, que se le ensanchara la espalda y no fueran el arquetipo del niño intelectual flaco e irónico.
Empezó trabajando como caricaturista en El Tiempo, en 1964 y hasta 1974. Vivió muchos años en Europa, por varias temporadas. En París las revueltas del Mayo del 68 y regresó a Colombia, para volver de nuevo a Europa y recorrer Italia, Grecia, España e Inglaterra, radicándose en Londres un tiempo como redactor en la BBC y en The Economist.
En Grecia, se instaló en Cefalonia donde sobrevivió durante un año vendiendo, semanalmente, sus dibujos. En España formó parte del equipo de Cambio16, durante el ocaso de la dictadura Franquista. Muerto Franco, regresa a Colombia a engrosar las filas de Alternativa, la mítica revista de izquierdas que lideró Gabriel García Márquez y Enrique Santos.
En los 80 escribió en El Espectador. En 1984 publica Sin Remedio, su única novela, en la que Ignacio Escobar, un poeta fracasado en contra de la aparente imposibilidad de escribir de poesía. Una novela que se convirtió en una obra de culto, un pilar de la literatura urbana bogotana y colombiana, y que estuvo discontinuada un par de décadas hasta que se reeditó en 2018.

Desde mitad de los noventa y hasta el 2020, hizo parte del equipo de Semana, publicando, domingo a domingo, una columna de opinión y una caricatura, que para muchos se convirtió en un rito para sus lectores, que según dicen provocaban sendas discusiones en una prestigiosa y costosa universidad bogotana. Pueda que sí, por qué no. Porque, como escribió Juan Gabriel Vásquez, sus opiniones, sus columnas, tenían algo que las hacía superar lo efímero de su naturaleza.
También escribió de historia, su último libro fue Historia de Colombia y sus oligarquías publicado en 2018, en que desmenuza la historia colombiana con su hiriente humor, que burlándose de las oligarquías que han gobernado a Colombia. Este libro pone en físico lo que primero nació como un proyecto digital de la Biblioteca Nacional. En el ocaso su oficio se metió en esa tarea, en la que resumió una extensa investigación en varios cientos de páginas, que acompañó con varias docenas de dibujos con comentarios socarrones.
Antes de morir estaba escribiendo, corrigiendo, escribiendo, una colección de cuentos. Además de sus habituales columnas, en las que se permitió el impudor de grabarse para que fueran videocolumnas. La última fue contra Duque. También las hubo contra Petro, Uribe, Santos, en contra de todos. En contra del poder, perteneciendo a la cuna del poder.
Era reiterativo. El mismo decía que muchas veces los artistas solo tienen una única cosa que decir, aunque a veces no tengan ninguna. Hoy ya no puede decir las mismas cosas otra vez. Ya no están sus opiniones, sus pataleos en contra del poder. Solo quedan su novela, sus libros, sus caricaturas y sus columnas, a las que se puede volver una y otra vez.
“No se escoge la muerte: a ella se llega
acorralado por la propia vida.
Hay que haber escogido
esa vida que empuja hacia la muerte”, Ignacio Escobar, Sin Remedio.
Hace un año se murió Caballero, hace un año lo acorraló la muerte.

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