
La mayor longevidad femenina no es solo una curiosidad estadística: un estudio internacional reveló que tiene raíces evolutivas mucho más profundas de lo que se creía. La investigación, liderada por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva y publicada en Science Advances, analizó la esperanza de vida en más de 1.100 especies de mamíferos y aves.
El análisis confirmó que la diferencia de longevidad entre machos y hembras no se explicaba solo por factores sociales o ambientales, sino que estaba anclada en la historia evolutiva de los seres vivos.

Según datos de la Max Planck Society, incluso en condiciones controladas como las de los zoológicos, donde los riesgos ambientales eran mínimos, las hembras de mamíferos generalmente superaban en longevidad a los machos. En la mayoría de las aves, el patrón era inverso: los machos solían vivir más tiempo.
El estudio, coordinado por la investigadora Johanna Stärk y realizado junto a un equipo internacional de 15 coautores, recopiló datos de zoológicos y poblaciones silvestres desde 1980 hasta 2024. Incluyó 528 especies de mamíferos y 648 de aves, convirtiéndose en el mayor trabajo comparativo sobre diferencias de longevidad entre sexos hasta la fecha.

Los resultados muestran que, en mamíferos, el 72% de las especies presentaba una ventaja femenina en esperanza de vida adulta, con una media del 12% más de longevidad. En aves, el 68% de las especies mostraba una ventaja masculina, con una diferencia media del 5% a favor de los machos.
Estas cifras, respaldadas por la Max Planck Society y Science Advances, reforzaban la hipótesis del sexo heterogamético, que vinculó la longevidad con la combinación de cromosomas sexuales: en mamíferos, los machos (XY) serían más vulnerables a mutaciones dañinas, mientras que, en aves, las hembras (ZW) ocupaban ese papel.

Existen, sin embargo, numerosas excepciones y variabilidad entre especies. En varias aves rapaces, las hembras no solo son más grandes, sino que también vivían más que los machos, rompiendo el patrón general, según afirmó Johanna Stärk, lo que indica que los cromosomas sexuales solo explicaban parte del fenómeno.
El estudio profundizó también en el impacto de la selección sexual, el sistema de apareamiento y el cuidado parental. Tanto la Max Planck Society como Science Advances coincidían en que, en especies polígamas de mamíferos caracterizadas por intensa competencia entre machos y fuerte dimorfismo sexual, los machos morían antes y presentaban menor esperanza de vida.

En especies monógamas, la diferencia disminuía. En las aves, donde la monogamia era común, la longevidad masculina predominaba. Además, el sexo responsable de la mayor parte del cuidado parental —generalmente las hembras en los mamíferos—, tendía a vivir más, ya que la supervivencia hasta que las crías alcanzaban la independencia otorgaba una ventaja evolutiva.
Al analizar datos de zoológicos, los científicos pudieron aislar los efectos de los factores ambientales. Aunque las diferencias de longevidad entre sexos se atenuaron en estos entornos, raramente desaparecían por completo.

Este patrón fue similar en el caso humano, donde los avances médicos y las mejores condiciones de vida redujeron, pero no eliminaron la brecha de esperanza de vida entre mujeres y hombres. Science Advances señaló que en la naturaleza la diferencia femenina a favor de los mamíferos se acentuaba, mientras que, en las aves, la ventaja masculina se multiplicaba por cinco respecto a los zoológicos.
El estudio también reveló excepciones sorprendentes: en mamíferos, la ventaja femenina fue más marcada en ungulados, murciélagos y marsupiales, pero casi se desdibujó en primates, roedores y carnívoros. Entre los primates, las diferencias iban de una ventaja masculina del 30% hasta una femenina del 33%. En los humanos, en cambio, la superioridad femenina resultó menor que la observada en chimpancés y gorilas.

“La ventaja femenina en humanos fue menor que la registrada en los grandes simios africanos”, subrayó Science Advances, lo que apunta a una menor presión de selección sexual en nuestra especie. En el caso de las aves, la mayoría de los órdenes mostró longevidad masculina, aunque las rapaces y ciertos patos y gansos rompieron la regla: en ellos, las hembras vivieron más tiempo.
Respecto a los mecanismos evolutivos, los autores atribuyeron un papel relevante a la selección sexual precopulatoria, especialmente en especies con fuerte dimorfismo sexual y sistemas de apareamiento polígamos. En mamíferos polígamos con machos significativamente más grandes que las hembras, la ventaja femenina fue mayor.

En aves monógamas, la longevidad masculina fue superior. El cuidado parental ejercido por las hembras se correlacionó también con mayor longevidad femenina, sobre todo entre los primates. Aun así, en grupos como los lémures y algunas aves, estos factores no explicaron por completo las diferencias, lo que sugirió la posible actuación de otros procesos genéticos o ambientales aún no identificados.
En cuanto a los humanos, el trabajo concluyó que la mayor longevidad femenina se compartía con otros primates, aunque en menor grado. La persistencia de esta diferencia a lo largo de la historia y en numerosas culturas reforzó la idea de que se trataba de un legado evolutivo.
Para la Max Planck Society, las diferencias de longevidad entre sexos no se debían solo al entorno, sino que formaban parte de nuestra evolución biológica y probablemente continuarán presentes a futuro.