Francisco Sosa deja el taco sobre la mesa, observa la posición de las bolas con el ojo meticuloso de quien ha dedicado su vida a este juego y, con la misma paciencia con la que ha formado a decenas de jugadores, ajusta el paño verde con la palma de la mano. Afuera, La Habana sigue su ritmo lento y sofocante, pero aquí, en su academia improvisada en el barrio del Cerro, el tiempo parece medirse en golpes precisos y carambolas perfectas.
“El billar nunca desapareció del todo”, dice Sosa, con la voz áspera de los años. “Se escondió. Sobrevivió en las sombras, en casas privadas, en rincones donde la revolución no pudo borrarlo”.
La historia del billar en Cuba es la historia de una resurrección. En 1959, tras el triunfo de Fidel Castro, el juego fue condenado al ostracismo. Asociado con los casinos controlados por la mafia estadounidense y con los bares de apuestas que florecieron bajo el gobierno de Fulgencio Batista, su práctica fue primero limitada, luego prohibida. Las mesas desaparecieron de los clubes, los tacos se empolvaron en trasteros y una generación entera creció sin conocer el sonido seco de una bola impactando contra otra.
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Pero el exilio del billar nunca fue absoluto. En pequeñas casas, en patios traseros, en rincones de La Habana donde las reglas del Estado eran más flexibles, algunos mantuvieron viva la tradición. Hoy, impulsado por la creciente apertura al emprendimiento privado y la búsqueda de nuevas formas de entretenimiento en medio de la crisis económica, el billar emerge nuevamente con fuerza.
Una academia en el Cerro
Sosa, de 78 años, lo sabe bien. Su academia, montada en el interior de su casa, es el epicentro de este renacimiento. Allí, entre cuatro mesas que él mismo ha restaurado con esfuerzo, enseña a niños, mujeres y adultos los secretos de la disciplina. Nayelis Guzmán, una de sus alumnas más destacadas, golpea la bola con firmeza y sonríe satisfecha.
“Llevo aproximadamente dos años jugando”, dice Nayelis, con la seguridad de quien ha encontrado su vocación. “Mi sueño es representar a Cuba en un torneo internacional”.
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Pero el camino no es fácil. La falta de insumos es una batalla diaria. Los tacos y las tizas escasean, los paños de las mesas se desgastan sin posibilidad de reemplazo inmediato, y la madera para fabricar nuevas estructuras es casi un lujo. En un país donde la crisis económica ha convertido hasta lo más esencial en un desafío, sostener una academia de billar es casi un acto de resistencia.
Aún así, el entusiasmo crece. Torneos como el organizado por Yanlet Trigoura en La Habana han revitalizado el interés por el deporte, después de que “en 1959 prácticamente había desaparecido”. El logo de Habana Billiards aparece cada vez en más camisetas, y la comunidad de jugadores presiona para que el Instituto Nacional de Deportes (INDER) reconozca el billar como una disciplina oficial.
“Queremos que el INDER cree una federación”, dice Trigoura. “Que institucionalice el billar para que podamos competir internacionalmente. Aquí hay jugadores con el mismo nivel que en cualquier otro país de América Latina”.
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Carpinteros y mesas: la industria que renace
No solo los jugadores han sentido este resurgimiento. En un taller de carpintería, Pablo Cabrera pule con esmero una nueva mesa de billar. Su negocio, antes centrado en muebles tradicionales, ha encontrado una inesperada fuente de ingresos en la creciente demanda de mesas para bares privados y academias.
“Nos piden mesas en toda Cuba”, explica Cabrera, mientras supervisa el ensamblaje de una estructura de madera maciza. “Es un crecimiento real, no solo como entretenimiento, sino también como deporte”.
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La imagen de una mesa de billar siendo transportada en un camión por las calles de La Habana simboliza este renacimiento. Allí donde antes solo quedaban recuerdos de un pasado prohibido, ahora hay proyectos, torneos y sueños.
De la prohibición al reconocimiento
El resurgimiento del billar en Cuba es más que una historia de nostalgia. Es un reflejo de la transformación de la isla, donde antiguas prohibiciones se desmoronan ante la necesidad de nuevas oportunidades. Durante décadas, la disciplina quedó relegada al margen, pero hoy, con cada golpe de taco y cada bola que rueda sobre el paño, los jugadores de billar no solo recuperan un deporte: recuperan una parte de su historia.