Los espeluznantes crímenes del psicópata chileno de Alto Hospicio

Julio Pérez Silva violó, asesinó y luego abandonó en el desierto a 14 jóvenes entre 1998 y 2001, casi todas menores de edad, convirtiéndose en el mayor asesino en serie del país

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El "psicópata de Alto Hospicio"
El "psicópata de Alto Hospicio" recién podrá salir en libertad condicional a los 108 años.

En los anales de la historia criminal chilena, el caso de Julio Segundo Pérez Silva (61), el “psicópata de Alto Hospicio”, se lleva el podio. Actualmente condenado a cadena perpetua y sin derecho a beneficio alguno hasta el año 2071, Pérez Silva violó y asesinó brutamente a 14 jóvenes en un lapso de tres años -la mayoría menores de edad- en esa inhóspita comuna de Iquique (1,765 kms al norte de Santiago), pasando así a erigirse como el mayor asesino en serie del país.

A bordo de un taxi clandestino merodeaba por la localidad -que ocupa el último lugar en el ranking de calidad de vida en el país- en busca de escolares a quienes ofrecía llevar gratis a sus destinos. Una vez arriba, desviaba el auto y se internaba en el desierto, donde violaba a sus víctimas y luego las asesinaba golpeándolas en la cabeza con objetos contundentes. Sus cuerpos, algunos de ellos aún con vida, los abandonaba en la pampa, en los basurales que campean en las afueras de Alto Hospicio o los arrojaba a piques mineros de gran profundidad a los que luego lanzaba pesadas rocas.

El caso es sin duda uno de los pasajes más vergonzosos de la policía chilena, puesto que a pesar de que las niñas desaparecían una tras otra, los uniformados mostraron indiferencia y se negaron sistemáticamente a investigar aduciendo que las niñas habían huido de sus casas para prostituirse en Perú o Bolivia. Sabido es que la justicia se demora cuando las víctimas son pobres, y a veces nunca llega.

Sin embargo, gracias al tesón del padre de la novena niña muerta, quien organizó a las familias de las menores y armó su propio grupo de búsqueda, las autoridades y los medios de comunicación no tuvieron más remedio que asumir que algo nauseabundo ocurría en los yermos parajes de Alto Hospicio.

El "psicópata de Alto Hospicio"
El "psicópata de Alto Hospicio" merodeaba en su Mazda Capella blanco.

La génesis de un asesino en serie

Aquellos que conocieron al “Segua” en su infancia dijeron que era un chico tímido, pero respetuoso. Creció jugando al fútbol en las calles de Puchuncaví, en la región de Valparaíso, y era un alumno tranquilo e introvertido. Tal como cuenta Álvaro Matus en su reciente libro “Psicópatas chilenos” -publicado por Penguin Random House-, iba con sandalias de goma y sin uniforme al colegio debido a la humilde situación económica de su familia.

Debido a eso, era objeto constante de bulliyng por parte de sus compañeros. En casa, su padre golpeaba brutalmente a su madre y junto a sus cinco hermanos, se escondía cuando lo escuchaba llegar.

A los 22 años contrajo matrimonio y tuvo dos hijas, y luego se emparejó con Marianela Vergara, madre de dos niñas adolescentes. Sus vecinos dijeron que era, o parecía al menos, un buen padre adoptivo, pero los rumores de un intento de violación a una de las menores terminaron por alejarlo. En 1990 emigró a Iquique y en una fiesta conoció a Nancy Boero, catorce años mayor que él y madre de seis hijos, con quien rápidamente se fue a vivir a Alto Hospicio.

Trabajó durante años cargando sacos de sal y en 1998 su pareja le regaló un automóvil usado -que solía limpiar obsesivamente por dentro- y le pagó el curso para aprender a manejarlo. Comenzó a trabajar como taxista clandestino y a poco andar, las niñas empezaron a desaparecer.

11 de sus 14 víctimas
11 de sus 14 víctimas eran menores de edad.

Sus crímenes

A mediados de septiembre de 1998, el cuerpo de Graciela Montserrat Saravia, de 17 años, apareció en una playa cercana a Alto Hospicio. Según confesó más tarde Pérez Silva, le ofreció dinero por sexo mientras caminaba por la costanera de Iquique, pero rápidamente se dio cuenta que quería robarle, por lo que la golpeó repetidamente con una piedra en la cara hasta darle muerte. Y aunque la policía entrevistó a unos pescadores que dijeron ver de lejos a una pareja que parecía forcejear afuera de un auto blanco, el caso se archivó sin un culpable.

Un año después, el 24 de noviembre de 1999, Macarena Sánchez, de 14 años, desapareció camino al colegio. Pero cuando sus padres acudieron a la policía, su respuesta los dejó helados: la niña, de seguro, había huido de casa para prostituirse, por lo que les recomendaron esperar su vuelta a casa, cosa que nunca sucedió. En su confesión posterior, Pérez Silva dijo haberla amarrado de manos y arrojado al interior de un pique minero de unos 200 metros.

Envalentonado, Pérez Silva comenzó una seguidilla de crímenes y en febrero de 2000 atacó a Sara Gómez y dos días después hizo lo mismo con Angélica Lay, de 23 años, a quienes violó y asesinó abandonándolas en el desierto.

Un mes después, el 23 de marzo, ultrajó a Laura Zola, de 14 años, lanzándola al mismo pique minero que a Macarena Sánchez. El 5 de abril hizo lo mismo con Katherine Arce y la enterró en un basural.

Misma suerte corrió el 22 de mayo Patricia Palma, de 17 años, quien desapareció a la salida de su liceo. Su cadáver sería encontrado al fondo del pique Huantajaya, junto a los cuerpos de Macarena Sánchez y Laura Zola.

Sin embargo, a pesar de estas desapariciones, la policía y las autoridades de gobierno insistían en la tesis de que las niñas habían abandonado sus casas para prostituirse, sumiendo en la desesperación a sus familias. Los carteles con sus caras se repetían en las paredes y postes de alumbrado público de Alto Hospicio.

El 2 de junio Pérez Silva violó y mató a Macarena Montecinos y la abandonó en un sector conocido como “Pampa El Molle”. Pero su suerte cambiaría el 2 de julio, cuando ultrajó y asesinó a golpes en la cabeza a Viviana Garay, de 16 años.

Su padre, Orlando Garay, recordó entonces un volante con el rostro de Katherine Arce que su desaparecida hija le había mostrado y llegó hasta la casa de su familia. Allí se enteró de que ambas iban al mismo liceo y que otras siete niñas habían desaparecido, por lo que organizó a los angustiados padres, vendió su bote y en conjunto pegaron carteles con sus rostros en los pueblos aledaños, presionaron a las autoridades con manifestaciones y comenzaron a hurgar en los basurales colindantes.

El 18 de julio del año 2000, sus temores se hicieron realidad cuando encontraron el uniforme y la mochila de Viviana Garay en un vertedero cercano pero de difícil acceso. Horas después, la mochila y la ropa con manchas de sangre de Katherine Arce fueron halladas en otro botadero.

Recién entonces los medios de comunicación comenzaron a cubrir la noticia y el caso estalló finalmente cuando dos días después, un noticiario mostró el momento exacto en que Inés Valdivia, abuela de Patricia Palma, halló en una quebrada la ropa interior de su nieta. Su llanto desconsolado caló hondo en la opinión pública y la policía y las autoridades se vieron presionadas a iniciar por fin una investigación seria.

Sin embargo, las pesquisas no llevaron a ningún lado y los ánimos de la comunidad empezaron a caldearse. Las protestas frente a edificios gubernamentales fueron creciendo y se sucedían día a día, y hasta el presidente Ricardo Lagos fue duramente interpelado cuando visitó Iquique para inaugurar una obra pública.

Su caso es uno de
Su caso es uno de los pasajes más vergonzosos de la policía y las autoridades políticas chilenas de la época.

La sobreviviente

Debido al revuelo, Pérez Silva dejó de atacar por unos meses hasta que el 3 de octubre del 2001, un trabajador que viajaba en auto por la ruta que une Iquique y Alto Hospicio divisó a una niña que caminaba a duras penas bajo el tórrido sol del desierto.

Según consigna “Psicópatas chilenos” -que acaba de sacar su segunda edición-, la niña de 13 años identificada como “Bárbara N” explicó que un supuesto taxista en un auto blanco había ofrecido llevarla hasta su colegio, pero que se desvió hacia la pampa y la amenazó con un cuchillo, y que la ató, la violó, y luego la obligó a arrodillarse al borde de un pique minero, donde le confesó que él había matado a las otras niñas desaparecidas.

Y a pesar de que rogó por su vida y hasta le ofreció el sándwich que llevaba de colación, la empujó al agujero de 200 metros y le arrojó varias rocas en la cabeza que la dejaron inconsciente.

Sin embargo, Bárbara cayó en un borde del pique, a unos 17 metros de profundidad, por lo que al volver en sí trepó hasta la superficie y caminó bañada en sangre cuatro kilómetros hasta la carretera, desmayándose varias veces en el trayecto.

Según su declaración, el mismo auto al que se había subido venía detrás del furgón que la rescató, por lo que es posible deducir que el “psicópata de Alto Hospicio” se había devuelto a corroborar la muerte de la niña.

Su testimonio resultó ser crucial y entre las otras pistas que entregó se contaban una camiseta de su agresor con el logo de la municipalidad de Iquique y dos pequeños peluches de la serie infantil de televisión “Bananas en pijamas” que colgaban desde el espejo retrovisor. Esta vez, la policía al fin actuaría con celeridad y se dio la orden de buscar el auto blanco en cuestión por mar y tierra.

Los diarios escribieron ríos de
Los diarios escribieron ríos de tinta por semanas y el caso indignó a la opinión pública.

Su detención

A la mañana del día siguiente un carabinero detuvo el Mazda Capella de Pérez Silva en un control y al ver los peluches en el espejo retrovisor, le dijo que lo acompañara a la comisaría, pues su patente parecía no estar en regla. Según contó, el peor asesino en serie chileno en ningún momento se mostró nervioso ni inquieto.

Una vez en el calabozo le hicieron un video en el que la niña reconoció de inmediato a su atacante, y también hizo lo propio con el Mazda Capella blanco, los peluches y el cuchillo que aún estaba dentro del auto. En paralelo la policía allanó su vivienda, donde hallaron la camiseta con el logo de la municipalidad y varios diarios que consignaban las sucesivas desapariciones de sus víctimas.

Y aunque Pérez Silva trató de excusarse aduciendo que había tenido relaciones sexuales consensuadas con la niña, pero que no la había arrojado a pique alguno ni menos sabía del paradero de las otras menores desaparecidas, los exámenes de sangre, pelo y dactilares dejaron en claro que era culpable.

Presionado en el interrogatorio, Pérez Silva confesó primero tres crímenes y tras varios días sin dormir, otros tres. También dio la ubicación del pique Huantajaya y de los basurales, y en un momento trató de suicidarse con el cordón de sus zapatos.

La noticia de su detención corrió como reguero de pólvora y los cuatro primeros cuerpos momificados por el sol del desierto aparecieron el martes 9 de octubre en los basurales indicados por el asesino. Cientos de pobladores comenzaron a movilizarse y cuando efectivos del Grupo de Operaciones Policiales Especiales (GOPE) se apersonaron en el pique Huantajaya, la situación se hizo insostenible, con una muchedumbre exigiendo explicaciones y periodistas pidiendo más información, por lo que decenas de policías tuvieron que acordonar el lugar.

Dos días después, los padres reconocieron los restos de sus hijas y los medios mostraron en vivo sus sobrecogedoras escenas de dolor. Cundió la rabia en los habitantes y las protestas se multiplicaron en Iquique y Alto Hospicio, mientras en el desierto seguían apareciendo cuerpos, incluso de mujeres mayores de edad, a las que nadie buscaba.

Rápidamente varios altos mandos de las fuerzas policiales y del gobierno de Ricardo Lagos fueron removidos de sus cargos y hubo un verdadero terremoto político, pues estaba claro que las instituciones no habían funcionado. Nadie parecía asumir la responsabilidad de tan terribles hechos.

Los diarios escribieron ríos de tinta por semanas y los noticieros entregaron escabrosos detalles por las noches. El país entero estaba en estado de shock al igual que en 1982, cuando dos policías, los llamados “Psicópatas de Viña del Mar”, mataron a 10 personas, siendo fusilados tres años después.

Más de 1,500 personas llegaron la mañana del 15 de octubre hasta la Catedral de Iquique, donde se llevaron a cabo los funerales de las víctimas, en una jornada estremecedora pocas veces vista. Ése día, las palabras del monseñor Juan Barros resonaron en el corazón de todos los chilenos, indignados por la indolencia de las autoridades ante el pedido de ayuda de sus compatriotas más humildes.

“Queda la sensación de que pudimos haber hecho más para ayudarlos. En medio de sus dolores y pobrezas se esforzaron mucho, sin ver los resultados esperados. Ellos nos han dado un ejemplo de lucha por un ser querido, han dejado enseñanzas al país para proceder con más delicadeza y dedicación ante los clamores de quienes están con algún padecimiento”.

Julio Pérez Silva dio una
Julio Pérez Silva dio una entrevista televisiva estando en la cárcel en la que aseguró haber sido torturado por la policía para asumir la culpa de los crímenes.

La condena y los rumores

Finalmente, y aunque otras cinco jóvenes desaparecidas entre abril de 1999 y agosto de 2021 nunca fueron halladas, el “psicópata de Alto Hospicio” fue condenado en 2005 a la pena de presidio perpetuo calificado por el asesinato de 11 adolescentes y 3 mayores de edad. Recién podrá salir en libertad condicional a los 108 años, en 2071.

A modo de mísera compensación, el gobierno de Lagos regaló a las familias de las víctima casas prefabricadas y una pensión vitalicia que actualmente ronda los $200.000 pesos (USD 200).

Sin embargo, a poco andar varios rumores comenzaron a llenar los tabloides, los que apuntaban a una banda de tres carabineros que traficaba órganos y arrojaba los cuerpos al pique de Huantajaya. También, que las rocas arrojadas por el “psicópata de Alto Hospicio” a sus víctimas aún con vida eran muy grandes y pesadas como para que las hubiera lanzado solo.

Entonces Pérez Silva, quien nunca mostró arrepentimiento ni se disculpó con las familias de sus víctimas, dio una entrevista televisiva en la que se declaró inocente y acusó que Carabineros le había sacado la confesión bajo tortura, y que sus muestras biológicas de semen y cabello habían sido plantadas en los cuerpos de las víctimas para inculparlo.

Otro rumor, aún más sórdido, sostenía que Pérez Silva tenía una relación sentimental con Bárbara, la niña sobreviviente, quien le ayudaba a atraer a las menores asesinadas. Algunos lugareños incluso aseguraron conocer dicho vínculo amoroso y acosada por la prensa y por quienes aún buscaban a sus seres queridos, Bárbara dejó el colegio y abandonó Alto Hospicio para nunca más volver.

Dicen que en 2016, testigos la reconocieron en Iquique, viviendo en la calle y perdida en las drogas.

Actualmente, el “psicópata de Alto Hospicio” cumple su pena en la cárcel de alta seguridad de Colina I en Santiago, donde cuatro gendarmes cuidan de que no trate de suicidarse nuevamente y con quienes juega partidos de fútbol de vez en cuando. Ve películas, hace manualidades y trota un poco. Moverlo a otro recinto carcelario o ponerlo junto a otros reclusos no es factible, pues sería asesinado de inmediato.

Y aunque la desértica comuna de Alto Hospicio ha cambiado su fisonomía bastante, las animitas y los neumáticos pintados de blanco que marcan los lugares donde fueron hallados los cuerpos de las 14 víctimas de Julio Pérez Silva siguen en pie, salpicados aquí y allá, como un vivo recordatorio de los espeluznantes crímenes que estremecieron a todo un país.

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