(Desde Ciudad de Panamá) “Estamos en el mayor punto de inflexión de la historia. Toda la infraestructura sobre la que se sostiene nuestra civilización está quedando obsoleta”, advirtió Jeremy Rifkin. El sociólogo, economista y ensayista habló en el Foro Económico Internacional América Latina y el Caribe 2025, organizado por el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe (CAF), que analizó en el Centro de Convenciones de Panamá los desafíos del porvenir inmediato de la región. Entre ellos, el avance de la inteligencia artificial (IA) y la crisis del cambio climático son evidentes.
Rifkin —autor de La Tercera Revolución Industrial y El Green New Deal Global— fue uno de los especialistas invitados a dar una charla magistral, en su caso sobre el cambio climático, que perjudica especialmente a una región que ha contribuido poco a esa crisis. La otra gran conferencia estuvo a cargo de Rachel Adams, fundadora y CEO del Centro Global de Gobernanza de la IA, quien abordó el impacto de la IA en el Sur Global. Adams expuso cómo la revolución tecnológica que lideran las grandes corporaciones del Norte Global reconfigura economías, mercados laborales y estructuras de poder en todas partes.
Estos temas pueden parecer independientes, pero —sin entrar a hablar del agua que se gasta para enfriar las instalaciones de cómputo detrás de una app de IA— pocas cosas ameritan ese adjetivo últimamente. El futuro de América Latina depende tanto de qué haga ante la automatización y la crisis climática.
La IA en la semana de Deepseek
Rachel Adams comenzó por el tema que todavía estaba fresco en la memoria de los más de 1.400 participantes en el Foro Económico CAF 2025: el caso Deepseek. “Trabajo en IA hace años, pero nunca hubo un momento más importante para hablar de lo que significa para el futuro de nuestras sociedades”, dijo.
“Deepseek era un jugador menor en inteligencia artificial”, explicó Adams. Pero desafió a las grandes tecnológicas occidentales: “Creó su modelo con solo 2.000 chips especializados y un costo de entrenamiento de poco más de USD 5 millones”, resumió Adams. “Para comparar, OpenAI gastó más de USD 100 millones y utilizó al menos 10 veces más capacidad de cómputo”.
Aunque realmente se sabe poco sobre Deepseek, se conoce qué produjo en Estados Unidos cuando lanzó su chatbot el 20 de enero: se convirtió en la aplicación gratuita más descargada —una humillación para ChatGPT— y Nvidia, dueña del 90% del mercado de chips para IA, perdió un 18% de su valor en 24 horas.
“El gobierno de Estados Unidos había construido una narrativa sobre la necesidad de inmensas inversiones en infraestructura computacional para liderar la carrera de la IA”, recordó Adams. Apenas una semana antes del lanzamiento de Deepseek, el presidente había anunciado un plan de inversión privada de USD 500.000 millones para reforzar la supremacía de OpenAI y otras compañías estadounidenses.
Para Adams, Deepseek “puso en jaque” esa narrativa “justo en el momento en que acababa de consolidarse”. También plantea interrogantes profundos sobre la relación entre poder, innovación y acceso a la tecnología. “Hasta ahora, la potencia de un modelo de IA se medía por la capacidad de cómputo utilizada para entrenarlo. No existía una metodología precisa para medir su eficacia real”. Y si la disrupción en IA es posible, ¿por qué no desde América Latina?
Oportunidades para la IA en el Sur Global
En la visión de la experta, “la oportunidad de la IA debería ser para todos”, ya que puede transformar sectores clave en el Sur Global, desde la salud hasta la educación y la economía.
Adams destacó cómo la IA ya mejora diagnósticos médicos y optimiza la atención en regiones donde escasea el personal sanitario. “Se han usado modelos de IA para detectar tuberculosis en zonas remotas, lo cual permitió intervenciones tempranas en África Oriental”, contó. También mencionó la app Jacaranda Health, que brinda asesoramiento en tiempo real a cientos de miles de mujeres embarazadas y madres primerizas. “Mejora los cuidados de salud y permite que las mujeres de zonas rurales accedan a información que de otro modo no tendrían”.
En cuanto a “las soluciones fintech impulsadas por IA, como el dinero móvil y los algoritmos de puntuación crediticia“, Adams dijo que ”pueden ampliar la inclusión financiera al brindar servicios bancarios a poblaciones antes desatendidas”.
La educación también es un campo con oportunidades significativas. Adams señaló cómo los modelos de IA pueden personalizar el aprendizaje y adaptarlo a contextos específicos, como “crear libros de texto y materiales de lectura en lenguas africanas locales”.
Más allá de los beneficios individuales, Adams enfatizó que la IA puede jugar un papel central en la sostenibilidad y el desarrollo. “Puede optimizar la gestión de recursos, monitorear la deforestación y permitir el desarrollo de redes eléctricas inteligentes”, o aplicarse a modelos climáticos para anticipar inundaciones, sequías e incendios forestales.
“El desafío es que estas oportunidades no se materializarán automáticamente”, advirtió. “Requieren inversión, políticas adecuadas y estrategias de adopción que eviten que la IA reproduzca desigualdades en lugar de resolverlas”.
Los riesgos de la IA: trabajo, explotación y desigualdad
“El impacto en los mercados laborales es lo que más preocupa a los responsables de políticas en todo el mundo”, reconoció Adams. A medida que la inteligencia artificial se integra en distintas industrias, el trabajo humano cambia y, en los países más pobres, esto significa un nuevo problema.
“Las máquinas son más baratas que los humanos. El trabajo que antes se tercerizaba a países con salarios bajos ahora está volviendo a los países ricos porque la IA puede hacerlo”. En América Latina y el Caribe, donde la creación de empleo formal es difícil, la IA puede agravar el cuadro de informalidad y precariedad. Según el Banco Mundial, hasta un 5% de los empleos en la región está en riesgo de automatización, y las mujeres son las más afectadas.
Un problema propio del trabajo digital son sus condiciones: “La economía de las plataformas crece rápidamente pero sin seguridad, estabilidad o protecciones”, dijo Adams. Mencionó que a fines de 2025 el 30% de la economía global estará basada en plataformas digitales, con entre 30 y 40 millones de trabajadores en el Sur Global. “Conductores, repartidores y millones de personas entrenando a la IA”.
Ese trabajo invisible incluye desde la moderación de contenido violento hasta la etiquetación de datos. En campamentos de refugiados —dio como ejemplo Dadaab, en Kenia— las tecnológicas tienen una fuente de trabajo más que ultrabarato: “Les pagan a los residentes en tokens para usar dentro del lugar, no en dinero real”.
La extracción de recursos es otro punto central. “El litio es esencial para las baterías de la IA, los autos eléctricos, los celulares y las computadoras”, recordó Adams. “El 60% de las reservas de litio están en los salares de América del Sur, pero el proceso de extracción destruye los ecosistemas locales”. Y los beneficios económicos no quedan en los países. “Chile extrae el litio, pero el procesamiento y la fabricación de productos terminados ocurre en otras partes del mundo, principalmente en China”.
El fin de la era fósil y la llegada de la economía del agua
“Vivimos en un planeta de agua, pero no lo entendimos hasta hace poco”, confirmó Jeremy Rifkin, y muchas personas del público fruncieron el ceño en confusión. Contó luego que por miles de años la humanidad imaginó la Tierra como un mundo de planicies, montañas, valles y desiertos, y diseñó su infraestructura en función de esa visión: ciudades, camino, represas y redes de producción fundadas en la premisa de que el suelo era lo principal. Pero la crisis climática mostró que la verdadera fuerza que rige el planeta no es la tierra sino el agua. “La hidrosfera determina todo: la atmósfera, la biosfera y la litosfera. Sin agua, no hay vida”, abrevió.
Para Rifkin, la civilización basada en combustibles fósiles vive sus últimos días. “Durante 200 años excavamos el suelo y desenterramos carbón, petróleo y gas”, explicó. Los recursos que impulsaron la Revolución Industrial llenaron la atmósfera de los gases del efecto invernadero, que consiste en una capa que impide que el calor salga del planeta. “por cada grado Celsius que aumenta la temperatura, la atmósfera absorbe un 7% más de humedad de los océanos, los ríos, los lagos, los suelos y los bosques”.
El resultado es una disrupción total del ciclo del agua. Hay ríos atmosféricos, nevadas allí donde nunca había caído un copo, inundaciones y sequías, olas de calor rompen el récord de cada año anterior, incendios forestales y huracanes cada vez más destructivos.
“No es un fenómeno aislado: estamos en la sexta gran extinción masiva”, estimó Rifkin. Los científicos estiman que la Tierra podría perder hasta el 50% de las especies de plantas y animales en el transcurso de la vida de los niños que nacen hoy. “Ni siquiera sale en las noticias. La última vez que ocurrió algo así fue hace 360 millones de años”.
La crisis climática es también económica y social. “Toda nuestra infraestructura está obsoleta”, afirmó Rifkin. “Las represas, los diques y los embalses fueron diseñados para un mundo estable. Ahora el agua está reconfigurando el planeta y el 60% de esas estructuras están en riesgo de colapso en los próximos 20 años”.
Rifkin cree que es hora de entrar en la tercera Revolución Industrial y adoptar una nueva infraestructura basada en el agua. Dijo: “El agua no es un recurso, es una fuerza vital. No podemos controlarla, solo adaptarnos a ella”.
Hacia la tercera Revolución Industrial
Los cambios de paradigma, historió, repiten un patrón: “En un momento dado, emergen tecnologías redefinitorias y comienzan a fusionarse”. En el caso de las revoluciones industriales, juntaron tres elementos claves: un nuevo sistema de comunicación, una nueva fuente de energía y un nuevo modelo de transporte.
La primera: “La imprenta a vapor, el carbón y el ferrocarril”, enumeró. La segunda: “El teléfono, el petróleo y el automóvil”.
Ahora estas tres dimensiones vuelven a mutar.
“Internet ya conecta a 4.500 millones de personas en tiempo real, con más potencia de cómputo en sus teléfonos que la que llevó a los astronautas a la Luna”, comenzó su lista. “Millones de personas ya están cosechan el sol y el viento en sus hogares, oficinas y comunidades”, siguió. Y la cerró: “El transporte eléctrico e impulsado por hidrógeno está reemplazando a los vehículos fósiles a la vez que se integra con la red digital y energética”.
Según Rifkin, este nuevo modelo es descentralizado. “Las dos primeras revoluciones industriales se basaron en energías concentradas y escasas: carbón, petróleo, gas. Eran costosas, requerían inversiones masivas y estaban en manos de unos pocos jugadores globales”, explicó. En cambio, en esta nueva era, la energía solar, eólica y el acceso digital están descentralizados. “Estamos pasando de una economía de integración vertical a una de integración horizontal”.
Este cambio redefine el poder económico. “Las 500 principales empresas del mundo representan un tercio del PIB global, pero solo emplean a 65 millones de personas en un planeta con 3.500 millones de trabajadores”, señaló. La nueva era favorecerá a pequeñas y medianas empresas tecnológicas, capaces de operar de forma descentralizada.
La gobernanza del futuro: bioregiones y cooperación global
El cambio climático no tiene fronteras y afecta a todos más allá de las políticas de los países. Para Rifkin, esto obliga a replantear el modelo de gobierno global. “Los Estados-nación son una reliquia de la Revolución Industrial. La nueva infraestructura que estamos construyendo no es nacional, es bioregional”, afirmó.
Los primeros ejemplos ya están en marcha. “En América del Norte, los estados de Washington, Oregón, Idaho y la provincia canadiense de Columbia Británica formaron Cascadia, una bioregión que gestiona recursos y responde colectivamente a la crisis climática”. Lo mismo sucede con la región de los Grandes Lagos, donde ocho estados de Estados Unidos y dos provincias canadienses administran el 20% del agua dulce del planeta. En Europa, Rifkin mencionó el caso de Occitania, los Pirineos y Cataluña, que integran su gestión territorial más allá de los límites nacionales.
China ya está avanzando en este modelo. “Han identificado ocho bioregiones para adaptar su infraestructura a la nueva realidad climática”, señaló Rifkin. La clave es que estos esquemas no eliminan a los Estados, pero los obligan a cooperar en función de los ecosistemas y no de las fronteras políticas.
Para América Latina y el Caribe, la oportunidad es evidente. “México, América Central y del Sur tienen la mayor biodiversidad del mundo. Sus ecosistemas no siguen fronteras, y el gobierno del futuro debe reflejar eso”, sostuvo Rifkin. Además, propuso un modelo de infraestructura compartida: “¿Por qué no tener una red eléctrica continental, desde Alaska hasta Chile, basada en energía solar y eólica? ¿O un corredor de hidrógeno para el transporte?”.
“La crisis climática no es solo una amenaza, es una oportunidad para rediseñar nuestra forma de organizarnos”, sugirió, para terminar, Rifkin. “El viejo modelo está colapsando. La pregunta es si vamos a esperar a que se derrumbe o si vamos a construir lo que sigue”.