
Las graves inundaciones en el sur de Brasil han causado más de 600.000 desplazados, pero los hay que prefieren atrincherarse en sus hogares y hacer frente a la tragedia en la segunda planta de sus casas, pese al riesgo de verse engullidos por el agua.
En la cuarta ciudad más poblada del devastado estado de Rio Grande do Sul se preparan para lo peor, en medio de este desastre climático que no cesa después de 148 muertos, 130 desaparecidos y 2,1 millones de damnificados.
Pelotas tiene unos 300.000 habitantes que hoy viven con la incertidumbre de ver si la ciudad se transformará en una balsa gigante de agua.
La crecida de los ríos de la región ha anegado ya algunas zonas, provocando la salida forzosa de cientos de personas.
La Alcaldía, por precaución, ha recomendado la evacuación de más de una veintena de barrios en los que viven alrededor de 100.000 habitantes, casi un tercio de la población.
Su situación geográfica, más al sur que Porto Alegre, la capital regional y cuyo centro histórico está inundado desde hace 11 días, les permite ver con antelación lo que les puede pasar.
“No se puede crear la falsa expectativa de que las cosas estén mejorando, de que todo pasó (...) Las personas necesitan mantenerse alerta”, afirmó a la agencia EFE la alcaldesa de Pelotas, Paula Schild Mascarenhas.

De hecho, el municipio parece que se está organizando para una guerra. Refuerzan los diques con sacos de arena, como si fueran trincheras; instalan bombas de agua en los canales para ayudar a drenar el exceso de agua; y hacen llamamientos para que los vecinos abandonen las zonas de riesgo.
Pero hay gente que ha preferido quedarse en casa, aunque el agua les llegue al primer piso. Jean Schmidt tiene 30 años y vive en un edificio de tres plantas a la orilla de una laguna. Ha decidido atrincherarse en casa con su madre, su suegro y un par de vecinos.
“En esta cuadra entera solo permanecemos nosotros. Mi esposa y mi hijo ya se fueron a la casa de mi cuñada. Tenemos agua potable, comida y la seguridad de estar en un edificio cerrado y de tener un generador de energía”, asegura este empresario cervecero.
Comenta que su madre “no quiso salir” de ninguna manera y que permanecer, a riesgo de su vida, también significa “preservar el patrimonio” porque “desgraciadamente está habiendo una ola de saqueos” en las viviendas evacuadas.
Preguntado sobre qué hará en caso de que el nivel del agua suba, cree que el edificio donde vive resistirá.
“La estructura es bien fuerte y todo el mundo está unido (...) Tenemos un plan y en principio estamos seguros aquí”, expresa.
Esa estrategia se repite en otros puntos de Pelotas. La familia se va a un albergue o a la casa de un pariente y en la vivienda amenazada aguanta uno a modo de guardián.
El barrio del Laranjal presenta un aspecto más desangelado. La inundación aquí es más intensa, pero aún hay vecinos que se resisten a echar la llave y no volver hasta que la situación se estabilice.
João Arthur Nascimento, de 70 años, está visitando la casa de su hermano para ver si todo sigue en su lugar. Se ayuda con un palo para caminar. El agua le llega por encima de los tobillos y está forrado con ropa impermeable del cuello a los pies.
Las bajas temperaturas de estos últimos días y el viento helado no ayudan a pasar el mal trago.
“Mucha gente quiere venir aquí, pero estamos con problemas por falta de embarcaciones para traerlos”, lamenta.
Relata que ya ha habido asaltos en el barrio, pero al mismo tiempo destaca el espíritu de unión de toda la comunidad para superar la tragedia.
(Con información de EFE)
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